La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Huyan del negro en Sevilla, algo ocultan
de libros
'El turista desnudo'. Lawrence Osborne. Trad. Magdalena Palmer. Gatopardo Ediciones. Barcelona, 2017. 320 páginas. 20,95 euros.
Muy inglés, muy mordaz, un punto esteta, anti National Geographic, buen bebedor, polemista, etcétera. He aquí, de un fogonazo, la foto tipo del divertido Lawrence Osborne, escritor y homo viator por la ancha faja del mundo. A su decir no existe nada más siniestro que la etiqueta, la marca casi porcina con que a uno lo clasifican: escritor de libros de viaje. Estamos de acuerdo. Puede llegar a ser muy siniestro.
Corren malos tiempos para los paisajes del alma. Sólo los ingenuos viajan para conocerse a sí mismos, para intercambiar soledades. Estas cosas. Da algo de rubor hablar de la liturgia del desplazamiento, eso que una vez existió o pudo existir. Por ello Osborne intenta repensar en qué consiste hoy el viaje, el viajar. ¿Cómo hacerlo con la turba turística que todo lo invade? La pregunta suena a impostura, a gruñería de salón. Pero Osborne se lo pasa todo por el arco del humor, que es tan elevado y monumental como el arco de Ctesifonte. Osborne acepta lo que hay. Esto es, la reconversión del mundo en un único planeta, el nuevo Planeta Turismo. Todo lugar, todo confín otrora soñado se ha convertido en Cualquier Parte.
Enseguida, por aquello de los tópicos, uno piensa en la jauría turística que asola lo mismo Venecia, las playas de Creta o los algodones geológicos de Pamukkale en Turquía. Pero el Planeta Turismo se expande por ambos trópicos, a un lado y a otro del hilo curvo del ecuador, allí donde siempre se levanta, eréctil y triunfal, un Hilton o un Sheraton, ya sea frente a las aguamarinas de Punta Cana, Hawai, las Maldivas o las Seychelles.
Osborne nos recuerda a nuestro Julio Camba. Decía Camba que no existía nada peor que un escritor de libros de viaje. Todo debía verlo no tal cual era, sino como convenía verlo para poder escribir sobre ello. Un fraude. Sea como sea, con o sin fraude, hay que decir que nos hemos divertido mucho con este peculiar viaje de Osborne. Parte desde la delirante Dubai y llega, cruzando el sudeste asiático, hasta el verde y musgoso alfombrado de Papúa Nueva Guinea. A menudo el periplo acabará por singulares derroteros, convertido en una guía de hoteles elefantiásicos y colosales clínicas con spa al servicio del Planeta Turismo.
Dubai, primera parada del tour, refleja el engendro artificial del nuevo turismo delirante. La ciudad-estado árabe reúne la fantasía de toda urbe megaglobal (apabullantes centros comerciales, hoteles siderales, palmerales e islarios ficticios tomados del mar del golfo Pérsico). Eso sí, acto seguido y como contrapunto al dislate futurista, toca parar en Calcuta. El autor siente aquí algo que como británico lo acompañará a lo largo del viaje. Se trata de la fragancia poscolonial de la que cuesta desembarazarse tanto tiempo después. Woody Allen dijo que Calcuta reunía las mejores cien enfermedades sin clasificar. Para Lévi-Strauss, en sus Tristes trópicos, la gran urbe india era el reflejo de la más absoluta putridez. Por eso mismo agradecemos a Osborne su paseo por la vasta ciudad que hizo de la pobreza una marca.
Sobre el golfo de Bengala, el viajero recala luego en las islas Andamán, devastadas por el tsunami de 2004 en el Índico. Antiguo penal colonial británico, Osborne desiste de su deseo: conocer a los nativos jarawas, misteriosos y aterradores según el discurso oficial. Un timo, vamos. A Bangkok, siguiente destino, Osborne la llama Hedonópolis. De hecho el autor -que algo tiene de bon vivant- vive ahora en la capital de Tailandia. Nos adentramos con él por la gran meca del sexo sin mala conciencia y por uno de los destinos favoritos del llamado turismo médico (esos colosales hoteles-hospital). Visto lo visto, lo que se practica en Bangkok es una suerte de budismo para el cuerpo. Se vive aquí la erótica del amor de pago. Más que en ninguna otra parte del mundo se hacen operaciones para el cambio de sexo. Y, por si fuera poco, al parecer uno alcanza la purificación de la mente a través del recto y del fregado del colon (lean el libro y planifiquen ya sus vacaciones en Bangkok).
La siguiente escala hacia el sudeste asiático es Bali, en la vasta Indonesia. Bali viene a ser otro cuadro típico y tópico del Planeta Turismo. Para Osborne representa la "Disneylandia hindú", que ofrece ocio y -¡cómo no!- relajo carnal (pocos lugares del globo reúnen a tantas señoras en busca de gigolós).
Última parada: Papúa Nueva Guinea. Allí el periplo viene a ser más bien el de una aventura por entre el verde virgen, umbrío, amenazante. Osborne se adentra en la selva y conoce a la tribu de los kombai, primitiva estirpe del lugar. Sigue para ello las huellas de su admirada escritora Margaret Mead, quien visitó Papúa en 1930. Papúa parece a salvo del Planeta Turismo. Pero más pronto que tarde un Hilton se alzará sobre su verde, montuoso tapiz.
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