Paco Cuadrado, una apuesta por la verdad
OBITUARIO
Trabajador incansable, entusiasta enamorado de la pintura y uno de esos raros conversadores que saben apartar las diferencias para buscar un terreno común con el interlocutor, hecho de ideas y sobre todo de afecto. Ese era Paco Cuadrado. Todo eso hemos perdido con su muerte este lunes a los 78 años de edad.
Paco Cuadrado nació en 1939 en la Avenida de Miraflores, en el Retiro Obrero. Su padre, trabajador de la Fábrica de Artillería (Fundición de cañones), y su madre, costurera, no dudaron en apoyar la inclinación a la pintura del mayor de sus hijos varones. Muy pronto comenzó a asistir a la Escuela de Artes y Oficios y de allí pasó, como becario, a la de Bellas Artes. Compañeros más veteranos lo recordaban como un chiquillo que llegaba corriendo desde su casa, no demasiado alejada de la Escuela.
Viajó a París, donde por entonces andaban Paco Cortijo, Santiago del Campo y Luis Gordillo, y al acabar los estudios decidió instalar en el lavadero de su casa su estudio de pintor. Lo ayudó Paco Cortijo con el que mantenía una fuerte amistad y al que a veces decía considerar su maestro.
Ciertamente los dos pintores y Cristóbal Aguilar fueron el núcleo en Sevilla de Estampa Popular, una línea de trabajo que pretendía, desde la pintura, una labor de agitación contra el franquismo. Solían comenzar las exposiciones con unas palabras y casi de forma inmediata les ordenaba callar el delegado gubernativo -con frecuencia un policía de la llamada brigada político-social- que ordenaba terminar el acto. La intención de Estampa Popular era también formativa y sus obras tenían precio asequible. No creo que fueran numerosas las compras de trabajadores pero aquellas obras escuetas y muchas veces duras, mostraban un rostro diferente del arte, un camino alternativo no ya a la inmóvil cultura de esta ciudad, sino al mito de la gran obra y al culto idólatra de la belleza. Para algunos, Estampa Popular fue una incómoda china en el zapato, para muchos fue el inicio de otro modo de entender el arte.
El trabajo de Cuadrado en esa época destaca por su difícil sencillez: un trazo decidido que parecía transmitir vigor a la vez que la figura. Así, El abuelo de la pelliza, que presentó en la azotea de su casa y comentó con acierto Rafael González Sandino. Quizá fuera este vigor de la línea lo que hizo de él un buen grabador. Pero ese mismo vigor hizo que sus obras soslayaran cualquier épica y mostraran, con dureza, desde luego, pero de forma directa, la situación en el campo, los barrios obreros y la prisión que sufrió más de una vez por su insobornable compromiso.
Denuncia y pintura corrían parejas en su obra. Por eso, cuando Estampa Popular inició su ocaso, él siguió en esa misma línea, hasta 1974 cuando recogió en una serie de grabados las protestas de Carmona contra la falta de agua. Reprimidas por la Guardia Civil, costaron la vida a Miguel Roldán Zafra que murió a consecuencia de los disparos.
Después las cosas se hicieron más difíciles: como solía decir, con el fin de la dictadura se quedó sin ideas. Era una exageración porque de inmediato comenzó a explorar otros caminos: las espadañas de Sevilla, los campos cercanos a su casa en Mairena del Aljarafe, enclaves de la Sierra de Huelva, del Guadalquivir o el Huerto de Mari Paz, su mujer, fueron otros tantos territorios de búsqueda. En estos años fue decisivo el color y un tratamiento del objeto que cubría por completo el lienzo: ahora no era el trazo sino el pigmento, la materia, la que vibraba a la vez que el objeto representado. Simultaneaba además la pintura con clases que fueron para muchos iniciación al arte.
Con Paco Cuadrado se nos van muchas cosas. Una de ellas, un modo de ver el arte y en particular, la pintura, como una prolongación de la propia personalidad, sin ansias ni ambiciones que pudieran entorpecer ese modo de ver y sentir las cosas.
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