Arrebato místico
Plena pausa | crítica
J, el carismático frontman de Los Planetas, presentó ayer en Cartuja Center CITE su proyecto "Plena pausa", en el que pone música a las imágenes inéditas de Iván Zulueta que la Filmoteca Española ha rescatado
Hereje es el que se olvida de que esto es arte
A la música siempre hay que decirle que sí
No recuerdo ahora sin en la sala Cite, más pequeña que la principal, de Cartuja Center CITE hay una pantalla detrás del escenario con empaque suficiente para habernos mostrado la amalgama de películas caseras, making-of y retazos de estados de ánimo filmados por Iván Zulueta con la misma plenitud que las vimos aquí, pero hubiese sido mejor idea celebrar allí este acto, de título Plena pausa, entre cinematográfico y musical, donde creo recordar que estaba previsto al principio, porque fue tristísimo presenciar la escasa cantidad de público que se congregó en el recinto; sobre todo recordando los llenazos de los dos conciertos anteriores en los que he estado estos últimos días, el de Arcángel y el de Malú. Ayer solo estaba ocupado poco más de la mitad del patio de butacas más cercano al escenario, con las filas de más allá del pasillo y las de la grada alta totalmente desiertas.
La ocasión merecía mucho más, porque J ha creado una música admirable para estas películas rodadas por Zulueta y algunos miembros de su familia que, si bien es cierto también, que si algunas permanecían encerradas en un cajón antes de que las adquiriese la Filmoteca Española, era por razones plenamente justificadas, y solo las salva el que hayan servido de excusa para que a partir de ellas hayamos podido escuchar maravillas llenas de vigor y convicción como Y la nave va, la canción, escrita junto a Soleá Morente, con la que todo se inició, o los Fandangos del rascacielos, encadenada a Los desalmados, que ilustran las tomas de Hotel, el mejor tramo de todos; quince minutos de genialidad, que mostraban la destreza de J para crear una melodía hábilmente curvada y la pasión turbulenta de su voz, que más que para contarnos una historia entendible servía como otro elemento instrumental más a sumar a las guitarras del maestro Jaime Stinus, de Natalia Dragó y del propio J; el bajo de Miguel López, la batería de Roberto Escudero y los teclados -que a veces cambiaba también por una cuarta guitarra- de Miguel Martín. Todos ellos, alineados horizontalmente, de espaldas al público, mirando a la pantalla.
Durante el visionado de dos bloques de películas familiares de Zulueta, de los años 30 y 40 el primero, y de los 50 el segundo, mostrando sus vacaciones en el mar, cómo jugaban a cowboys, iban a capeas, se relacionaban con gente importante, como Kirk Douglas, que aparece un par de veces, lo que nos hipnotizaba es el ritmo motorik de Y la nave va, pero como si el motor perteneciese a un coche conducido de forma señorial en vez que deportiva; Tormenta eléctrica ralentizó la cadencia, con las palabras de J convertidas en mantras, a las que teníamos que encontrarles significados no verbales en sus juegos con el ritmo. La de Soleares del loco fue una de las pocas piezas en la que la fuerza de la música fue menor que las de las imágenes que veíamos, pertenecientes a la película El loco, la primera de las que filmó Zulueta, cuando apenas era un adolescente, de forma casera, mostrando como un niño era raptado por un demente en la que seguramente sería su señorial casa familiar, porque aunque el cineasta guipuzcoano tuviese muchos devaneos bohemios, las películas mostradas dejaban ver que podía respaldarlos sin apreturas económicas.
Ignoro si J compuso la música para estas imágenes siguiendo criterios principalmente sonoros. Repito que era casi imposible encontrar significado a sus palabras, pero estas resonaban al unísono con la música y todo el clamor eléctrico se convertía en un único sonido enorme y pulsante. Los espectadores nos sentíamos atraídos al corazón de ese sonido; era como estar dentro de una inmensa campana que tañía: el tipo de sacudida que sólo produce el rock and roll puro. Así nos sentimos con las Luces de neón que iluminaron las tomas del Londres nocturno que aparecían en la pantalla. Las imágenes se disociaron de la música cuando J comenzó a contarnos en Natalia dice la historia de cómo Natalia Dragó, la guitarrista del grupo, llegó desde Argentina a Granada y allí se quedó ya. En las Romeras de Betty Boop -¿reconocí en ellas guiños a Ticket to Ride, o me engañaron los sentidos?- encontramos al J más reconocible, el que mejor alinea el rock con el flamenco, y la música de nuevo volvió a ajustarse rítmica e internamente a las imágenes de la pantalla, con la chica que se maquillaba, dejándose colas negras en los ojos; los pulsos de J y Zulueta se coordinaban. Palabras a contraluz que iban en cualquier dirección, eran una flecha; el propio J lo dice en una de las frases de Julián Della Paolera en la canción de ese título que estábamos oyendo: no entendí ni la mitad.
