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Un lenguaje musical completamente nuevo

Za! y Tomás de Perrate | crítica

Tomás de Perrate y Za! inventaron en el Museo de Artes y Costumbres Populares un nuevo lenguaje que llevó la experimentación del flamenco con un género ajeno a él más allá de cualquier límite conocido.

Za! y Perrate / Javier Rivera

Cuando en la noche del jueves salimos del Museo de Artes y Costumbres Populares después de presenciar Zape!, el montaje musical realizado por Za! y Tomás de Perrate, que se mostraba al público por primera vez como perfecto colofón al ciclo de Música y Museos, nadie se ponía de acuerdo del todo sobre qué era lo que habíamos escuchado. Había consenso, eso sí, sobre que había sido una genialidad; no solo se aprobó el espectáculo por mayoría absoluta, sino por aclamación; este había sido el mejor concierto en el que practicamente todos los asistentes habían estado desde hacía mucho tiempo; pero definirlo ya era otro cantar. Valga como ejemplo representativo la discusión que yo mismo tenía después con Vidal Romero, colaborador habitual también de este Diario, sobre si el sonido con el que Za! había revestido el puro flamenco de Perrate, estaba más cerca del techno de Detroit que de los elementos del rock experimental de Can. Como él fue mi profesor en los cursos de Música Electrónica a los que asistí hace unos años, me miraba un poco por encima del hombro al mantener yo lo primero; menos mal que cuando se unió a la conversación Pau Rodríguez, uno de los músicos ejecutantes, me respaldó diciendo que era cierto que los ritmos que marcaba el bombo en piezas como la que ellos llaman Patrón MIDI eran puro Detroit, pero a mi vez tengo que reconocer que la forma en que Za! y Perrate solapaban dos ritmos diferentes, unos tocando un 5/4 y el otro cantando soleares a 6/4, como en Posible soleá, tiene el sello majestuoso de Can. Así que lo dejamos en empate y pedimos otra ronda.

Drásticamente diferente a cualquier otra experimentación con el flamenco, en Zape! estos tres maestros desarrollaron un lenguaje completamente nuevo, que abarcaba las propiedades hipnóticas, las intrincadas redes y la ilimitada variedad de texturas de la música electrónica, para ponerlas al servicio, de forma muy orgánica, de la rotunda presencia y la sabiduría gitana del linaje de Perrate. Tiene todavía mucho margen para seguir puliéndose, pero los cazadores de tendencias tienen aquí un diamante para explotar.

El primer sonido que tuvimos fue el de Pau tocando una trompeta de forma destemplada por los pasillos que rodeaban el patio del museo. A él se unió Edi Pou golpeando una de sus baquetas sobre la otra para, a medida que se acercaba al escenario, golpear con las dos todo lo que encontraba por medio: sillas, pies de focos, maceteros; el impacto visual de los dos hizo que no nos apercibiésemos de que Perrate ya estaba allí arriba y se arrancó por seguiriyas. La trompeta se fue afinando, la batería acompañaba, más que marcar el ritmo, gobernado por el cantaó cuando empezó a pregonar el mercadeo… las pelotitas americanas… cantando una retahíla muy musical, casi un cuplé, con una voz distorsionada al final por Edi, antes de que todo se disparase. El arsenal de efectos hizo que el flamenco se disipase como un tronco consumido por una hoguera furiosa.

Pero Perrate recuperó el soniquete ancestral y profundo de las seguiriyas, conectando directamente con las raíces a través de la letra más antigua que se conoce de todas las que se han cantado por ese palo; la recuperó su antepasado, Pepe Torre, para que luego Antonio Mairena la popularizase con una melodía diferente. Perrate la volvió a cantar como Dios manda, como la concibió El Planetaa la luna le pío… hace ya más años de los que podemos recordar, y Za! la hizo volar alto; tanto como para ir más allá de lo que los puristas horrorizados pudiesen tolerar; pero a los que estábamos allí, con los oídos y la mente abierta, nos fascinó.

