El Prado recrea la Sevilla espiritual y culta del Barroco
La muestra 'Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad' exhibe 17 obras maestras hoy dispersas por el mundo pero originalmente pintadas para esta ciudad, adonde viajará el proyecto en octubre.
Los rostros enfrentados de los dos amigos dan la bienvenida al visitante en la sala de exposiciones temporales del Prado. El autorretrato que Murillo pintó para sus hijos entre 1668 y 1670, en el que se muestra rodeado de atributos intelectuales como la regla y el compás además de sus enseres de artista (la paleta y los pinceles), mira al más elegante de los eclesiásticos españoles de su tiempo: el sevillano Justino de Neve, que fue primero su cliente, luego su amigo y, sin duda, el más importante de sus mecenas. Ambos lienzos pertenecen hoy a las colecciones de la National Gallery de Londres pero fueron pintados para Sevilla, como todas las obras que integran Murillo y Justino de Neve. El arte de la amistad, inaugurada anoche en Madrid por los principales representantes del Prado y la Fundación Focus-Abengoa, que coorganizan la muestra junto con la Dulwich Picture Gallery de Londres.
Es sin duda una muestra exquisita dedicada a la madurez de Murillo y digna de competir con la dedicada al Rafael tardío en la planta inferior. "Sólo el autorretrato que Velázquez introduce en Las Meninas puede compararse al misterio y profundidad psicológica de éste de Murillo", considera Gabriele Finaldi, director adjunto del Prado y comisario de la exposición, quien asocia también ese retrato de Neve con las grandes obras de Van Dyck.
Recorrer estas salas supone viajar en el tiempo al centro mismo de la Sevilla barroca, con su brillante fusión de arte, religiosidad y cultura. Todos los cuadros que aquí se exponen se pintaron por encargo de Neve para la ciudad natal de Murillo, convertida por ello en verdadera musa de esta exposición que podrá verse a partir de octubre en la capital andaluza y que en enero de 2013 tendrá su tercera y última parada en Londres.
También, por ello, esta cita ofrece un momento propicio para reflexionar sobre el terrible expolio que sufrió el arte sevillano en el siglo XIX y la responsabilidad actual de las instituciones públicas y los mecenas en la salvaguarda del patrimonio cultural. Sólo una de estas pinturas expuestas, Bautismo de Cristo, se ha conservado en la Catedral de Sevilla y ha sido primorosamente restaurada en los talleres del Prado para esta exposición. El resto se atesora en Londres, París, Houston, Budapest o Madrid, adquiridas en modestas almonedas o ambiciosas casas de subastas, tras dispersarse por todo el mundo, principalmente a causa de la rapiña del mariscal Soult y los invasores napoleónicos.
Tal es el caso también de San Juanito con el cordero (1660-1665), que la National Gallery de Londres adquirió en 1840 y que perteneció a la colección particular de Justino De Neve, que lo cedió para el altar efímero instalado al aire libre para celebrar el final de las obras de reconstrucción de Santa María la Blanca. A este templo, que mucho antes fue mezquita y sinagoga, pertenecieron varias de las joyas de esta muestra, como El triunfo de la fe, que ha prestado para esta ocasión el Louvre.
De Neve encargó obras importantes a Murillo para decorar Santa María la Blanca y también para la Catedral de Sevilla, de la que fue canónigo y mayordomo de fábrica (el responsable del mantenimiento del edificio y de sus obras de arte). En ocasiones, llegó a costear de su propio bolsillo algunos de esos encargos. Fue un mecenas ejemplar, un hombre de enormes intereses espirituales, culturales y hasta económicos, como nos recuerda Peter Cherry en el catálogo científico de la muestra.
En la segunda mitad del siglo XVII, Sevilla sufría importantes desigualdades sociales y zozobras económicas. Preocupado por la precaria situación de los sacerdotes de la ciudad, sobre todo los más ancianos, don Justino propone fundar una institución que los tutele y que será el Hospital de los Venerables, un conjunto que llegó a albergar en su época cuatro pinturas de Murillo: el citado retrato de Justino de Neve hoy en Londres, La Inmaculada Concepción que ahora pertenece al Prado y que aquí se presenta con su marco original, prestado por Focus-Abengoa, La Virgen y el niño dando pan a los sacerdotes, que colgaba del refectorio de los Venerables, y la que es la gran noticia de esta muestra: San Pedro arrepentido, lienzo procedente de una colección particular inglesa que se muestra ahora al público por primera vez desde el siglo XIX.
Este San Pedro es la pintura más monumental con la que se despide al visitante. Es de una belleza sobrecogedora y la leyenda And when he thought thereon, he wept nos muestra la procedencia británica de la pieza, descubierta por Finaldi tras una meticulosa investigación y siguiendo el rastro dejado por Diego Angulo.
Opuestos a las obras de Los Venerables se muestran dos trabajos alegóricos de Murillo conservados en Londres: la deliciosa Primavera (1665) de la Dulwich Picture Gallery, con su exaltación de la belleza y la juventud, y el Verano, un joven rodeado de espigas y frutas, cuya pincelada es algo más dura y por tanto se considera algo anterior.
Don Justino de Neve atesoraba al morir 160 pinturas, según consta en su inventario. Esa colección se vendió en almoneda pública y se dispersó, aunque Nicolás Omazur, un verdadero fanático de Murillo, y el hijo de éste, Gaspar Murillo, lograron hacerse con muchas de las obras. Entre ese conjunto, por su delicadeza y originalidad, destacan las pinturas sobre obsidiana, de las que aquí pueden verse tres bellos ejemplos: La oración en el huerto, Cristo atado a una columna y la Natividad que ha llegado de Houston. Junto a ellas, la delicada miniatura, única que se conoce de Murillo y que ha sido descubierta recientemente en Madrid, que representa el Sueño de San José en el anverso y a San Francisco de Paula en el reverso.
Para Gabriele Finaldi, verdadero hacedor de este proyecto con el que soñaba desde hace más de una década, la coincidencia del Murillo más maduro con el Rafael tardío en las salas de exposiciones temporales del Prado este verano supone un aliciente cultural muy interesante. "Se complementan. Pese a pertenecer a diferentes épocas, a ambos les preocupaban los mismos temas y el que su arte influyera en la experiencia del espectador, algo que los dos consiguen maravillosamente. Murillo tuvo además un gran interés en Rafael, cuyas obras pudo ver en la colecciones reales españolas a través de copias y estampas. Se fijó, sobre todo, en los cuadros de madonna y bambino".
El director del Prado, Miguel Zugaza, también señalaba "el excelente planteamiento científico de Finaldi y haber logrado que El arte de la amistad pueda verse en Sevilla y después en Londres, una ciudad tan decisiva en la apreciación internacional de Murillo".
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