Análisis
Santiago Carbó
Tras un buen año en lo macroeconómico, en 2025 hará falta mucho más
Un repaso a las bandas sonoras ganadoras del Oscar en lo que llevamos de siglo nos da un balance favorable a los sonidos híbridos de la world music, a saber, a ese toque étnico mezclado con la orquesta o los modos contemporáneos, practicados en su mayor parte por compositores de fuera de Hollywood: ahí están el chino Tan Dun y Tigre y dragón (2000), Elliot Goldenthal y sus coqueteos con el folclore latino en Frida (2002), el rock minimalista de raíz del argentino Gustavo Santaolalla (ganador en dos ocasiones consecutivas con Brokeback Mountain y Babel) o los aromas de Bollywood de A. R. Rahman (Slumdog Millionaire), atenuados aunque con un mismo color exótico por el canadiense Mychael Danna en su score para La vida de Pi (2013).
Entre los ganadores recientes encontramos también a artesanos del pastiche como Ludovic Bource, autor de la jazzística música muda para The Artist (2011), y a compositores europeos o norteamericanos que han prolongado la senda del clasicismo sinfónico con más o menos grado de actualización: Howard Shore, ganador en 2001 y 2003 por sendas entregas épicas de El señor de los anillos, el polaco Jan A.P. Kaczmarek, autor de la emotiva partitura de Finding Neverland (2004), el británico Dario Marianelli, que hizo dialogar a una máquina de escribir con el romanticismo en Expiación (2007), o Michael Giacchino, que recuperó el eclecticismo y la intensidad emocional de la música de cine en su score para la cinta de animación Up (2009).
Caso aparte es el Oscar para Trent Reznor y Atticus Ross en 2010 por La red social, tal vez el premio musical más atrevido y contemporáneo de cuántos ha entregado nunca la Academia, un trabajo que no sólo se integraba perfectamente entre la atmósfera, la precisión narrativa y las texturas del filme de Fincher, sino que marcaba un modelo de futuro con su poderosa y rítmica sonoridad electrónico-analógica.
A la vista de este panorama reciente, las candidatas al Oscar en 2014 inclinan la balanza del lado del neoclasicismo (La ladrona de libros, de John Williams; Al encuentro de Mrs. Banks, de Thomas Newman; y Philomena, del francés Alexandre Desplat), aunque dejen hueco a ciertas tendencias contemporáneas de la mano de la popular banda canadiense Arcade Fire y Owen Pallett, autores del melancólico e impresionista score para Her, el drama romántico futurista de Spike Jonze, y la del británico Steven Price para la odisea de ciencia-ficción tridimensional de Gravity, de Alfonso Cuarón, una partitura de lenguaje contemporáneo, texturas áridas y pasajes elegíaco-misticoides en la que, no obstante, cuesta distinguir lo estrictamente musical de aquello que conocemos como efectos de sonido.
El octogenario maestro Williams, que con ésta suma ya 45 candidaturas al Oscar tras ganarlo en cinco ocasiones, parece cómodo entre los ropajes del academicismo de tema histórico y sensible de La ladrona de libros, en la que despliega su habitual y efectivo talento temático y sus orquestaciones brillantes. Su partitura nos deja entrever en ocasiones una cierta y tal vez casual inspiración lírica que nos recuerda al francés Georges Delerue, cuya sensibilidad parece haber reemplazado con naturalidad su compatriota Alexandre Desplat en el cine internacional de los últimos años. Su score para Philomena, de Stephen Frears, rezuma elegancia, ligereza, luminosidad e inspiración melódica, sello constante de este casi siempre inspirado y prolífico compositor que acumula ya seis candidaturas al Oscar.
Otro habitual de este tramo final, candidato en diez ocasiones, es Thomas Newman, quien ejercita una vez más su reconocible reformulación familiar de la americana entreverada de percusiones, electrónica, cuerdas en contrapunto e instrumentos exóticos en la música para Al encuentro de Mrs. Banks, cinta que narra la llegada de P. L. Travers, autora de la novela Mary Poppins, a los dominios de Walt Disney.
No somos aquí amantes de las apuestas, así que no esperen predicciones seguras más allá de la imprevisible lógica interna de la Academia. Si, como sucede en ocasiones, el premio musical se ve beneficiado de la inercia aglutinadora de la película ganadora, el sonido espacial de Gravity podría llevarse el gato al agua. Si prima la idea de justicia histórica y el reconocimiento a toda una trayectoria, Williams es el ganador probable, ya que desde 1993, con La lista de Schindler, no consigue estatuilla. La delicadeza, la pequeña escala y sutileza after-pop de Her tal vez pasen desapercibidas o sean minusvaloradas frente al acabado orquestal de sus competidoras, lo que nos deja a Newman y Desplat como los más ajustados candidatos a un premio que, por otro lado, ninguno tiene todavía tras muchos años a las puertas.
A todo esto, la mejor música de cine que hemos escuchado este año en una película de Hollywood no es exactamente original. Son las canciones de A propósito de Llewyn Davis, La gran estafa americana y El lobo de Wall Street. Pero esa es otra historia.
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