Ópera, emociones e inclusión social
El director Michal Znaniecki presenta en Wroclaw, capital cultural europea con San Sebastián, un proyecto con colectivos en riesgo de exclusión que busca salas para desarrollarse en España
El teatro es el universo de las emociones. Y la ópera aún más, con ese plus de emotividad que aporta la concentración dramática de los libretos y el taladro inmediato al núcleo de nuestros sentimientos que supone la música. Y ahí, al magma de las emociones humanas, es donde siempre ha querido dirigir el dardo de sus propuestas escénicas el director polaco Michal Znaniecki.
Brillante eslabón de la impresionante cadena de directores teatrales polacos del siglo XX y formado en escuelas dispares como la de Grotowski o la de Thierry Salmon, Znaniecki basa sus puestas en escena, tanto las teatrales como las operísticas, en un complejo, intenso y profundo ejercicio de introspección emocional con los actores y participantes del espectáculo buscando siempre desentrañar el sustrato de relaciones humanas y de conflictos anímicos que subyace en el texto. No se trata de establecer dramaturgias paralelas, como se empeña en hacer el regientheater alemán con resultados casi siempre problemáticos, sino de sacar a la luz, como en un trabajo arqueológico, el fundamento último de la estructura emocional del argumento.
Znaniecki es uno de los registas más reconocidos y reclamados por los teatros líricos. En Sevilla tan sólo se ha podido conocer su propuesta de cámara para Diario de un desaparecido, de Janacek, en la sala Manuel García del Teatro de la Maestranza (25 de enero de 2010) y lamenta que no se llevasen finalmente a cabo otros tres proyectos relativos a Lucia di Lammermoor, Hagith (Karol Szymanowski) e Il trovatore. Pero sí es bien conocido en Valencia, Madrid y, sobre todo, Bilbao, en cuyas temporadas de ópera ha intervenido en seis ocasiones. Precisamente una de ellas, un apasionante Eugen Onegin, le valió el galardón a la mejor producción del año de los Premios Campoamor 2011. Y en Oviedo está triunfando asimismo con su visión de El anillo del nibelungo. Pero su deseo para con España más inmediato es poder traer una de sus últimas ideas: La voz de los excluidos.
Ya desde su tesis doctoral sobre la subversión de los espacios en los teatros tradicionales, el director polaco mostró su deseo de hacer teatro de otra manera, con otros elementos y con otras maneras de trabajo. Su currículo está cuajado de propuestas imaginativas dirigidas a espacios no específicamente teatrales como parques, campos, fábricas, prisiones... Y, sobre todo, contando con colectivos no profesionales. En el acto de presentación de La voz de los excluidos en Wroclaw, dentro de los actos de la Capitalidad Europea de la Cultura 2016, confesaba a este medio que llegó un momento en que trabajar con cantantes profesionales ya no le resultaba "satisfactorio": "Cada uno tiene una formación escénica diferente, están más interesados en el plano musical, no hay apenas tiempo para trabajar a fondo la dramaturgia, etc. Y al final, aún en el mejor de los casos, el resultado del espectáculo sólo llega a los públicos de siempre".
Él quería ir más allá, convertir el teatro en un instrumento de inclusión social a la vez que de reafirmación personal y de construcción de la autoestima. Y para ello ha ideado este proyecto que desde 2012 se centra en un título musical, lo desmonta y lo vuelve a montar con componente diferentes. "No son representaciones al uso, porque el intenso y prolongado trabajo de ensayos durante meses está dirigido a trabajar la memoria emocional de los participantes, fomentando sus aportaciones personales en forma de recuerdos y vivencias relacionadas con las situaciones y conflictos presentes en el argumento teatral", detalla Znaniecki.
Los papeles principales son asignados a cantantes profesionales y la parte musical puede ser asumida por una orquesta o sólo por un piano, según las posibilidades técnicas y económicas del teatro que asume el espectáculo. Se busca explícitamente la implicación de asociaciones y fundaciones de marcado carácter social, tanto públicas como privadas, para su apoyo logístico y, sobre todo, su participación activa en un proceso que permite, al final, que esas personas abandonadas o sin referentes sociales ni familiares saquen de sí cuantas emociones tenían olvidadas, en un proceso catártico que las conduce a la autoestima, a la socialización y a la inserción por medio del teatro.
La última materialización de esta idea es Buscando a Lear: Verdi. Durante décadas Verdi albergó el deseo de componer una ópera sobre Rey Lear, pero nunca llegó a materializarse la idea. Znaniecki juega a construir lo que hubiese podido ser esa ópera partiendo del libreto que escribiese Antonio Somma para el compositor italiano y seleccionando fragmentos de otras óperas cuyas situaciones dramáticas y cuyos conflictos emocionales encajen con los del argumento de la obra de Shakespeareano.
Un viejo rey abandonado por sus hijas nos conduce al mundo de los mayores que viven en residencias y geriátricos apartados de sus referentes familiares y sociales. Con ellos se trabaja durante meses en las propias residencias con monitores del equipo de Znaniecki para que expliciten y hagan aflorar sus recuerdos y sus experiencias sobre temas tan personales y profundos como las relaciones paternofiliales, la guerra, el abandono, el miedo a la soledad, el rencor, mediante intervenciones espontáneas que se intercalan durante la representación. Luego, ya en el teatro, se unen a los músicos, coro y cantantes (cuatro, para el rey y sus tres hijas) para culminar con una representación que puedo asegurar que no dejará a nadie indiferente a un lado y otro de esa cuarta pared que se desvanece con cada función a golpe de emociones.
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