Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Perrate | crítica
No llegaron a agotarse las entradas como en el concierto de Lole Montoya, pero hubo una buenísima entrada anoche, que prácticamente llenó la Sala X de aficionados al flamenco que querían disfrutar de Perrate y las composiciones de su disco Tres golpes, que casi dos años después de su edición sigue deparando sorpresas porque el maestro de Utrera lo mantiene lleno de vida y en constante crecimiento. Paco de Amparo, a la guitarra flamenca; Antonio Moreno, a la batería y percusiones y Pepe Fernández a los teclados y el bajo eléctrico, fueron los acompañantes, brillantes casi siempre y discretos cuando tocaba serlo, que ocuparon el escenario con una introducción instrumental antes de que saliera el cantaor para comenzar con una serie de pregones flamencos, con los que recordó la figura -asomarse a los balcones, mujeres guapas y hermosas- del Niño de las Moras.
Paco se hizo sentir con las bellas notas que le extraía a las cuerdas y Perrate le dejó algunos acordes más antes de arrancarse con las seguiriyas del Nitri. Alegrarse mi corazón con la dulce nostalgia de la niñez fue todo uno con el recuerdo de aquella ventana por la que tantas veces se las escuché a mi vecino poliganero, el Chocolate, cuando se juntaba en los poyetes de debajo de su bloque con los Farrucos. Por José de Paula cantaba el maestro cuando la guitarra se calló. Remontaron el teclado de Pepe y las percusiones de Antonio creando una sensación ominosa, oscura como la noche que se avecinaba, la que se estaba abriendo paso en la voz de Perrate, cambiando el palo flamenco a la toná. Noche oscura unió lo viejo y lo nuevo; la tradición del cante del Niño de Almadén y la vanguardia de unos músicos adaptando su estructura y planteamiento con una improvisación libre. ¡Qué dulce sonó el teclado cuando amainó la tormenta y sus notas fueron como los colores del arco iris! Dejándolas detrás volvió a emerger la voz del cantaor: Todas las aves dormidas. Ahora era un romance carolingio de tradición sefardí lo que entonaba, Melisenda insomne; dialéctica negativa, insumisión y materialismo histórico en el cante con que los sabatianos mantenían que como mejor se adora a Dios es incumpliendo sus Diez Mandamientos, convertido después en el himno secreto de los jacobinos franceses. Con el final del romance llegaron los aplausos que tanto rato llevaban esperando en la sala para desbordarse.
Perrate siguió con unas seguidillas antiguas, mitológicas, del Alosno, muy semejantes al fandango popular, de las que dijo que parece que fueron las precursoras del cante por sevillanas; y a ellas nos recordó su cadencia, que el maestro comenzó con suave compás, para dejarlas terminar lentamente, pausadas, después de tres estrofas, según marca la tradición alosnera, en vez de las cuatro contemporáneas. Música clásica popular de aquellos siglos eran también las jácaras, y la que eligió Perrate fue No hay que decir el primor, terminada con las palmas del maestro y toda una apoteosis de tal forma que parecía que los cuatro del escenario iban a morir abrasados bajo los rayos de la confusión por su arrogancia semejante a la de la gitana, de las que rompen el aire, de la que Perrate cantaba. Y después se acordó de Bambino, a través de un tango argentino que este no llegó a cantar nunca, La última curda, pero en el que Perrate tuvo presente su figura, su forma de entender la copla, su estilo, convirtiéndola en una histriónica confesión.
Siguió recordando a Utrera. Y a sus paisanos del público dijo que les dedicaba dos letritas por soleá, que resultaron ser algunas más. El tiempo se quedó anclado cuando calentó la voz y echó a andar -los pasitos que yo daba- con una soleá de Alcalá que sacó p’alante con un estilo y personalidad dignos del gran Tomás Pavón. Pasó de esa soleá a la del Talega, después a la del pilarico metiendo en la letra la variante de La Andonda. Paco se lucía en sus falsetas; nieto de Joselero, que a su vez era cuñado de Diego del Gastor, que tantas veces acompañase con la guitarra al otro Perrate, el padre; el tocaor de esta noche tenía en su ADN toda esa cultura y bien que lo demostró. Yendo de Utrera a Jerez con las soleares por bulerías de la Bernarda y el Terremoto, Perrate nos hizo disfrutar de la grandeza. La gente se vino arriba con el acompañamiento de palmas. Llegó el momento más fiestero con el garrotín de Rafael Romero metido por bulerías para que Perrate se recrease haciendo lo que ha mamao, las bulerías con la marca del Perrate Viejo y de la Fernanda de Utrera, de su Utrera y de toda la Baja Andalucía, porque si él se trajo al Lebrijano y a la Bernarda con su cante, Paco se trajo con su toque todo el regusto a Morón. Remató por Gaspar de Utrera con dos letras, la última de las cuales eran de Los tientos del reloj, con sus dramáticas letras de Rafael de León adaptada a bulerías al golpe por los gitanos de Utrera.
El cantaó y el guitarrista abandonaron el escenario antes de que comenzase la recta final del concierto con Pepe y Antonio, en más libre improvisación, ampliada en el tiempo, creando y ejecutando sonidos difíciles de asimilar, pero de perfecta introducción para el flamenco abstracto, con cambios de tono en la voz, que trajo Perrate volviendo de nuevo a escena, para interpretar Yo soy la locura, una folía compuesta en el siglo diecisiete por Henry le Bailly, músico de cámara del rey francés Enrique IV, que el maestro llenó de expresividad y pasión. Había que despejar la bruma creada con un palo festivo y el cantaor se arrancó con una chacona de las que se cantaban en las bodas medievales: Boa doña, chacona de negros y gitanos. Escuchando como la hace Perrate, no aflamencá, sino flamenca del tó, se explica uno como de este palo antiguo salió el fandango, el jaleo, la soleá; notable antecedente musical de buena parte de los estilos flamencos. Y así terminaron; se despidieron los cuatro, al borde del escenario, a voz limpia y palmas -tres golpes, tres golpes, tres golpes na más; al son de la Villanueva, tres golpes na más- una y otra vez repitiendo este cante de ida y vuelta, el Caribe pasado al flamenco, que le da título al disco que Perrate presentaba; que cuando los colombianos Gaiteros de San Jacinto compusieron lo llamaron fandango callejero en perfecto mestizaje indígena, africano y español.
La forma jonda y sentía, también fiestera, con la que Perrate escuchaba cantar en la puerta de su casa, en una evolución natural digna de un maestro del flamenco que no solo se limita a cantar, sino a investigar sobre lo que canta y sus antecedentes, y a recrearlo en soledad con su guitarra, su bajo, su piano, hasta darle otra forma, fue lo que los que tuvimos la inmensa fortuna de estar anoche en la Sala X pudimos escuchar. El legado de su linaje, mirando al futuro, que ya es presente. La siguiente cita tendrá lugar el próximo jueves con la voz de Sandra Carrasco, la guitarra de David de Arahal y el acompañamiento de Los Mellis de Huelva.
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