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Nuria Barrios ante el dolor

De libros

La autora madrileña, que ultima estos días su nuevo poemario, regresa a la narrativa con un volumen de once cuentos que explora sin pudor ni miedo nuestra relación con el sufrimiento.

Nuria Barrios (Madrid, 1962) es escritora, doctora en Filosofía y ha trabajado como periodista.
Charo Ramos

12 de abril 2015 - 05:00

Ocho centímetros. Nuria Barrios. Páginas de Espuma. Madrid, 2015. 178 páginas. 15 euros.

Los personajes que pueblan las once historias de Ocho centímetros (Páginas de Espuma), el regreso al relato corto de Nuria Barrios tras El zoo sentimental, están inmersos en situaciones límite donde la moral al uso ya no sirve. La autora madrileña nos los muestra sin juzgarlos, acompañándolos con su prosa descarnada y a la vez hondamente lírica mientras recorren poblados chabolistas en los que se vende droga o la planta de transplantes de médula ósea de un hospital. Los ocho centímetros del título son la distancia que, para el pastor del culto en la iglesia evangélica que visitan los protagonistas de la primera historia, separa al hombre de la felicidad. Para Barrios, son la metáfora del límite que ponemos para protegernos del dolor, para convivir con él.

Madrid, una capital mucho más real y compleja aquí que lo que muestran las oficinas turísticas, es otro de los elementos donde la escritora sostiene la arquitectura de un proyecto literario que aborda un tema poco transitado como el dolor físico, ese malestar prosaico al que todos estamos predestinados y que nada tiene que ver con el desgarro amoroso o con las catástrofes inesperadas.

Una de las protagonistas del libro es la sobrina de la primera narradora, una joven psicóloga adicta al crack y a la relación con su novio, también drogadicto, con el que consigue dinero estafando a los pasajeros que recalan en la T4. La odisea de esta pareja, una versión doliente del cuento de Hansel y Gretel y la casita de chocolate, es también la de sus familiares más cercanos, que emprenden una búsqueda que los lleva "por la ciudad tóxica debajo de la ciudad que conocían" hasta recalar en el poblado de la Cañada Real, uno de los últimos puntos calientes de la droga en Madrid y donde se desarrollan varias de las tramas.

Nuria Barrios recorrió algunos de estos lugares durante sus años como periodista que, recuerda, coincidieron con el momento en que la Iglesia evangélica de Filadelfia empezaba a prender muy fuerte entre las comunidades gitanas de Madrid. Entabló amistades que, años más tarde, la han ayudado a documentar varios de estos cuentos y a traspasar el umbral de unas sociedades menos herméticas de lo que inicialmente creía. "El periodismo me ha dado herramientas que me son muy prácticas a la hora de escribir. Pero esas investigaciones las pongo siempre al servicio de la ficción, que tiene reglas muy distintas al periodismo, porque la literatura ha de sugerir más que detallar". La neblina de la ficción envuelve unas historias que se benefician de la capacidad de Barrios para escuchar y reproducir el habla de la gente, y también de su amor por la cultura gitana.

La religión "como esa banda sonora que sigue funcionando en un país donde el dolor se considera un instrumento de redención"; la familia como riquísimo material literario, "como ese lugar del que es necesario escapar durante un tiempo por los elementos nocivos que contiene para el propio desarrollo pero al que siempre se regresa, y que te aporta tanta seguridad y alivio en las situaciones extremas", y los cuentos de la infancia como trasfondo de las pesadillas de varios de los protagonistas, "pues me fascina sacarlos del ámbito infantil y verterlos en el mundo de los adultos subrayando esas lecturas macabras y perversas que contienen y que son las que los han hecho perdurar en el tiempo", son otros tres ingredientes con los que Barrios construye estos once relatos que vuelven la vista a realidades cotidianas que, por miedo o pudor, a menudo evitamos mirar.

"Hay mucha literatura sobre el dolor trágico y romántico, pero poca sobre el que forma parte de nuestra existencia. La enfermedad crónica, por ejemplo, produce cambios no sólo en quienes la sufren, sino en quienes rodean al paciente. El dolor constante puede invertir los papeles y convertir, de repente, a la víctima en el verdugo de su cuidador. El dolor es fuente de conocimiento y, para mí, también lo es de creación", asegura la escritora, doctora en Filosofía, que encontró en los ensayos de Elaine Scarry (The body in pain) y Melanie Thernstrom (Las crónicas del dolor) un camino que quiere seguir recorriendo en nuevas historias y poemas.

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