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CULTURA
Y ya van seis. El Festival Flamenco Valle Gitano completó la noche del sábado en los Jardines del Valle su sexta edición, consolidándose paulatinamente como una cita que brota del corazón de la ciudad.
El modelo es idéntico al de festivales históricos como el Potaje de Utrera, y aunque prescinde del elemento gastronómico, evoca el mismo aire familiar, pueblerino en el más noble sentido de la palabra. Es difícil no sucumbir al discreto encanto de una noche primaveral aderezada con ambigú, el olor del romero brotando de los bolsillos de las guayaberas y la fragante presencia de la gitanería sevillana, que acude puntual a la cita de "el Valle".
Es cierto: el modelo de los festivales de verano puede ser tedioso; pero perpetúa una forma de disfrutar el flamenco eminentemente popular, y no andamos sobrados de iniciativas con ese cariz. No en vano, la noche del viernes la Hermandad homenajeó a la Peña Torres Macarena, que resiste pese al desinterés institucional y las quejas de los vecinos. Porque los homenajes son un ingrediente ineludible en la receta festivalera. Este año estaba cantado: la bailaora trianera Manuela Carrasco, Premio Nacional de Danza, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, "gitana de padre y madre" se retira de los escenarios después de una vida consagrada al flamenco. Ella, que aseguró no se halla hablando en público, supo agradecer el reconocimiento de la Hermandad alzando sus manos al cielo, tal y como suele hacerlo en su baile por soleá, y ya de madrugada en un fin de fiesta por bulerías con el que quedó todo dicho. A ella, y al recuerdo del cantaor Curro Fernández, fallecido este viernes, dedicaron todos los artistas su actuación.
Abrió plaza Perico el Pañero, que asistido por la guitarra gastoreña de Paco de Amparo se fajó en soleares y seguiriyas, y dejó buen sabor en unas bulerías a las que añadió la pincelada festera de una pataíta que recuerda vivamente a la estampa de un Antonio Mairena metido en fiesta.
Le sucedió sobre las tablas Antonio Reyes, acompañado a la guitarra por su hijo Nono. El chiclanero ofreció una actuación en la que pudimos apreciar una vez más su musicalidad, especialmente en las seguiriyas, un dechado de afinación, plena de matices. Su cante se ha enriquecido con los años, aunque no se aleja de sus referentes: Camarón, Pansequito, Chiquetete; fueron cantaores a los que rememoró en tangos y bulerías, con la guinda de una tanda de fandangos caracoleros.
Por su parte Jesús Méndez inició por alegrías, para luego ahondar en una impecable ejecución de la malagueña de El Mellizo, lo mejor de su recital. La guitarra de Pepe del Morao fue una de las delicias de la noche: tradición y frescura unidos. Después de unas bulerías, el jerezano se despidió con un fandango al filo de las tablas; uno muy especial, el que Chocolate le dedicaba al Cristo de los Gitanos, un detalle que el público reconoció en pie.
Para cerrar la noche, el baile de Manuela Carrasco Hija, quien perpetuó las formas maternas en una caña y seguiriya acompañada por Manuel Tañé y Manuel de la Nina al cante con la guitarra de Luis Amador.
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