Pacheco, mucho más que un pintor
El Bellas Artes de Sevilla revela todas las facetas creativas del maestro de Velázquez en una didáctica exposición que subraya su condición de escritor humanista.
La rica aportación de Francisco Pacheco (Sanlúcar de Barrameda, 1564-Sevilla, 1644) al mundo cultural y artístico enlaza el final del Renacimiento y el primer Barroco con nuestro presente en la muestra que acoge hasta el 12 de junio el Museo de Bellas Artes de Sevilla. 58 obras, entre pinturas, dibujos, libros, esculturas, policromías e incluso poemas construyen un retrato poliédrico de un humanista que, a su valía como creador, sumó una enorme influencia entre discípulos de la talla de Diego Velázquez y Alonso Cano.
En la Sevilla de comienzos del siglo XVII Pacheco desarrolló además una ingente labor teórica: aquí escribió el Arte de la pintura, su antigüedad y grandezas, considerado junto a los Diálogos de la pintura de Vicente Carducho (1633) el gran tratado artístico español. El original que atesora la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, una edición póstuma impresa en 1649 por Simón Faxardo, es una de las joyas del conjunto reunido en Francisco Pacheco. Teórico, artista y maestro, la gran exposición de producción propia del Bellas Artes para este curso. Admirar este Arte de la pintura acompañado de escritos sobre cuestiones iconográficas que Pacheco compiló en 1631 -como prueba otro conjunto de manuscritos en pergamino que cede la Biblioteca Nacional- es una parada obligada en la sala IV del Bellas Artes, primer ámbito de esta exposición y donde descuella el Libro de descripción de verdaderos retratos, de illustres y memorables varones, uno de los manuscritos más bellos del Siglo de Oro, que presta la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid.
Iniciado en 1599, este libro permaneció en Sevilla hasta la segunda mitad del siglo XIX y regresa ahora, siglo y medio después, a la ciudad cuyo ambiente cultural y social literario en torno a 1600 reflejó en sus páginas. Retratos es una recopilación de varones ilustres (escritores, pintores...) hecha a la manera del Renacimiento, y donde Pacheco aúna biografía, perfiles, aportaciones literarias como versos y sonetos, e incluso comentarios literarios de ciertas obras. "El manuscrito lo presentamos abierto por la página dedicada a Fernando de Herrera, el gran poeta del Renacimiento sevillano, cuyos versos editó el propio Pacheco, que fue un magnífico literato y mantuvo contacto con escritores como Lope de Vega", explica Ignacio Cano, conservador del museo, ante la vitrina que custodia el Libro de Retratos y cerca de la aplicación informática que, realizada por el Bellas Artes, permite al visitante consultar de forma interactiva sus contenidos.
Con 100.000 euros de presupuesto, el Bellas Artes ha implicado a todos sus departamentos en este proyecto científico, como recoge el catálogo editado por la Consejería de Cultura con motivo de la muestra. La directora de la pinacoteca quiso resaltar de un modo especial la labor del equipo de restauración y conservación, ya que una decena de obras han salido de los almacenes y depósitos del museo para incorporarse a las salas de temporales en esta muestra que, según Valme Muñoz, "no pretende ser una antológica exhaustiva de Pacheco sino ofrecer el relato plural de un artista polifacético en cuya persona se unen los mundos clásico y renacentista con los preceptos reformistas del Concilio de Trento, pues si Pacheco cultivó en sus inicios temas mitológicos, no menos cierto es que, en su madurez, también actuó de censor para la Inquisición".
La exposición, con un cuidado montaje de Isidoro Guzmán, se distribuye en torno a tres ejes temáticos: El teórico del arte, El artista y El maestro. Anoche, durante su inauguración, la consejera de Cultura Rosa Aguilar subrayó "la oportunidad que esta cita brinda para acercarnos a un artista completo, implicado en todos los saberes y expresiones desde el punto de vista cultural". Para contribuir a ese empeño, la muestra cuenta con préstamos excepcionales: al Prado, el Lázaro Galdiano, la Biblioteca Nacional y la de la Universidad de Sevilla se suman la Biblioteca del Palacio Real, el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), la Fundación Rodríguez-Acosta de Granada y la Catedral de Sevilla, así como diversas parroquias de la provincia y colecciones particulares de toda España.