Y entonces llegaron las imágenes de Hotel, luminosas y siniestras a la vez, rodadas en 1975, el año más significativo en la memoria política española. Desde un hotel veíamos las imágenes de la policía disolviendo una concentración de personas: desde esta perspectiva nos parecen más pequeños, obedecen a su dueño, no es que haya otra salida, no les queda más remedio, escuchamos esta vez bien a J, por encima de la sosegada instrumentación, que mágicamente era un acompañamiento ricamente detallado y bellamente ejecutado. El final, con las líneas de coro de las coloured girls de Walk on the Wild Side, abría paso a más imágenes de hotel, esta vez del rescate de una suicida alternándose con un empacho de banderas españolas y americanas que daban la bienvenida al presidente de aquel país: bienvenido Mr. Ford, el dictador Franco le recibe con los brazos abiertos y la Guardia Mora para escoltarlo en su paseo triunfal por las calles de Madrid. Calles repletas de curiosos tanto del desfile como del rescate, a los que una vez resueltos estos, vemos dispersarse a cámara rápida, como las hormigas tan pequeñas vistas desde esa perspectiva. Magnífico guiño, esta vez mucho más reconocible a Lou Reed contándonos como es un día perfecto, mientras lo que podemos entender de la letra contrasta con la idea que la música nos mete en la cabeza: no parece que este año lleguemos a comernos el turrón, ya están aquí los desalmados, con las cosas tal y como están no llegamos ni a la navidad.
Se fueron sucediendo después imágenes de finales de los 70, de cuando el rodaje de Arrebato, la película más recordada de Iván Zulueta; veíamos los rostros de Eusebio Poncela, de Will More; paseando por la playa de La Concha aparecía Santi Ugarte -me pareció sorprendente al verle en primer plano su parecido con Julio Matito-, uno de los promotores más potentes de la época, el que catapultó a Negativo, la banda punkarra que compartían Borja Zulueta, hermano del cineasta, y Stinus, presente ayer en la fila de músicos. Lo que fuimos oyendo mientras las imágenes de los distintos making-of y trozos de películas Kodak era la música que J construyó, llevando a terrenos propios las propuestas de otros grandes músicos como los Spacemen 3 en el Amén que acompañaba a los perros deambulando por la piscina y en el Jaleo de la calle que acompaña el camino de Ugarte sobre la arena; como los Sea Urchins en la Película de plata que servía de respaldo a los descansos de rodaje de Poncela y More; como los de su propia banda de Los Planetas en Arrebato (un buen día para Iván), en el que la letra de la canción describía lo que estábamos viendo en la pantalla: ella se está maquillando y sobre la mesa está el sombrero de safari… J fortaleció los tiempos más potentes y calmó a la banda para los pequeños solos vocales, en una perfección que no rompió siquiera el parón sufrido mientras se corregía el fallo con la cinta de Ugarte, que se saltaron en el orden de proyección. Para ilustrar el vaivén de las olas no es que J se basase luego en otra canción, sino que interpretaron de manera literal Échame a mi la culpa, pero en una versión que estaba por encima de cualquier otra que hayamos escuchado antes.
Mi ego está en Babia fue un climax conmovedor. Imágenes tomadas desde la ventanilla de un avión: voy a marchar de mi casa cubierta de nieve, este avión me va a llevar al país donde vive Peter Pan. No entendí mucho más de la letra, pero sí me dio tiempo a escuchar a J decir que eso es lo que necesitaba para un arrebato místico. Un final relativamente optimista y un ejercicio directo de amor e introspección. Este J será todo lo que sus detractores dicen que es, pero para mí es una figura muy distinta, más cercana a los protagonistas de los libros que cita en algunas de sus canciones, como el On the road de Kerouac que me pareció oír en Arrebato; alguien que busca una respuesta en un mundo que no hace preguntas.
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