EN DIRECTO
JJOO de París 2024 | España se estrena con una cómoda victoria en waterpolo masculino

Perséfone regresa a Europa

'Historia cultural de Nápoles', escrito por Jordan Lancaster y publicado por Almed, reivindica la importancia que jugó la ciudad en el continente y presenta un escenario barroco e ilustrado alejado de la imagen de postal

'Puerto de Nápoles con el Vesubio al fondo', un lienzo del pintor alemán Jacob Philipp Hackert.
Jaime García Bernal

24 de julio 2011 - 05:00

Nápoles evoca en el imaginario común de los europeos la idea de desmesura y excepcionalidad. Todo parece excesivo cuando llegamos por primera vez a la ciudad populosa y abigarrada; y de otro lado, cada napolitano esconde en sí mismo el alma de un genio. Son palabras de los viajeros de antaño y de los turistas de hoy. Las grandes creaciones de la cultura napolitana se recuerdan, igualmente, como hallazgos insólitos e irrepetibles (la pintura pompeyana, la ópera buffa o el cine de De Sica), mientras los grandes nombres de su rica historia filosófica y científica asemejan aisladas atalayas en el mapa del pensamiento europeo: Bruno, Vico, Campanella o Benedetto Croce. De esta suerte todo aquel que nace a la sombra del Vesubio parece nimbado de una gloria única e irrepetible. El argumento que persigue Jordan Lancaster en su novedosa Historia cultural de Nápoles se cifra, sin embargo, en el presupuesto contrario: sin negar la fuerte personalidad de los partenopeos, Nápoles fue, por encima de sus singularidades, uno de las principales pilares de la cultura occidental, y la historia de la cultura europea no sería la misma sin la aportación fundamental de la tradición napolitana.

Hay, pues, una historia por recuperar y descubrir para un público internacional que no tiene acceso a la amplia y excelente bibliografía que existe sobre la ciudad italiana escrita por napolitanos y para napolitanos. Un tapiz histórico tejido por escrituras, ideas, mitos y leyendas, las del acerbo común europeo, de profunda raíz clásica, en la que Nápoles se dibuja como punto de acogida, encrucijada de tradiciones y fragua de pensamiento nuevo que inseminó todo el continente. En la famosa bahía abierta al mar Tirreno cristalizó la identidad del Imperio romano a partir de la tradicion cultural griega que en la Eneida de Virgilio tuvo su cimera expresión escrita. Centro del epicureismo que Emilio Lledó ha reivindicado como sustrato básico de la memoria europea, la Neapolis clásica mantuvo su dualidad greco-latina (con dos lenguas, dos cultos y dos catedrales) hasta tiempos del conde Belisario, cuando los monjes benitos ya entonaban sus plegarias desde Montecassino. Ni siquiera los ostrogodos y lombardos pudieron interrumpir la vocación esencialmente ciudadana y mercantil del puerto que atrajo a los árabes, los normandos y los angevinos.

Se ha hablado mucho del flujo de ideas y obras de arte de Nápoles hacia toda Europa durante el Virreinato español, pero menos se conoce la aportación académica de su universidad (donde estudió Tomás de Aquino) que fue fundada por el Emperador Federico II y de los humanistas de la corte aragonesa de Alfonso el Magnánimo, etapas que le sirvieron de basamento. Los caminos que recorre este libro son los menos transitados por las guías al uso y nos presentan un Nápoles barroco e ilustrado alejado de la imagen de postal del Palacio Caserta o el Teatro San Carlo: pues no se entiende el ocio de la opulenta corte de los borbones sin el reverso de los lazzaroni, rufianes y guappos. Sólo en ese mundo urbano en confrontación dialéctica puede surgir el milagro de San Genaro, el escapismo de la poesía de Marina o las óperas de Cimarosa. No conocemos un transvase semejante de temas y géneros de la cultura popular (los cuentos de Basile, la tarantela o los personajes del teatro cómico) a la gran cultura europea. Ni nunca un pueblo ha dado tanto a un continente entero. Perséfone, que como en el mito fundacional de la ciudad regresa del Hades rejuvenecida cada primavera, se merecía este libro.

No hay comentarios
Ver los Comentarios

También te puede interesar

Claudio Laguna | Crítica

Exigente recital pianístico

Los Chichos | Gira de despedida

La última rumba

Algo del otro mundo | Crítica

Un par de pájaros subidos a las ramas

Lo último