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María Dueñas retrata la inmigración española en Nueva York en los años 30 del pasado siglo con 'Las hijas del Capitán' (Planeta), la historia de supervivencia de tres hermanas

María Dueñas (Puertollano, Ciudad Real, 1964), con un ejemplar de su cuarta novela, 'Las hijas del Capitán'. / Gabriel Mármol
Braulio Ortiz

18 de mayo 2018 - 08:00

Sevilla/"En La Ideal compraban chuletas, mollejas y morcillas; con el pulpo se hacían donde Chacón; para el jabón, el tabaco y los trajes hechos iban a Casa Yvars y Casasín; para los remedios, a la Farmacia Española. Los tragos y el café los tomaban en el bar Castilla, en el café Galicia o en El Chorrito, donde su dueño, el catalán Sebastián Estrada, los atendía con sus más de cien kilos de energía contagiosa y les recordaba un día sí y otro también que la gran Raquel Meller era clienta asiduacada vez que pisaba la ciudad..."

Con su nueva novela, Las hijas del Capitán, María Dueñas continúa demostrando algo que ya apuntaba hace casi una década con su debut, El tiempo entre costuras: que en un mercado editorial que apuesta por ficciones endebles para conquistar al público también se pueden vender millones de ejemplares con narraciones trabajadas.

"Las mujeres eran las grandes ignoradas en las aventuras que se han contado de la inmigración"

El cuarto libro de la autora -tras su exitosa carta de presentación vinieron Misión Olvido y La Templanza- retrata ahora la comunidad española que durante la primera mitad del siglo XX se instaló en Nueva York. Allí, en los años 30, llegan, tras dejar su Málaga natal, las tres hermanas Arenas -Victoria, Mona y Luz- que heredarán tras la muerte en un accidente de su progenitor una ruinosa casa de comidas.

"Para mí, las mujeres eran las grandes ignoradas en las aventuras que se han contado de la inmigración, especialmente en España", asegura Dueñas, que presentó este jueves en Sevilla Las hijas del Capitán acompañada por el periodista de este diario Francisco Correal. "Parecía que eran sólo los hombres los que se iban, y es verdad que ellos igual daban el primer paso, pero a menudo arrastraban a sus esposas, sus novias, sus hijas o sus criadas... No teníamos una idea clara de cómo esas mujeres afrontaban el desarraigo, cómo se asentaban en el mundo nuevo, qué sentían, qué pensaban. Eran grandes olvidadas en la Historia, y a mí me apetecía recuperarlas en esta novela", explica la escritora manchega.

Esas mujeres "iletradas, ignorantes y pobres", como las define uno de los personajes, tendrán que aprender a valerse por sí mismas y sobreponerse a la adversidad, pero también conocerán el apoyo de sus vecinos, la red de solidaridad que se teje entre los desfavorecidos. "Algunos inmigrantes que en aquella época eran niños me han contado su recuerdo de aquellos años y me hablaron de cómo se ayudaban entre ellos. Acogían a las familias que venían, les hacían sitio en un apartamentito hasta que encontraban un trabajo, si se les ponía un niño malo entre todos pagaban el médico... Se daban los unos a los otros porque estaban solos, eran un granito de arena en la inmensidad".

Dueñas conocía por experiencia propia el desarraigo "y eso de estar en un país que no es el tuyo" -ella pasó por universidades estadounidenses, como la protagonista de su Misión Olvido-, pero con Las hijas del Capitán no le interesaba tanto explorar ese sentimiento como indagar en lo que significaba "irse al extranjero entonces. Hoy tenemos aviones, teléfonos móviles, ordenadores para hablar por Skype, pero esta gente se iba y no sabía si tendría dinero para un pasaje de vuelta, y se comunicaba por cartas que igual tardaban semanas o meses en llegar", comenta la autora.

A Dueñas tampoco le atraía "el Nueva York turístico" sino "la vida de barrio, los sitios concretos por donde se movían los habitantes de la colonia". Para ello encontró una fuente indispensable en La Prensa, la publicación que montó el empresario José Camprubí, hermano de Zenobia y cuñado de Juan Ramón Jiménez. En sus páginas se topó con una sorpresa, la "cantidad de night clubs y sitios de espectáculos" que programaban en aquel tiempo para los inmigrantes españoles. "Había tango, copla, rumba cubana... Un conductor que había vivido en la calle 14 me dijo que en un tramo llegó a haber cuatro tablaos", señala la novelista, que contagia de esa pasión por el showbusiness a sus personajes, que planean convertir su casa de comidas en un cabaret.

En la novela se suceden las celebridades con las que convivió la comunidad hispana. Entre ellas, Rita Hayworth, "hija de un sevillano de Castilleja de la Cuesta, Eduardo Cansino, bailarín y actor. Uno de los familiares tenía una academia de baile, pero debía de ser modesta porque los anuncios que ponían en el periódico eran muy pequeñitos. He visto fotos de la Hayworth con su caracolillo y sus lunares, muy flamenca, porque el padre la puso a bailar muy joven. Cuando se fue a Hollywood cambiarían su aspecto por completo". En aquellos años el músico Xavier Cugat triunfaba en el Waldorf Astoria. "Fue el precursor de los ritmos cubanos y caribeños adaptados al gusto del público de los Estados Unidos, y era famosísimo. Lo recordamos de viejo con el peluquín, el caniche y la novia 40 años más joven, pero fue un genio, alguien legendario", analiza Dueñas, que también convierte en personaje a Alfonso de Borbón y Battenberg, conde de Covadonga, "que fue durante muchos años príncipe de Asturias y heredero al trono, y que renunció a todos sus derechos de sucesión y fue la comidilla de todos los periódicos cuando se enamoró de una cubana".

¿Por qué la presencia de los españoles no dejó tanta huella en Nueva York como la de italianos e irlandeses? Dueñas no duda a la hora de dar una respuesta: "Por cuestión de números. Los italianos y los irlandeses fueron muchísimos más que los españoles. Ellos fueron cientos de miles, y los españoles, en los años 30, eran unos treinta y tantos mil".

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