Pequeñas mezquindades
'El eterno pequeño burgués'. Ödön von Horváth Trad. Isabel García Adánez. Marbot. Barcelona, 2012. 218 págs. 17 euros.
Cuando Von Horváth escribe El eterno pequeñoburgués cuenta con veintinueve años; ocho años más tarde, en 1938, ya exiliado en París, un rayo fulminará al autor en los Campos Elíseos. Entre ambos sucesos, la celebridad y la muerte, se ha cumplido cuanto se anuncia y se presagia en estas páginas: el ascenso del nazismo, pero también el fuerte asentamiento de una ideología xenófoba, rudimentaria, hostil, cuyo origen es fácil datar en la dilatada penuria que azotó a los países que instigaron la Gran Guerra.
Roth, en su Izquierda y derecha (1929), ya había retratado a la juventud alemana desfilando nuevamente por Berlín, con ciego e inusitado brío. Y fue lugar común de las vanguardias un cierto anti-militarismo de entreguerras, excepción hecha de Marinetti y Lewis. La singularidad de Von Horváth, sin embargo, aparte su cínico humorismo, radica en una conocida paradoja: los viajes rara vez sirven para suavizar nuestros prejuicios; muy al contrario, el viajero suele volver lustrado y purificado en ellos. Los personajes de Von Horváth, ignorantes y mezquinos, actúan de ese modo groseramente cosmopolita. Mientras marchan en tren a Barcelona, camino de la Exposición Universal, se habla de Paneuropa, de las razas, del proletariado, de la paz, de la concordia..., pero sobre todo, se habla del prójimo como de un adversario, susceptible de extorsión y engaño. Lo más notable de esta obra, pues, no es tanto la divertida emulación del lenguaje bélico y amenazante de aquella hora, como el sustrato anímico donde coinciden el liberal, el nacionalista y el revolucionario. Dicho sustrato no era otro que la mutua desconfianza y el desprecio por el infortunio ajeno. Von Horváth, húngaro educado en Viena, describe admirablemente ese clima de escasez donde en breve germinaría el martirologio nazi. A pesar de ello, El eterno pequeñoburgués es una excelente obra de humor. Un humor de estricta raíz freudiana, donde el autor quiere dar nombre a lo indecible, que entonces asomaba sobre el siglo.
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