Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Con el escenario dispuesto en el centro del césped del Estadio de la Cartuja -lo que permitirá disfrutar de mejor sonido y visibilidad a los 30.000 asistentes previstos- Bruce Springsteen revisó ayer los últimos detalles del concierto que hoy inaugura en Sevilla la gira europea de su último disco, Wrecking Ball. Camiseta negra, vaqueros y gafas de sol: así, recién duchado, compareció el estadounidense en la ardiente tarde sevillana sin escatimar energía ni vitalidad. La prueba de sonido del Boss y el posterior encuentro con los medios internacionales permitió avanzar algunos de los detalles del concierto que hoy arranca a las 21:00 y donde le acompañan 15 miembros de la E Street Band, pero no su mujer, la vocalista Patti Scialfa, "que se ha quedado en Estados Unidos por la graduación de uno de nuestros hijos", declaró Bruce. Nuevas conexiones con el folk y la tradición americana, sonidos negros, música espiritual, mucha fiesta, metales y vientos... son algunas de las claves de su último disco, atravesado por el recuerdo de Big Man, Clarence Clemons, fallecido en junio pasado. El mítico saxofonista ya no está pero el ensayo general demostró que su sobrino Jake Clemons, con sus impactantes solos, bailes y contorsiones, es un más que digno sucesor.
Si el guión de ayer se mantiene, el concierto arrancará con We take care of our own, tema con el que se abre precisamente Wrecking Ball, para dar paso a la maravillosa Death of my hometown, un alegato contra la crisis donde el coro de gospel se suma a la abrasiva voz de Springsteen.
Es sin duda un honor para Sevilla acoger el inicio del tramo europeo de la gira. Una ciudad que al cantante le gusta "precisamente por el calor", dijo en broma a los periodistas, a los que atendió subido en el escenario. "Me encanta este clima (en alusión a los más de 35º que se vivieron ayer) y voy a sudar como un perro en el concierto. Sevilla es una ciudad maravillosa y los fans españoles fueron fantásticos en la gira de hace dos años", añadió antes de confesar que quería pasar "todo el rato durmiendo" en su habitación del hotel Alfonso XIII hasta las horas previas al concierto, "porque necesito descansar".
La voz de Springsteen suena, si cabe, mejor a sus 62 años, llena de matices. Y lo mismo cabe decir de su banda, con la que derrocha complicidad. El guitarrista Steven Van Zandt, su gran escudero, ataviado con pañuelo pirata y blusa hawaiana, alternaba toques soberbios con bromas y gesticulaciones más propias del papel que interpretó en la serie Los Soprano.
Mientras ensayaba Thunder Road, el Boss saludó ayer a un grupo de seguidores asomados a un balcón en la parte alta del Estadio de la Cartuja y los invitó a pedirle una canción, ocasión que sin duda deberá aprovechar, si se repite, su público de hoy. Waiting, I'm going down, The promise, Shackled and Drawn, The way you do the things you do y We are Alive fueron los otros temas que revisitó ayer antes de sacar su perfil más político y comprometido en su encuentro con los medios.
Springsteen declaró que conocía bien la crisis europea porque su abuela era italiana y que le resulta muy cercano lo que afecta al viejo continente. Lamentó que la crisis "siempre cae en las mismas cabezas". "Son problemas económicos cíclicos. En 1979, cuando escribí The River, también había una gran penuria en mi país", dijo, antes de reconocer que, mientras Estados Unidos está ahora en "recesión", la situación española es bastante peor porque es de "depresión".
El artista, que apoyó públicamente a Barack Obama, hubiera deseado que acometiera los cambios con mayor rapidez y decisión. Por eso, mostró su respaldo al movimiento Ocupa Wall Street, "que ha permitido al gobierno de Obama girar a la izquierda, del mismo modo que el anterior presidente, George W. Bush, viró hacia la derecha por la influencia del Tea Party".
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