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Pepe Viyuela. Actor
Por muchas razones, Pepe Viyuela (Logroño, 1963) parece el actor perfecto para protagonizar Esperando a Godot, la obra de Samuel Beckett que desde su estreno, tal día como hoy hace 67 años, sigue ensanchado los límites de cuanto puede decir y significar el teatro. El año pasado, el sello Pentación apostó por una producción dirigida por Antonio Simón con Alberto Jiménez, Juan Díaz, Fernando Albizu, Jesús Lavi y el propio Pepe Viyuela en el reparto, que tras una temporada de gran éxito en el Teatro Bellas Artes de Madrid llega este jueves al Lope de Vega de Sevilla, donde estará hasta el domingo. Viyuela, clown fundamental, poeta y filósofo, comparte sus impresiones sobre la aventura.
-Beckett escribió Esperando a Godot inspirado en el music hall y sobre todo en el humor de Stan Laurel y Oliver Hardy. Dada su larga experiencia como payaso, ¿cuánto ha puesto usted de la misma en este montaje?
-Mucho, inevitablemente, aunque sea porque uno no puede negar de donde viene ni renunciar a lo que es. Pero sí es cierto que el director, Antonio Simón, quería una función de Esperando a Godot con vuelo de comedia, ligera, que jugara a favor del público. Es verdad que lo que cuenta la obra es tremendo, pero esa tragedia ya está en el texto, así que no había necesidad de subrayarla. Por el contrario, Beckett introdujo muchos momentos de humor, con chistes y juegos expresados de manera muy clara en los que poca gente repara cuando se habla de Godot, así que decidimos explotarlos. Más aún, lo que hacemos es proponer un canto a la vida a partir de lo que escribió Beckett. La obra habla de cosas muy serias, pero con este material podemos liarnos a llorar y concluir que nada tiene sentido o, por el contrario, mantener viva la esperanza. Porque, ¿qué pasa si la vida carece de sentido? ¿La respuesta adecuada es la sola amargura, o podemos dibujar un horizonte distinto aunque sea sin sentido? Samuel Beckett creía que sí. Y nosotros también.
-¿Cómo valora la reacción del público ante su montaje?
-Es muy diversa. Hay gente que viene sabiendo bien lo que es Esperando a Godot, que conoce la obra, que la ha leído o ha visto otros montajes, y o bien le gusta nuestra propuesta o bien no le gusta en absoluto. Algunos críticos han considerado que traicionamos el espíritu original de la obra por reducir el tono trágico, pero lo cierto es que la idea de Godot como una tragedia pura obedece a una tradición posterior a la misma obra, ya que Beckett, como decías, se inspiró sobre todo en referentes cómicos. Luego, hay gente que no conoce la obra y de nuevo hay a quien le gusta mucho y quien se aburre porque considera que no pasa nada. Y sí, claro, en Esperando a Godot no pasa nada. Pero lo que más me gusta es ver a gente joven que viene a vernos y descubre un mundo nuevo que le fascina. Es como si los jóvenes mostraran más afinidad. De acuerdo, hablamos de una obra compleja, pero como lo es la vida misma. Godot cuenta lo que somos a través de la escena.
-El filósofo Alain Badiou consideraba la obra de Beckett, y en concreto Esperando a Godot, como una expresión depurada del deseo humano: todos los personajes tienen razones de peso para quitarse la vida pero ninguno lo hace. ¿Qué opina usted?
-Cuantas más funciones hace uno de Esperando a Godot, más me inclino a pensar que Godot no es más que una invención que los dos personajes principales se han sacado de la manga para seguir viviendo y continuar juntos. Beckett nunca explicó quién era Godot: hubo quien insinuaba que podría tratarse de Dios, pero el autor dejó claro que si se hubiera referido a Dios lo habría hecho expresamente. Al final, entiendo a Godot como la quimera que te lleva a seguir viviendo, como la zanahoria que tira de ti aunque no quieras, algo que de hecho aparece tal cual en la obra. Toda esta riqueza metafísica y poética de la obra tiene que ver con el empeño en dar sentido a la vida. Se tiende a pensar que una vida sin sentido es una desgracia, pero lo que Beckett viene a decir, tal vez, es que la vida puede ser hermosa también cuando carece de sentido. De entrada, parece más fácil encontrar un sentido a tu vida cuando profesas una determinada creencia religiosa. Si por el contrario eres agnóstico, te enfrentas a la vida como a algo azaroso, algo extraño que intentas llenar de sentido, pero a lo mejor esto es justamente un sinsentido. ¿Por qué tiene que tener sentido la vida? Una cosa es la vida y otra su sentido, si lo tiene. Personalmente, cada vez estoy más convencido de que la experiencia humana encuentra una mayor plenitud en las cosas pequeñas: el amor, el placer, la riqueza de lo cotidiano. Si hay un sentido, está ahí.
-¿Fue muy difícil alcanzar el Godot que tenían en la cabeza?
