Pilar Chaves: adiós a la querida española inglesa

PILAR CHAVES JONES | OBITUARIO

A pocos días de cumplir 101 años -nació el 27 de julio de 1920- ha fallecido Pilar Chaves Pérez, hija de Manuel Chaves Nogales

Pilar Chaves (Córdoba, 1920-Málaga, 2021), en la Feria del Libro de Sevilla.
Pilar Chaves (Córdoba, 1920-Málaga, 2021), en la Feria del Libro de Sevilla de 2012. / Belén Vargas

A pocos días de cumplir 101 años -nació en Córdoba el 27 de julio de 1920- ha fallecido Pilar Chaves Pérez, hija de Manuel Chaves Nogales. Pocas personas he conocido tan vitales, alegres, generosas y simpáticas como esta señora tan alegremente andaluza y tan educadamente inglesa (con un punto británico deliciosamente libre y extravagante, como si en ella se fundieran la canosa informalidad de Doris Lessing y la ironía socarrona de Margaret Rutherfod), a la que tanto divirtió que en un artículo la llamara la sevillana inglesa bromeando con la novela cervantina.

Quien no haya tenido la suerte de conocerla no puede hacerse una idea del brillo joven de sus ojos de octogenaria, nonagenaria y hasta centenaria, y del sonido niño de su risa. Son las dos cosas que más recordaré de ella. Qué bien la retrata esta frase de Cicerón que ella tanto amaba: "Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín, ya no os faltará de nada". Lo cumplió en su casa de Marbella donde, como buena medio inglesa jubilada, pasó muchos años de su larga y juvenil ancianidad añadiendo al jardín ciceroniano el huerto del que tan orgullosa estaba.

Vino con sus hermanos para apadrinar el nacimiento de Diario de Sevilla hace 22 años. Porque hay que recordar que este periódico nació invocando a Chaves Nogales como patrono laico del mejor quehacer periodístico, obsequiando con su primer número una edición facsímil de La ciudad, el maravilloso "pecado de juventud" de Chaves Nogales que precisamente este año cumple un siglo y el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla reeditó por vez primera en 1977 iniciando la recuperación del maestro del que solo conocíamos su Juan Belmonte, matador de toros, único libro suyo que el franquismo no prohibió. Una recuperación que alcanzó su primera plenitud cuando en 1993 la Diputación Provincial, por iniciativa de Alberto Marina López, posterior coordinador del suplemento Culturas de Diario de Sevilla, inició la publicación de los tomos de las obras completas narrativas y periodísticas de Chaves Nogales con edición de María Isabel Cintas. Plenitud alcanzada del todo con la publicación definitiva de su Obra Completa por Libros del Asteroide en coedición con la Diputación y edición de Ignacio F. Garmendia, crítico literario de Diario de Sevilla desde su fundación en 1999. Están unidos, sí, este periódico y Chaves Nogales desde su fundación. Y estamos orgullosos de ello. Como también estuvo unida a él Pilar, que visitó Sevilla muchas veces con emoción agradecida por cada recuerdo u homenaje que diera vida a su padre y fue correspondida por las visitas de Alberto Marina y nuestra jefa de cultura, Charo Ramos, a su casa de Marbella.

Tuvo Pilar una infancia y adolescencia felices, y una juventud muy difícil. Tenía 17 años cuando, de su cómoda y privilegiada situación en Madrid, dejando atrás los años de esplendor profesional de su padre y las tertulias que reunían en su casa de la Cuesta de San Vicente a Valle-Inclán, Pío Baroja, Azaña, Belmonte o Marañón, la familia huyó a Francia en 1937 para ponerse a salvo, como escribió Chaves, tanto de "la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de Falange” como “de los analfabetos anarquistas o comunistas". Tenía 20 años cuando vio entrar a los nazis en París tras la caída de Francia y su padre tuvo que huir a Londres ­-"la última vez que vi a mi padre fue vez a través de la ventana, huyendo a Inglaterra solo con una gabardina y un maletín"- porque estaba en la lista negra de Goebbels, dejando a su familia en París para no exponerla a los bombardeos que sufría la capital inglesa. Tenía entre 20 y 21 años cuando, siguiendo el consejo del padre, regresaron a España atravesando la Francia invadida con su madre embarazada y sus hermanos Josefina y Pablo; cuando la madre dio a luz a Juncal en un campo de refugiados (Chaves, que no la conoció, la llamaba con humor y ternura "esa señorita a la que no he sido presentado" en las cartas -sin firmar para burlar la censura franquista- que lograba hacerles llegar desde Londres); y cuando sus familiares sevillanos lograron, pese a la condena que pesaba sobre el padre, que las autoridades franquistas les permitieran llegar a Sevilla y establecerse en El Ronquillo.

Tenía 24 años cuando murió su padre. Así lo recordaba en una entrevista concedida a El Español hace un año, con motivo de su centenario cumpleaños: "Mi tío Pepe, que vivía en Sevilla, apareció en El Ronquillo. Mis hermanas y yo estábamos fuera de casa; y mi madre, dentro. Entró Pepe. Cerró la puerta y las ventanas. Le contó lo que había pasado. Cuando me enteré, no pude llorar. No lloré en toda la semana. Toda nuestra vida giraba en torno al final de la guerra, a volver a vernos".

He oído estas historias de su boca en sus visitas sevillanas. Y les aseguro que las contaba con una pena honda pero también limpia, como agua de pozo, libre de rencor y de amargura, que en ninguna otra persona que haya vivido cosas tan duras he conocido. Nada parecía capaz de ensombrecer su alegría por así decir biológica, quizás heredada de su madre, Ana Pérez Ruiz, a la que Chaves le escribió desde Londres: "Sin tenerte a mi lado no sé vivir; soy una desdicha. Esto es lo único que me interesa y lo único que me hace desgraciado. Lo demás, por duro que sea, no tiene ninguna importancia".

Quiero recordar hoy a esta querida sevillana inglesa evocando una de las historias que me contó. Era 1940. Su padre había huido del París ocupado por los nazis a Londres, aconsejándoles que dejaran pasar unas semanas antes de regresar a España en busca de la protección de su familia sevillana y así evitar la avalancha de quienes huían de París, la tragedia que tan conmovedoramente narró Irene Némirovsky en Suite francesa. No tenían recursos y debían muchas semanas de alquiler. Decidieron dejar la casa de madrugada para que la portera -las terribles cancerberas parisinas- no les exigiera el pago e incluso les denunciara. Al pasar ante la portería procurando no hacer ruido, allí les aguardaba. Se sintieron perdidos. Pero lo que hizo fue darles un rollo de billetes con sus ahorros para ayudarles en su huida. Cuando Pilar nos lo contó se le humedecieron los ojos. 81 años -que en la eternidad son menos que un suspiro- después de verlo por última vez, Pilar ha vuelto a abrazar a su padre.

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