Luis Orden & María Esther Guzmán | Crítica
Un dúo en óptima madurez
O Sister! | crítica
A medida que el telón iba subiendo veíamos unos cuerpos amontonados en el suelo, flanqueados por un contrabajista, a la izquierda, sentado sobre un aligátor de madera, y un guitarrista, a la derecha, junto a otro de esos animales que tanto abundan en New Orleans, que serviría posteriormente también de asiento ocasional para las cantantes. Desde el suelo ascendía también un cortinaje de forma cilíndrica, que se unió a otros cinco que ya colgaban del techo a diferentes alturas. La escenografía, como todo apuntaba por lo escuchado en los días anteriores, era brillante. Solamente se escuchaban unas notas muy suaves de los dos instrumentos que veíamos mientras esto ocurría. De vez en cuando también una respiración, que se convirtió en una voz femenina, luego la acompañó otra masculina. Desde el amasijo de cuerpos comenzó a ascender un brazo, del que la mano golpeteó sobre uno de los platillos de la batería. Poco a poco; muy poco a poco, todos se fueron incorporando mientras la suave instrumentación acompañaba sus movimientos hasta, que ya todos arriba, O Sister! finalizaron la interpretación de At the end of the day.
Ya habían llegado a casa; por fin, al final de un largo día. Helena Amado, la voz soprano del grupo, se congratulaba de que hubiese en ella tanta gente esperándolos. El teatro, su casa, estaba totalmente lleno de espectadores que les esperaban para celebrar junto a ellos los quince años que dura ya su viaje musical, desde su inicio en La Casa de Max, cuando todavía eran un cuarteto de tres voces y guitarra, allá por el 2008 que ya quedó tan atrás. The Merry-go-round todavía sonaba nostálgica; la instrumentación de Pablo Cabra a la batería apenas remarcaba los acordes de la guitarra de Matías Comino y el contrabajo de Camilo Bosso, mientras las brillantes armonías vocales de Helena, Paula y Marcos Padilla hacían que la atmósfera se sacudiese el estado de melancolía reinante cuando la encadenaron a Swing saved my life; al terminar la canción, la percusión se había animado y todo el teatro les acompañaba ya con palmas al compás, que se convirtieron en un torbellino en el aplauso final. La fiesta comenzaba el camino a su apogeo y todos los miembros de O Sister! brindaban con champán y nos invitaban a relajarnos, soltarnos la ropa que nos apretase, quitarnos, incluso, los zapatos y olvidarnos de todo lo que ocurriese fuera de este hermoso escenario, que en estos momentos a nadie importaba. No era muy difícil de adivinar que la siguiente canción sería Nobody cares.
El espectáculo siguió con una docena de canciones más, extraídas en su mayor parte del disco que comenzaba y se llamaba como esta canción, que sacaron hace poco más de dos años, junto a cuatro del anterior, el Stompin’in joy del 2016 y algún estreno como Carantoñas, con su letra en castellano -la única de la noche- y la que han dedicado al recuerdo de Josephine Baker, con el nombre de esta cantante, comprometida y luchadora, que revolucionó la escena musical de los años 20. En el teatro ya no cabía un alma más, como he dicho, pero Matías nos conminó a cerrar los ojos e imaginarnos que junto a nosotros estaban nuestros amigos más queridos. Las introducciones seguían siendo perfectas; continuaron -¿quién no necesita a alguien como tú, querido amigo?- con la canción que lleva esas líneas de recuerdo a nuestros compañeros de vida, Fishing melodies.
De todos los amigos de O Sister! y también de todos los que nos hemos movido por las escenas musical y poética de la ciudad, a uno de los que más echamos de menos es al gran Fernando Mansilla, rescatado anoche a través de su voz con aquella comparación afortunada que hizo una vez entre los seis componentes de la banda y seis cocodrilos que, según la leyenda, remontaron el Mississippi… alguien vio a través del cristal 1 y 2 y 3 y 4 y 5 y 6 caimanes arrastrándose arriba y abajo por toda Frenchman Street… para cruzar el Atlántico y adentrarse por el Guadalquivir hasta llegar a Sevilla y disfrazarse de músicos. Alligator rag era la canción perfecta para documentar el relato. En esa ciudad americana que quedó atrás encontraron los componentes de O Sister! algunas cosas que le gustaron mucho: el bourbon, el pollo frito y la música de las hermanas Boswell, sin cuya influencia probablemente la banda sevillana no existiría, según nos confesó Paula. Vet, Martha y Connie fueron tres grandes pioneras que se adentraron en los clubs, a pesar de que en aquellos años 30 el lugar de la mujer era su casa, para darle una nueva dimensión vocal a las armonías cercanas al jazz. The Boswell Sisters song es un maravilloso tributo a ellas, que nos da cuenta de su importancia y legado.
