Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Nuria Barrios | Escritora
Lolo es un chaval de apenas 16 años, desgarbado y tartamudo, desubicado como tantos adolescentes, que una noche descubrirá que también posee el valor de los héroes. La añoranza de su hermana Lena, nueve años mayor que él y enganchada a la heroína, llevará a Lolo a convertirse en una suerte de Orfeo que desciende al inframundo, a un poblado chabolista en el que se vende droga, con el propósito de rescatar a su familiar. En Todo arde (Alfaguara), una novela que dialoga con otros libros de la autora, el conjunto de relatos Ocho centímetros y el poemario La luz de la dinamo, Nuria Barrios reflexiona sobre la atracción que ejerce el abismo y la necesidad de salvar a quienes queremos en una obra que escapa de los clichés con los que se suele retratar la marginalidad y que desprende verdad y vida.
-Lolo, el protagonista, ha sentido en sus huesos, algo que confirma un médico con su diagnóstico, "dolores de crecimiento". Todo arde va precisamente del dolor de crecer, pero ya no en un plano físico. Habla de la perplejidad y el desamparo de entrar en la realidad de los adultos.
-Sí, el viaje que hace Lolo para buscar a su hermana es un viaje de iniciación. Y como todos los viajes de iniciación pasa por el dolor, pero también por el descubrimiento y la fascinación. En un momento de la novela, Lolo se da cuenta de que las seguridades sobre las que estaba construida su existencia saltan por los aires. De repente se encuentra con que su círculo más cercano -sus padres, su hermana- es en realidad gente a la que no conoce. Comprenderá, de paso, que él también es un desconocido para sí mismo. Entra en la oscuridad, pero eso será también un proceso de conocimiento, de iluminación.
-El libro explora la culpa de los familiares de una persona adicta, esa pregunta de qué podían haber hecho para evitar la deriva de su pariente.
-Lolo es muy crío, tiene 16 años y aún conserva una parte muy ingenua. Piensa aún que todos los problemas se deben a una causa, cree que si uno es consciente de esa causa puede hallar la solución. En este viaje concluirá que los problemas no tienen un motivo, sino varios, que detrás de ellos hay un sustrato emocional que hace muy complejo identificar la verdad. Lolo se enfrenta a la situación de Lena con un componente de culpa. ¿Qué hay más próximo que una hermana? Para los hijos, la familia es como una extensión de la placenta: uno crece, se forma dentro de ella, al lado de otros, y esa coexistencia crea un vínculo muy fuerte. Lolo no puede evitar preguntarse cómo su hermana ha llegado hasta allí sin que él haya hecho nada por evitarlo. La culpa es un sentimiento parecido al petróleo, como la gasolina encima de un charco: es muy difícil de controlar y de disipar. Pero ni él ni nadie tiene la culpa, eso es evidente, la que viven en su casa es una realidad muy difícil.
-En algunas películas y novelas la droga suele idealizarse -su consumo se plantea como algo cool y sin consecuencias- o plasmarse con crudeza, recreándose en la sordidez. Pero Todo arde se acerca a este universo con mesura y sobriedad.
-No me interesan ni el feísmo ni la sentimentalidad barata, creo que si cayera en eso no respondería a la vida. La historia que cuento es una historia de frontera. Existe una frontera donde por un lado existe la normalidad y por otro la marginalidad, la luz y la sombra, la vida y la muerte. En un espacio de frontera te puedes ir a un flanco o al otro, pero a mí no me interesan los extremos. La frontera es el espacio más cercano a la esencia de la vida: ahí están juntos todos los opuestos, el fatalismo y la esperanza, el amor y la traición, todos a la vez. Todos son víctimas y todos pueden ser héroes. Un lugar así te proporciona una radiografía de lo que es en realidad el mundo.
-"Pero Lena no se pincha", se consuela Lolo pensando que así es menos adicta que alguien que se inyecta. Frente a las drogas solemos recurrir a ideas básicas, a estereotipos. Por lo general no sabemos nada del tema.
-Tenemos una imagen muy incompleta, nos limitamos a un fogonazo, a lo que hemos visto en el cine, en la televisión o en la calle. Para que esa imagen adquiera más dimensión, más profundidad, tienes que trascender la coreografía primera de una adicción: que sea a través de la jeringa o que sea fumando en realidad da igual, eso es sólo el atrezo. Lolo, en su ingenuidad, se aferra a que el atrezo de su hermana no es el que ha visto en las películas y se tranquiliza con eso, se dice que su hermana es distinta.
-Uno de los pasajes más emocionantes del libro es la conversación que Lolo tiene con Joaquín, un viejo gitano que le cuenta cómo "la envidia fue cerrando los caminos" a los de su comunidad. "En ningún sitio nos dejaban pararnos", dice. "Lo que era de todos ya sólo era de los payos".
-Me gusta mucho el personaje de Joaquín, este viejo que funciona como un Tiresias. Es la voz de lamento que recuerda un tiempo en que su gente convivía con la naturaleza y entendía el lenguaje de los pájaros, que iba por los caminos y se ganaba la vida en los ríos, en contacto con la gente. En la conversación que tienen ante el fuego, los demás le dicen que les han empujado a la situación actual, y esa reclamación es cierta. Ellos dicen: Nos han cerrado los caminos y los ríos, nos han quitado nuestros oficios, nos los han prohibido, ¿qué hacemos?
-Ha hablado antes de Tiresias, y Todo arde puede leerse como la crónica de un viaje por el inframundo. Usted ya dedicó hace años un poemario a la Nostalgia de Odiseo. Cuando contamos historias, ¿no estamos reescribiendo una y otra vez a los griegos?
-Los griegos lo contaron todo, pero lo contaron con tanta hondura, y de una forma tan poco concreta, que crearon un cauce donde pueden discurrir infinitas historias. Está el cauce, y tú tienes que encontrar la historia que encaje en el camino, y cuando das con ella, ¡es maravilloso! Es como tener brasas y soplar en ellas, y todo se ilumina. Eso ocurre con los mitos griegos.
-En su anterior poemario, La luz de la dinamo, ponía a dialogar sus propios versos con canciones populares. Aquí también tiene peso en la trama una composición infantil, Al jardín de la alegría. ¿Qué le interesa de este tipo de folclore?
-La música tiene el poder de despertar en nosotros conexiones emocionales que no sabíamos que seguían vivas. Y en el caso de las canciones infantiles, además, en ellas funciona un doble mecanismo muy curioso: se olvidan con mucha facilidad, pero cuando vuelven a la memoria traen consigo episodios, momentos, que ni siquiera recordábamos. Y esas evocaciones desprenden una emoción profunda, la emoción que nos vincula a la niñez. En Todo arde, los dos hermanos encuentran en una canción infantil, Al jardín de la alegría, el único nexo que los une, el factor que los devuelve a la infancia, ese territorio que sólo habitaron ellos.
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