Variaciones musicales para un Goya
Premios goya | mejor música original
Alberto Iglesias con 'Yuli', Iván Palomares con 'En las estrellas', Olivier Arson con 'El reino' y Manuel Riveiro y Xavi Font con 'La sombra de la ley' compiten este sábado por el Goya a la mejor música original, o no tanto.
Alberto Iglesias es, no parece haber duda, nuestro mejor compositor para el cine, más allá de los premios (diez Goya, tres EFA) o las candidaturas al Oscar (tres) que ha cosechado a lo largo de su carrera. En los Goya 2019 concurre una vez más en el cuarteto finalista con su música para Yuli, el biopic biopicdel bailarín cubano Carlos Acosta de Icíar Bollaín.
Sin embargo, ya la escucha en el filme planteaba algunos problemas de originalidad que, a poco que uno se lea la normativa, levantan dudas sobre la pertinencia de una nominación más allá de sus ineludibles virtudes musicales. Y es que una parte central del material temático que preside su banda sonora no es precisamente original, sino que procede, en nuevos arreglos, variaciones y grabación, de su música para The dancer upsters (2002), el filme de John Malkovich. Con todo, la Academia ha medido los porcentajes y no lo ha considerado un obstáculo para que el compositor sume su 16ª candidatura desde 1992.
Más allá de esta circunstancia (que vuelve a revelar de paso que el talento de Iglesias sigue estando por encima de muchas de las películas para las que trabaja), su música se abre de nuevo a un lenguaje híbrido donde cabe la intensidad orquestal de sesgo contemporáneo, los destellos líricos, los apuntes latino-cubanos, el sostén rítmico de la electrónica o la escritura para piano para los ensayos de las coreografías, verdaderos puntos fuertes del filme donde el donostiarra despliega el espíritu aplicado de sus trabajos para Nacho Duato y la CND con evidente fuerza expresiva y exuberancia sonora.
Original y único es lo que hace Iván Palomares en su exquisito, intimista y delicioso trabajo para En las estrellas, de Zoe Berriatúa, donde compite además con un repertorio clásico de altura (de Britten a Ravel) a la hora de entreverar su score y dotarlo de personalidad y atmósfera en una película que se arriesga en su abrazo a la fantasía y su pasión por el trabajo artesanal a través del drama viajero de redención entre un padre cineherido y su hijo. Una inspiradísima melodía al piano (uno de esos valses lentos que tanto nos gustan) se abre paso como trasunto de la melancolía y el duelo al tiempo en que la brillante escritura orquestal actúa como ascensor de la imaginación y la fantasía materializadas en paisajes planetarios languianos o ruinas del entretenimiento en una de las grandes películas olvidadas por estos Goya.
La tercera banda sonora en liza es La sombra de la ley, de Manuel Riveiro y Xavi Font, un trabajo tan académico como sobreescrito, con demasiada presencia y volumen y no precisamente carente de clichés (de la acción al jazz de época pasando por los motivos), típica música de cine a la que se le oyen demasiado las referencias al propio subgénero fílmico, ya se trate de Zimmer y su escuela o de clásicos como Morricone, de quien toman prestados los modos de sus arias vocalizadas (aquí por Ainhoa Arteta).
Muestra de los tiempos cambiantes para la música de cine nacional, instalada en una previsible profesionalidad de importación a la medida de sus modelos de producción de género (de Roque Baños a Fernando Velázquez, de Víctor Reyes a Arnau Bataller, de Diego Navarro a Lucas Vidal), la de El Reino, del francés Olivier Arson, mira y escucha fuera de la pantalla para traerse a la trama hiperrealista de corrupción política de Rodrigo Sorogoyen las texturas y ritmos de la electrónica y el dance urbano contemporáneos, en una partitura non-stop que impulsa permanentemente la narración y sutura el montaje para convertirse en un elemento orgánico del filme, a veces en el límite de la saturación.
Fuera de estas cuatro candidaturas finales han quedado algunos trabajos musicales muy meritorios que brillan por su renovación lingüística y una participación que va más allá del mero acompañamiento. Pienso, por supuesto, en el score del propio Iglesias para Quién te cantará, este sí verdaderamente original y mucho más depurado y ascético en su concepción camerística (para flauta, arpa, armónica de cristal, marimba, percusión y voces femeninas), en sus contadas aunque esenciales intervenciones y en sus referencias al fascinante universo sonoro del maestro japonés Toru Takemitsu.
En una estela iglesiana encontramos también la hermosa partitura de la malagueña Paloma Peñarrubia para Bajo la piel de lobo, un trabajo donde la línea melódica del cello se integra con las texturas, timbres y ritmos arcanos de la txalaparta para crear un tejido musical que traduce y remite a los elementos ancestrales, míticos y a la vida salvaje en el bosque del filme de Samu Fuentes.
No menos estimulantes fueron también este año los trabajos de Nico Casal para La enfermedad del domingo, de Zeltia Montes para Desenterrando Sad Hill o, muy especialmente, del canario Jonay Armas para Nosotros y la música, de Carlos Rivero, donde su piano melódico, impresionista y melancólico atraviesa y comenta de cabo a rabo y siempre a la distancia justa las imágenes (mudas y en blanco y negro) de una personal y mekasiana road-movie de pareja en el que es el diálogo imagen-música más emocionante del cine español de 2018.
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