Periodismo como lejanía
De Haití a la Guayana holandesa, de Egipto a la Unión Soviética, Rosita Forbes recorrió el mundo a principios del XX y dejó su testimonio en las estupendas páginas que recoge ahora este volumen
Esas mujeres llamadas salvajes. Rosita Forbes. Trad. Catalina Rodríguez. Almuzara. Córdoba, 2014. 320 páginas. 21,95 euros.
Al tiempo que Ortega hablaba de "la gran lejanía que es el mundo", para explicarnos el misterio y el nudo la existencia humana, lo cierto es que esa misma lejanía se iba reduciendo de un modo vertiginoso, a consecuencia de la moda viajera y la sed de exotismo que gobernó las primeras décadas del XX. Ya en el XIX, Flaubert se quejaba de los turistas memos y desaprensivos que hacían pintadas en las piedras milenarias del Egipto para dejar constancia de su paso -de su inútil paso- por el mundo. No es este el caso de la intrépida Rosita Forbes, quizá uno de los más curiosos viajeros de aquella hora. Y cuando digo curioso no me refiero a su aparatosa e ineludible humanidad; sino a la verídica curiosidad que dirigió sus pasos en busca del Otro, como hará la vanguardia cuando encuentre en las culturas primitivas una pureza inextricable y una limpia extrañeza.
En una de sus páginas más felices, incluida en su estupendo Gipsy in the sun, Rosita Forbes describía a Lawrence de Arabia como un señor bajito disfrazado de espía, que mendigaba la atención de la concurrencia en un hotel de El Cairo. Ahí, el héroe de El Heyaz, el oficial de la inteligencia británica, se mostraba como lo que quizá fue: una refinada suerte de impostor, necesitado de reconocimiento y estima. Quiere decirse que, para la Forbes, el arquetipo del aventurero, el ideal de orientalista, no fue sino un señor cuya fragilidad, cuya egolatría, le impedían pasar desapercibido, incluso cuando se disfrazaba de lugareño. En Esas mujeres llamadas salvajes, la extravagancia british de Rosita Forbes no supone ningún obstáculo para acercarse, pasa saber, para dar noticia de aquello que la escritora ha decidido narrarnos. Por encima o al margen de la lectura feminista que pudiera hacerse a este volumen (una lectura, por otra parte, muy justificada), el mayor interés de las páginas aquí reunidas reside tanto en la sagacidad de la autora para advertir el interés de un hecho, como en el sesgo, decididamente antropológico, que adquieren algunas de sus narraciones.
Al igual que muchas personas cultivadas de su hora, Forbes ha leído The Golden Bough de Frazer; como muchos otros viajeros, la escritora británica viaja acompañada de la copiosa erudición de sus predecesores. No obstante, el resultado es, no una sesuda divagación folklórica, sino una estupenda colección de piezas periodísticas, escritas con inusual viveza, que recuerdan inevitablemente los relatos orientales que en aquel momento están escribiendo Chesterton, Mircea Eliade, Borges, Roberto Arlt y Agatha Christie (la obra se publicó en 1935). Como es obvio, el prejuicio de lo oriental, el interludio de lo exótico, está muy presente en estas páginas. Sin embargo, y a diferencia de quienes que encontraron en el Oriente una forma de lo amenazador o lo funesto, en el periodismo de Rosita Forbes adquiere la limpia consistencia de una vida otra. Ése es el sentido último del título del libro. No hay, pues, un claro enjuiciamento, una recusación, un pintoresquismo que encubre la mirada del colonizador ante el colonizado. Se trata, en mayor modo, de la humanísima e irrefrenable curiosidad de una señora bien, dotada de una considerable inteligencia.
Ni siquiera al entrevistarse con algunas mujeres de la Unión Soviética, la disparidad ideológica se sobrepone al interés, a la franca admiración, por quienes creían construir un mundo nuevo. Este mismo asombro lo hemos encontrado, por ejemplo, en Chaves Nogales. Lo cual nos da una idea de la conmoción y el vértigo que el experimento comunista produjo en la Europa burguesa de primeros del XX. En cualquier caso, la huella europea de Rosita Forbes se declara y se trasluce en otros lugares. Unos lugares donde las geografías remotas nos dicen, al cabo, su misterio. En las mujeres del fuego de la Guayana holandesa, en la sacerdotisa vudú de Haití, en las hechiceras de Java, en las mujeres fiera de América y de África, es la fascinación por lo sagrado, por unas fuerzas primordiales y atávicas, lo que dirige sutilmente su escritura. Entonces, la occidental Rosita Forbes se topa con lo irracional, se funde con lo exótico, y no se atreve a -no quiere- desmentirlo.
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