El primer ámbito, en la ya referida sala IV, incluye también una impactante selección de dibujos de Pacheco, como una Envidia fechada en 1604 que, procedente de la Biblioteca Nacional, nos ilustra sobre el buen manejo que el suegro de Velázquez poseía de la pluma y de la aguada. Se trata, como La caída de Faetón, del mismo año, de uno de los dibujos preparatorios que el artista realizó para pintar el techo del salón que hoy lleva su nombre en la Casa de Pilatos, un ciclo de temática profana que nos muestra, como los techos pictóricos del Palacio Arzobispal y los de la casa del poeta Arguijo -recientemente restaurados por el Bellas Artes y que atesora el Palacio de Monsalves- un capítulo clave del humanismo que impregnó el arte sevillano a comienzos del XVII.
Y es que Pacheco, como recuerda Valme Muñoz, "trabajó con mucho detalle el dibujo y solía hacer bocetos preparatorios de pequeño tamaño con grupos compositivos separados. Maduraba mucho las ideas antes de plasmarla en el papel y, aunque defendía el trabajo del natural, hay en sus dibujos una impronta muy acusada de los grabados y estampas que circulaban por la adinerada Sevilla de la época".
Una de las aproximaciones más sugerentes de este proyecto, subraya la directora del Bellas Artes, es la que ilustra la relación directa que se da entre las obras de Pacheco y las de su discípulo más querido. "Parece lógico que sea el pupilo quien sigue el modelo de su maestro, pero en esta selección pueden verse muchas obras donde es Pacheco quien mira a Velázquez", explica Muñoz ante la Inmaculada Concepción que Pacheco ejecutó hacia 1630 y cede, para su exposición por primera vez, la Colección Granados. En esta obra de pequeño formato, realizada al final de su producción, el maestro se inspira en la Inmaculada que su discípulo había pintado una década antes y que ahora cuelga entre las obras mayores de la National Gallery de Londres.
El recorrido, en el segundo ámbito de la muestra, El artista, reúne tres de las cuatro pinturas de Pacheco que decoraban el claustro grande del convento de la Merced Calzada de Sevilla (una de ellas la aporta el MNAC), que se muestran próximas a San Juan Bautista y San Juan Evangelista, dos de los cuatro óleos sobre tabla que atesora el Prado (los otros dos, depositados en el Centro Velázquez de la Fundación Focus-Abengoa, no han sido cedidos para la muestra). El empeño y entusiasmo del equipo del Bellas Artes ha logrado, sin embargo, que las ausencias no pesen demasiado en el conjunto al presentar por primera vez al público obras tan delicadas como las tablas San Juan y San Mateo y San Lucas y san Marcos, recientemente restauradas en la pinacoteca, donde Pacheco se abre a los nuevos aires naturalistas de la pintura europea dulcificando los rostros y suavizando el dibujo.
En el tercer y último tramo del recorrido, El Maestro, el Bellas Artes descubre además dos óleos sobre madera incorporados en 2011 al catálogo del artista por el profesor Benito Navarrete y donde Pacheco representó (1616-18) a las patronas de Sevilla, Santa Justa y Santa Rufina. Son obras de gran parecido con la Inmaculada de la Fundación Focus, de autoría finalmente velazqueña, y muestran, según defiende Lourdes Páez Morales en el catálogo de la exposición, "que el inflexible Pacheco, que había modelado el pincel de uno de los mejores pintores de todos los tiempos, acabó influenciado por su propio discípulo, aprendiendo de él y sucumbiendo a su arrolladora personalidad".
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