-Más que difícil, yo diría que ha sido apasionante. El proyecto ha estado lleno de descartes, de búsquedas, de preguntas para los que no siempre había respuestas. De hecho, el proceso no ha terminado todavía: no podemos decir que tengamos la función entendida ni entonada, seguimos aprendiendo en cada representación, añadiendo y apuntando cosas. Aunque Antonio Simón ya no trabaja con nosotros, de vez en cuando viene a vernos y siempre surgen nuevas ideas. Así que Esperando a Godot es un pozo sin fondo, casi adictivo. Se trata de una obra difícil de hacer, sí. Es muy complicado montarla y salir airoso. Pero ese reto aporta a su vez una satisfacción enorme. Te confieso que a veces, cuando interpreto a mi personaje, no sé muy bien lo que estoy diciendo. Hay frases del texto que no he llegado a descifrar. Y esto me tuvo preocupado un tiempo, hasta que leí una anécdota que me ayudó bastante: un día, Beckett acudió a un ensayo de una producción de Esperando a Godot y uno de los actores se le acercó y le dijo: “No sé lo que estoy haciendo”. A lo que Beckett respondió: "Bien. Es mejor que no lo sepa". Luego, claro, como actor tienes que agarrarte a un determinado pulso desde el que construir tu personaje. Una vez encontrado, es más fácil. Aunque con Esperando a Godot nunca puedes acomodarte, eso seguro.
-Samuel Beckett ejercía un férreo control sobre todos los montajes de sus obras. Y ha quedado más o menos demostrado que la mejor opción a la hora de hacerlas es atenerse a sus indicaciones. ¿Es posible, sin embargo, encontrar matices propios?
-Durante los ensayos, Antonio Simón estaba todo el tiempo pegado al texto y a las acotaciones originales. Cada vez que teníamos la impresión de que nos habíamos perdido, volvíamos al texto. Así que comprendimos que para hacer Esperando a Godot lo ideal era regresar al punto de partida siempre que lo necesitáramos. Es ahí, en el texto, donde están los mejores asideros para hacer esta obra. Los herederos de Beckett siguen ejerciendo ese férreo control al que te refieres: de hecho, únicamente admiten la traducción de Ana María Moix, que es la que por supuesto hemos utilizado. Pero, a partir de aquí, sí que hemos introducido algunos matices propios, siempre desde el absoluto respeto a la obra. No son tanto innovaciones ni digresiones, sino consecuencias lógicas del paso del tiempo. Para empezar, el carácter hispano difiere en algunas cosas del carácter irlandés, y supongo que eso influye en nuestro trabajo. La traducción de Ana María Moix tiene ya algunos años, y desde entonces el lenguaje se ha desplazado un poco, sin más remedio. De modo que sí, hay pequeñas variaciones, pero no por una intención de nuestra parte sino por el simple hecho de que el teatro es un arte vivo.
-¿Del teatro se puede decir a estas alturas, como Galileo, que sin embargo se mueve?
-Sí. Yo tengo mucha esperanza y mucha confianza puesta en el poder del teatro. En su poder para explicarnos, para conducirnos a la realidad. Primero, porque se trata de una invención con varios milenios a sus espaldas que sigue funcionando con una precisión intacta. Que una comedia escrita hace dos mil años haga reír hoy al público demuestra muchas cosas. Pero también porque, gracias a mi trabajo con gente joven, he comprobado que quienes llegan hoy al mundo del teatro lo hacen exactamente con las mismas ilusiones, inquietudes y ganas que teníamos nosotros, los de las generaciones anteriores; las mismas que, supongo, han tenido desde antiguo todos los que han decidido dedicarse a esto. Si pienso en el público, a veces me entran dudas: la gente tiene a su alcance tantos estímulos, tan inmediatos y tan potentes, que parece difícil que el teatro pueda llamar hoy día la atención de alguien. Pero al mismo tiempo pienso que el teatro ofrece una experiencia de lo real absoluta, una verdadera rareza, magnífica y atractiva, por la que se invita a alguien a quedarse sentado en un sitio, mirar a otro alguien y apagar el móvil. Y precisamente por esta singularidad creo que el teatro tiene mucho futuro. En un mundo hipertecnologizado, el teatro por el teatro constituye una fenómeno de vanguardia.
-Quién iba a decir que este arte polvoriento que no interesaba a nadie iba a acabar convertido en estandarte de modernidad.
-Parece una paradoja, pero así es. Basta con ir a un teatro de marionetas y ver las caras que ponen los niños, reparar en sus gestos de asombro, en cómo ríen y en cómo se mantienen en vilo. Esas caras no las ves delante de una película de Disney. La escena tiene un poder mucho mayor, genera una fascinación superior. Ante una pantalla, el espectador no participa de la misma manera. No puede implicarse tanto, ni sentirse parte de lo que se está contando. Y quién no va a preferir lo mejor.
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