Paseo por las calles de nuestro tiempo

La ciudad sin imágenes | Crítica

Juan Gallego Benot publica La ciudad sin imágenes, un ensayo en el que se reflexiona acerca de la sociedad urbana

Juan Gallego Benot, fotografiado hace unas semanas en el Espacio Santa Clara, donde presentó ‘Las cañadas oscuras’.
Juan Gallego Benot. / Juan Carlos Muñoz
Gonzalo Gragera

01 de octubre 2023 - 06:00

La ficha

La ciudad sin imágenes

Juan Gallego Benot

La Caja Books. Valencia, 2023. 128 páginas. 10,90€

Juan Gallego Benot (Sevilla, 1997), estudioso e inteligente, poeta y crítico de arte, acaba de publicar La ciudad sin imágenes (editorial La Caja Books), un libro donde se retoma la tradición de la figura del flâneur y en el que se divaga sobre tres ciudades que el autor bien conoce –Madrid, Londres y Sevilla-. El propósito consiste en pensar acerca de nuestras relaciones con el entorno, y, sobre todo, descifrar el lenguaje de este entorno –la calle, el monumento, el museo-; es decir, qué nos dice lo urbano para así delimitar el mapa de nuestro tiempo.

El autor, al inicio del ensayo –o crónica-ensayo, no sé-, nos presenta un protagonista que padece prosopagnosia, un trastorno neurológico que impide recordar rostros familiares o nombres de gente cercana. A este individuo, por tanto, sólo le queda recurrir a la imaginación para situarse, para memorizar caminos, ubicaciones. Digamos que reelabora un lenguaje predeterminado, construyendo así nuevos discursos a lo ya conocido, a lo habitual. Y con este discurso renovado, el cual modifica lo predecible, lo sabido, llegamos a una serie de reflexiones que nos ayudan a mirar con otros ojos. Eso es la poesía, supongo.

Pero en La ciudad sin imágenes, como indica Gallego Benot, no importan los géneros –un criterio muy estimulante-. Aquí lo relevante es la idea. Las tesis que se van desgranando del libro. Qué acertado está el autor cuando escribe de esos comercios que recrean, en el presente, un pasado que nunca existió. En Sevilla –nostálgica ciudad que en ocasiones peca de presumir de pasados ficticios- conocemos unos cuantos. Son esas tiendas o bares que ofrecen una impostada estética costumbrista, o de toda la vida, y que en resumidas cuentas no son más que un producto de nuestra época para captar la atención de extranjeros o de visitantes –o de autóctonos ingenuos-. Y así montar el negocio.

Respecto de Sevilla también nos resulta sobresaliente el pasaje acerca del río Guadalquivir. Un texto con una leve dosis de prosa poética que nos retrotrae, inevitablemente, a Cernuda y a Ocnos –con esa tríada entre lo autobiográfico, lo reflexivo y lo poético-. Al igual que sucede en el libro del poeta nacido en la calle Acetres de Sevilla, en este escrito de Juan Gallego Benot lo circunstancial es el paisaje, el sitio, la ciudad. Lo sustantivo radica en cómo desenvuelve el autor la idea a lo largo del texto. Cómo parte de la anécdota para alcanzar trascendencia. Discurso. Y así concluye con una frase soberbia, que podríamos interpretar –es probable que me equivoque- como una declaración de intenciones en una ciudad que tiende a lo reaccionario y a lo encorsetado, a lo convencional y al pastiche –y de aquí y de allá-. “Yo no quiero la destrucción de los iconos, sino la blandura sobre ellos, una ráfaga opaca que pueda paralizar las esquinas, eliminar las formas del paseo”.

En La ciudad sin imágenes también se trata la dicotomía ciudad-campo. Lo urbano y lo rural. Es un debate cultural manido -en el cine y en la literatura se nos ocurren varios ejemplos recientes-, pero a pesar de ser un asunto trillado, y como sucede en casi el total de este libro, no crece aquí el árbol del tópico ni se construye el edificio del cliché. Para nada. El último texto del ensayo es un notable artículo acerca de la relación entre la poesía –sus poetas, para ser exactos- y la imagen que tenemos de lo rural. Una imagen tergiversada por la idealización. Señala Juan Gallego Benot, agudo, que el campo, la idea que hoy tenemos de lo campestre, no es más que un reflejo proyectado por la sociedad urbana -por clases privilegiadas, como los intelectuales-.

El análisis original, como decíamos, predomina en el libro. Pero cabe añadir que la originalidad supone riesgos, claro. No puede ser de otra forma. La síntesis entre la crónica, el ensayo y el poema puede ocasionar al lector un estado de desconcierto. Sin duda es una idea excepcional la de presentarnos a un hombre sin memoria –sin pasado- como protagonista de un discurso que nos invita a reflexionar desde otro ángulo. Y es igualmente una idea excepcional que ese hombre sin memoria sea el punto de partida de un libro en el que converge el ensayo y el poema. Pero quizá lo ensayístico necesite precisiones, lo que no sucede en expresiones del libro que quizá resulten algo herméticas.

No obstante, el resultado es más que notable. Con ecos de El Paseo de Robert Walser o de los escritos sobre la ciudad moderna, de Baudelaire, Juan Gallego Benot traza un itinerario que comienza en un espacio y termina en una época. Para orientarnos hacia dónde vamos y descubrir de dónde venimos.

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