Las canciones se iban sucediendo de forma brillante, incluso cuando contrastaban entre sí tanto como la alegre You-dle-ee-oo-dee-oo y la dolorida Do not you agree with me?, que acompañaron con una puesta en escena plena de estética en la que los cantantes se introdujeron en tres de los cortinajes que bajaron para entonar amargamente: ¿no estás de acuerdo conmigo en que la gente está loca y así no vamos a ninguna parte? sobre el ritmo que marcaba la caja de la batería asemejado al de los tambores destemplados de nuestra semana santa más austera, roto al final por el redoble de platillos que hacía ascender la esperanza inmersa en los versos finales de la canción: ¿no estás de acuerdo conmigo en que juntos somos la clave? En el patio de butacas y los palcos estalló la apoteosis.
Era el momento de bailar y demostrarnos todo el amor físico que los meses de pandemia nos han impedido mostrarnos; de pagarnos ese baile que nos debíamos, The dances I owe you; de demostrarnos que cuando se trata de ti y de mi uno y uno suman mucho más que dos, Love song number 2 y de hacernos Carantoñas acompañando la música de toda clase de instrumentos musicales de juguete y de comicidad. Nada hacía presagiar que se acercaban oscuros nubarrones, que descargaron una densa lluvia que aguó el final de la fiesta, cuando todos acompañábamos a O Sister! en un imaginario viaje a su ciudad talismán mientras cantaban I fell in love with New Orleans. El sonido amplificado del escenario, simplemente, decidió desaparecer.
No me puedo imaginar los sentimientos que un hecho así debió provocar en un equipo que había volcado todas sus ilusiones en esta noche; los músicos, el dramaturgo Julio León, los escenógrafos Fran Pérez y Julia Rodríguez; también Gloria Trenado, que diseñó el vestuario y Manuel Madueño que se encargó de la fantástica iluminación; Javi Mora debió sudar sangre al pie de la mesa de mezclas. Los aplausos mantenidos mucho rato por todos los asistentes solo serían un pequeño consuelo.
Si no fuese por el desconcierto causado podríamos decir que el desaguisado era también una introducción genial a la siguiente canción, Back to square one, que empezaba diciendo: ¿no puedes ver que esto no está funcionando como antes? Todo había vuelto a la normalidad, pero solo en apariencia. En las últimas estrofas volvió a ocurrir, pero Helena, Paula y Marcos, lejos de desanimarse, dieron un paso adelante, en el sentido metafórico y en el real, dejando los micros tras ellos y terminando la interpretación al borde del escenario, llenando el teatro con sus voces sin amplificación eléctrica, acompañados por el sonido de los instrumentos, que solo se escuchaba en sus monitores. El agradecimiento y la entrega a ellos de los asistentes resultaba agridulce. El sonido dio un respiro, quizás para unirse al homenaje a Josephine en el estreno de esta canción, que se unía al de tantas otras mujeres revolucionarias de la música: Rocío Jurado, María Elena Walsh, Nina Simone, Violeta Parra, Bjork, por citar solo a algunas de las que ellos recordaron, además de nuestras madres y abuelas. Y el final de fiesta comenzó con alegría, con palmas para acompañar Keep your head up, sister! Pero la desdicha sonora no había dicho aún su última palabra. De nuevo el silencio obligó a los cantantes a irse adelante y esta vez les acompañaron los músicos: Camilo cargó con el pesado contrabajo, Matías se adelantó con su banjo y Pablo abandonó la banqueta de la batería para unirse a todos con una tabla de lavar. Juntos glorificaron a todas las mujeres de las que habla la canción, las que como ellos en este momento, son capaces de mantener la cabeza bien alta ante las adversidades. Que el sonido se restableciese para que el último de los versos de la canción restallase a plena potencia no fue anecdótico, sino la forma en que el destino premió a O Sister! y se escuchase fuerte, orgullosamente: nunca dejes que te derriben. Enhorabuena.
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