Za! y Tomás Perrate / Javier Rivera

Fue también una novedad ver a Perrate tocar las percusiones además de cantar. Y lo hizo integrándose perfectamente en el concepto de grupo moderno, como él mismo denominó al trío humorísticamente. Se trajo unas congas que llevaban más de treinta años sin salir de su casa y a través de ellas dejó fluir una musicalidad que no le conocíamos. Las manejó más y mejor en un tema al que originalmente le habían puesto de nombre Tomwaitseando, que ahora han cambiado a Tomaseando, que comenzó con un ritmo como de chachachá, al que solo le hubiese faltado que la guitarra de Pau se pareciese más a la de Santana, para que se llenase de reminiscencias del Oye como va. Perrate no cantó flamenco, pero echó la voz arriba dejando volar una cascada de sílabas improvisadas, cortada por la trompeta, mientras el ritmo seguía, con él derramando flow.

La percusión dominó también el tema siguiente, que Perrate dedicó a Steve Kahn después de contarnos que este fue un fotógrafo de élite que anduvo por Morón atraído por la figura de Diego del Gastor y quedó preso del flamenco para toda su vida. Cuando Perrate comenzaba su carrera, Kahn le trajo una cinta con más de tres horas de cante inédito de su padre perfectamente grabado. Tal gesto merecía que le recordase con un palo básico de mucho sabor y volvió con otra seguiriya… anda ve y dile usté a mi pare como me veo… difícil, redoblá; Juanichi el Manijero, el Tío Borrico, la Tía Anica la Piriñaca, mirarían desde arriba con perplejidad lo que esa gente tan rara estaba haciendo con su Comparito mío; estaban desplazando la fidelidad debida con una música que enfatizaba su incomparable rítmica, gracias al impulso de la batería de Edi y de los arreglos electrónicos de Pau.

El propio Pau fue el protagonista de la pieza con la que continuaron. Nos contó como su abuelo solía llevarlo de la mano y andaban al compás del flamenco que este cantiñeaba; con el tiempo Pau quiso rendirle homenaje componiendo unas melodías a la guitarra, que aún manejaba de forma incipiente, y que ahora recordó para enviárselas a Perrate cuando daban los primeros pasos de este proyecto de Zape!. El maestro le devolvió un cantecito por tangos con la letrilla que el Lebrijano cantaba en Matita de romero, que Pau transformó totalmente con las falsetas de su guitarra eléctrica, montada al revés para su zurda, como hacía Hendrix. Su toque exudaba ternura; Perrate le dejaba espacio y apenas se arrancó en dos estrofas, Edi les acompañaba a las palmas con un compás sorprendente para alguien tan ajeno al flamenco.

Y llegó la soleá; la Casi soleá, mejor dicho, con su amalgama de doce compases que Za! redujo a cinco mientras Perrate cantaba por La Serneta de manera canónica. Sonido cósmico y meditativo reajustándose a la jondura del cantaó, experimentación y experiencia. La imagen primitiva del cantaó enmarcada en una unidad expresiva que difería de cualquier otra que hubiésemos escuchado antes. El tiempo transcurrió rápido y lento a la vez. Hasta que todo se aceleró con la furia del psycho funk que impulsó la fase primordial de esos Can que mencionaba al principio. Perrate no tuvo más remedio que adaptarse a ello y cambió el registro, pasando a rematar la pieza con unas bulerías de Antonia Pozo. Como si Lebrija fuese una ciudad de Alemania. Ellos las llamaron woolerías.

Y ahí hubiese terminado todo sino hubiesen vuelto los tres unos momentos y, parapetados detrás de las congas, con palmas y golpes a los parches, despedirse definitivamente con otras bulerías que permitieron a Perrate cerrar el círculo con las últimas palabras que salieron de su garganta: el ole es una palabra que no tiene explicación. Como tampoco la tenía lo que acabábamos de presenciar: tres músicos con total libertad para explorar su propio camino, pero los tres dirigiéndose hacia el mismo horizonte, unidos en el esfuerzo por romper el más allá. Los puntos de intersección de esos caminos nos dejaron los momentos más emocionantes que hemos vivido en torno a la música en directo desde hace mucho tiempo.

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