Orlinski: canto, música y espectáculo
JAKUB JÓSEF ORLINSKI | CRÍTICA
La ficha
****XL Femás. Programa: Obras de Antonio Vivaldi y Georg Friedrich Haendel. Contratenor: Jakub Jósek Orlinski. Il Giardino d’Amore. Violín y director: Stefan Plewniak. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado, 1 de abril. Aforo: Lleno
En cuestión de cinco años, el cantante polaco Jakub Jósef Orlinski ha pasado de ser un desconocido a encumbrarse en todo lo alto del star sistem. Tanto que pocos recordaban que ya estuvo en el Teatro de la Maestranza en marzo del 2018 como uno de los personajes secundarios de la ópera Rinaldo de Haendel. Por entonces se cumplía apenas un año de su graduación en la Juilliard School, pero muchos ya le adivinábamos un futuro inmediato lleno de éxitos en la muy competitiva cuerda de contratenores.
En este lustro Orlinski ha sabido conjugar el uso cada vez más subyugante de su voz, la capacidad de transmisión de afectos y sentimientos y también, por qué no, la construcción de una imagen desenfadada, de joven desenvuelto de su época, que se dirige con desparpajo al público y que lanza continuos guiños a su legión de seguidores. La manera, por ejemplo, de desabrocharse la chaqueta, sus entradas y salidas, su interacción con los músicos, la captatio benevolentiae en su alocución al público, son todos gestos que pueden parecer no premeditados. Puede que sí, puede que no, pero el caso es que la atracción Orlinski trasciende el puro plano del canto para convertirse en un producto del márquetin. La ventaja, en este caso, es que el márquetin, a diferencia de lo que suele ocurrir, no enmascara un producto defectuoso o mediocre, sino que potencia la excelencia de lo que el polaco ofrece a los oyentes.
Efectivamente, Orlinski es un sobresaliente cantante que domina los recursos retóricos y expresivos del canto. Empezó con la voz algo fría y sin brillo en A dispetto d’un volto, pero con Torna sol per un momento mostró una de sus principales armas, la de desplegar una atrayente y seductora línea de canto, ligando las frases con elegancia, con gusto y también con afectividad. Largas frases, notas sostenidas, messa di voce en el da capo, diseñaron versiones realmente conmovedoras de las arias más tiernas, como las tres propinas que ofreció (Sovente il sole, de Andromeda liberata de Vivaldi; Se in fiorito ameno prato, de Giulio Cesare de Haendel; Dove sei, amato bene, de Rodelinda de Haendel). El uso de reguladores estuvo siempre al servicio de la empatía con la letra y el momento de cada escena y no como mero vehículo de exhibición. No desdeñó tampoco el despliegue pirotécnico en el que puede brillar su registro superior, el más rico en armónicos de su espectro, con cascadas de semicorcheas, largas vocalizaciones y ornamentaciones en las cadencias. Todo ello aderazado por un fraseo lleno de acentuaciones, de energía y de fuerza dramática.
A Il Giardino d’Amore, en una formación minimalista, le faltó algo más de cuerpo en su sonido y un empaste sólido en todo el programa. De la mano de Plewniak atacaron con energía a la vez que con sensibilidad en los espectaculares conciertos vivaldianos en los que el propio Plewniak (de sonido algo romo) también se lució en la endiablada escritura vivaldiana, con cadencias apabullantes. En el Largo del concierto RV 273 aprovechó la delicadeza del acompañamiento para prácticamente improvisar una línea sinuosa llena de recovecos ornamentales de gran belleza. Y en primer tiempo del Grosso Mogul chisporrotearon de forma rutilante las largas tiradas de bariolages graduados con sumo detalle en su intensidad y dinámicas.
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