El libro y el hombre
Otra vida por vivir | Crítica
Theodor Kallifatides, nacido en Grecia pero sueco de adopción, habla del desarraigo y de los vínculos con la lengua materna en 'Otra vida por vivir'
La ficha
'Otra vida por vivir'. Theodor Kallifatides. Traducción de Selma Ancira. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019. 160 páginas. 14,50 euros
No conocíamos en España la prolífica obra de Theodor Kallifatides, escritor griego de largo aliento (81 años), pero sueco de adopción, tras vivir casi medio siglo en Suecia, el país al que emigró en 1954. Nacido en 1936 en el Peloponeso, en Moloi (al inicio, por tanto, de la dictadura de Metaxas y de la llamada Tercera Civilización Helénica), Kallifatides se define como un griego de la diáspora.
Su biografía es el reflejo de la de aquellos miles de griegos que, como en el caso de otras diásporas (armenios, sicilianos, yugoslavos, turcos), tuvieron que dejar Grecia para buscar nuevas tierras de promisión. De Otra vida por vivir señalaremos el calado humano que se desprende de esta reflexión sobre la condición del expatriado.
Kallifatides traza en este librito un cabal retrato de sí mismo. Hablamos de un escritor afamado, que es conocido en los círculos culturales, que escribe y traduce a buen ritmo, que recibe premios literarios en Grecia y en Suecia. Pero que de pronto, paralizado un buen día, se queda sin saber qué decir, qué escribir. En caso de poder salir del marasmo creativo, tampoco sabría decir cómo podría afrontar el último reto, el último libro, si en el sueco habitual con el que ha desarrollado su obra, o si en griego, con lo que esto supone de cierta inmolación.
Un tema recurrente aquí es la relación del escritor con su lengua materna. Toda emigración conlleva un suicidio parcial. "No mueres. Pero muchas otras cosas mueren dentro de ti. Entre otras, tu lengua", dice el autor. Kallifatides supo preservar el tesoro de toda matria, que es la lengua natal. En sueco, idioma que ama también, escribía por logística práctica. Pero nunca perdió su griego, el "acto de amor" que le supuso no olvidar la raíz. Una cosa es abandonar la vieja higuera, la raigambre, y otra bien distinta decidir olvidar para siempre la luz primera de la palabra.
El autor decide regresar a Grecia en 2016. Como suele suceder en algunos casos, no es un viaje más, sino un tornaviaje. El autor recuerda a Philip Roth cuando éste decía que uno no puede escribir cuando los recuerdos lo abandonan. Kallifatides vuelve a Grecia. Confirma que no ha olvidado nada, pero los recuerdos ya no lo calan. La memoria no son más que fotografías. "Yo mismo –escribe– me iba pareciendo cada vez más a una vieja fotografía de mí mismo". El supuesto júbilo interior por volver a Grecia casi se convierte en incordio y pesadumbre. Nada logra su caladura. En definitiva, no se puede volver. El reencuentro fracasa.
El contexto de esta vuelta no puede soslayar el desgarro social vivido por Grecia durante la gran crisis, cuyos efectos aún perduran (Syriza ha confirmado la pérdida de todo encanto tras las recientes elecciones griegas). Kallifatides visita el país en 2016 y aprecia los visibles arañazos de la miseria. Aparte, el empobrecimiento moral de estos últimos años resulta estremecedor.
Cierto es que la Grecia contemporánea está copada por trágicos episodios colectivos. Así la insensata expansión por Asia Menor tras la Primera Guerra Mundial, la terrible ocupación alemana en la Segunda, el corolario posterior de la guerra civil griega, la dictadura de los coroneles, la emigración masiva. Muchos de estos traumas los ha vivido la generación de la que forma parte Theodor Kallifatides.
Pero nada, como hemos dicho, puede parecerse a la pobreza moral y material que se explicita en las actuales calles de Atenas. Ni siquiera, evoca el autor, cuando los griegos expatriados de Asia Menor y el Mar Negro en 1923 (los turcos del yogur, como llamaban los griegos continentales a sus hermanos anatolios) se instalaron en Atenas en infames barracas.
Podría pensarse a tenor de lo reseñado que Otra vida por vivir es una especie de correlato histórico sobre la Grecia actual. Aun siéndolo en parte, lo que prevalece es la lucha emocional del escritor, el intento de volver a celebrar la lengua materna, de querer escribir otra vez el que puede ser su último libro. En concreto éste, el que estamos comentando.
En su Moloi natal, adonde regresa para un homenaje que le ofrecen en un instituto, el autor renacerá de su marasmo. Unos chicos recitan a Esquilo y devuelven al autor a su tierra, a su lengua, a la vida misma. Antes había hecho de turista interior (turismo de la interioridad), recorriendo la Argólida y Laconia por el Peloponeso: Epidauro, Nauplia, la conmovedora Mistras, Esparta. Pero es en el homenaje en Moloi donde el autor recobra la vida misma, la necesidad de la escritura.
Tras escuchar a los niños recitar a Esquilo en griego, Kallifatides lo comprende todo. Entiende que su primera lengua, el griego, es palpitación y la segunda, el sueco, cavilación. "La primera brotaba de mis entrañas, la segunda de mi cerebro. El problema era ensamblarlas", dice. El ensamblaje es este libro, que va, por supuesto, mucho más allá de las cuitas de un viejo escritor al que se le funden las luces.
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