Oriol Bohigas desde estas exóticas latitudes
Tribuna de opinión
Un homenaje desde Andalucía a la memoria del arquitecto barcelonés al que sus intereses culturales situaron en una dimensión que pocos de sus colegas han alcanzado
Pocos arquitectos españoles han alcanzado la dimensión de Oriol Bohigas a lo largo del siglo XX. Un personaje polifacético, cuya importancia trascendía el estricto perfil de profesional convencional. El despacho Martorell, Bohigas & Mackay, iniciado por los dos primeros en 1951, produjo obras acompasadas con la evolución de la modernidad avanzada y tardía. Pero sus facetas de activista cultural, escritor y pedagogo, polemista y político, le situaron en un plano diferente.
Cuando el siglo declinaba, el Institut de Cultura de Barcelona le organizó una exposición personal en el Palacio de la Virreina, con su correspondiente catálogo, dentro de la serie Modernos Contemporáneos. Después de las de Leopoldo Pomés y Eudald Serra, la tercera fue Oriol Bohigas. Pasión por la ciudad. Excelente definición, tras haber trascendido sus posiciones críticas a la práctica municipal en dos tiempos, desde la primera corporación democrática, presidido por Narcis Serra, coincidiendo con Eduardo Mangada en Madrid y conmigo en Sevilla, en pos de un urbanismo alternativo, hasta impulsar la construcción de la Barcelona Olímpica de 1992. Con Pasqual Maragall se impuso con entusiasmo el discurso que establecía que el futuro era de las ciudades dinámicas y atractivas. Un internacionalismo urbano que acabaría disuelto en el ensimismamiento del nacionalismo independentista, hacia el que derivó el propio Bohigas, deslizado de las coordenadas del PSC a las de ERC.
Me impresionó aquella exposición de la Virreina, en la que la mano de su comisario Juli Capella interpretó lo fascinante del personaje "diferente". La presencia de docenas y docenas, ¿o eran centenares?, de sus calcetines de colores, ponía ante los ojos del espectador lo que cualquier día solo se podía atisbar mirándole a los pies. Pero en el catálogo prevalecían los textos selectos, dedicados a la diversidad de sus facetas, desde Manuel Vázquez Montalbán a Pasqual Maragall, de Josep A. Acebillo a Manel de Solá-Morales, de Vittorio Gregotti a Beth Galí, "recuerdos personales".
Entre los míos prevalece cuando coincidimos en la preparación de la exposición dedicada a España: vanguardia artística y realidad social en la Bienal de Venecia de 1976. Su atractivo como polemista estimulaba coincidir con él. Así, en coloquios como como los que recuerdo en Santander, Salamanca, Valencia, Barcelona, o Sevilla. Especialmente en 2003, cuando me correspondió presentarle en el homenaje que le hizo la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Sevilla.
Su mirada iba preferentemente al Mediterráneo, y al norte. Pero durante los largos años de la Dictadura, su interés por España se manifestó en múltiples ocasiones, y con frecuencia en busca de diferencias. Un ejemplo, su libro Arquitectura española de la Segunda República, primera edición de 1970 en Tusquets, en el que trata el precedente de las exposiciones de 1929 en Barcelona y Sevilla. El prejuicio sobre las "insólitas latitudes culturales de Sevilla" le permitían "vislumbrar el distinto nivel de próxima integración cultural que se respiraba en Cataluña o en el resto de España".
Pero antes había dejado escritas palabras ajustadas sobre Granada y la Alhambra en particular. Convocado junto a otros arquitectos, visita la ciudad y publica en la revista Arquitectura, en 1962, su artículo "Granada, hoy": "La Alhambra nos hace intuir una vuelta a la frescura directa y apasionada de la arquitectura". Nueve años después de que se editara el Manifiesto de la Alhambra, redactado por Fernando Chueca, dice que fue un "aldabonazo certero en un ambiente bastante arcaico", pero que "por salir de esta mentalidad central entonces no debió convencer demasiado ni a los mayores ni a los más jóvenes". Releer aquel texto de hace sesenta años, accesible por internet, puede ser hoy un justo homenaje a la memoria de Oriol Bohigas desde Andalucía.
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