Norteamérica umbilical

De libros

'El americano perfecto' es mucho más que una simple biografía.

Walt Disney (Chicago, 1901 - Burbank, California, 1966): el 'self-made man'.
Walt Disney (Chicago, 1901 - Burbank, California, 1966): el 'self-made man'.
Alfonso Crespo

27 de enero 2013 - 05:00

El americano perfecto. Tras la pista de Walt Disney. Peter Stephan Jungk. Turner, Madrid, 2012. 204 págs. 19,90 euros

Del libreto al libro: la ópera homónima de Philip Glass, recientemente estrenada en el madrileño Teatro Real, devolvió la atención sobre la fuente literaria que la había inspirado, y así se tradujo por fin al castellano la obra que el escritor Peter Stephan Jungk tenía publicada desde 2001. El americano perfecto. Tras la pista de Walt Disney ha vuelto a llenar los dominicales culturales de artículos que repasan el lado oscuro del hombre-icono, haciendo especial hincapié en su enfermiza vanidad, sus escasos escrúpulos industriales y la inquebrantable defensa de postulados ultraconservadores con respecto a las minorías (afroamericanos, homosexuales, judíos...) siempre llevados a gala desde su posición de privilegio. Es decir, lo que con la ópera y el libro parecía regresar era otro desmitificador behind the laughter ("Detrás de la risa", como se titulaba el notable capítulo de Los Simpsons ejecutado desde las bambalinas de la familia de dibujos animados), una nueva mirada de reojo a la trastienda del sueño americano a partir de una de sus más sólidas encarnaciones: el auténtico self-made man que, nacido con el siglo (1901) y en la granja, satisfizo la tácita demanda yanqui de tomar la riendas del propio destino y no detenerse ante ningún contratiempo, arribando a una cúspide poliédrica -empresarial, artística, económica, social y política- que muy pocos suelen alcanzar. Sin embargo, y aunque algunos de los responsables de su trasvase musical aún intenten sacar provecho de polémicas, censuras y amenazas veladas, nada hay en El americano perfecto que no hubiera trascendido de alguna manera con anterioridad (de la vida personal del empresario y productor a las prácticas de explotación laboral de la Disney, sin olvidar la famosa leyenda urbana sobre la congelación de su cadáver a la espera de una utópica cura futura), y, como casi siempre, lo que menos atención ha recibido es la propuesta literaria de Jungk, si bien la naturaleza pseudobiográfica de esta suerte de ensayo novelado es explícitamente desmontada en una nota previa al primer capítulo: "El americano perfecto es una novela. Aunque se pueden hallar correspondencias para algunas de las figuras que aparecen en ella, los personajes y los acontecimientos de este libro son, sin excepción, invenciones de su autor".

Ficción precisamente edificada sobre una ruina documental, la que ofrecen los lugares comunes de las toneladas de libros sobre Walt Disney, en El americano perfecto Jungk pone en perspectiva al magnate, bajándolo a la tierra para lo malo pero también para lo bueno, a partir de la rememoración de un pobre hombre -otro goethiano Wilhelm- cuyos años de aprendizaje quedaron cercenados tras su despido de la Disney, lo que conllevó el aumento de la fascinación-repulsión por su ex empleador como corolario del desajuste psíquico y vital. Es al final de su historia amarga y tragicómica, en el dulce porvenir de algo parecido a la reconciliación (también con el viejo Walt, pero sobre todo consigo mismo), que Jungk deja entrever las costuras de su opción literaria, justo en una breve y en apariencia accesoria referencia al trabajo de Wilhelm Dantine en el cine -otra de las pasiones (y profesiones) del propio escritor, encauzada de manera habitual a través de una exigente columna para el diario Die Welt-. Y es que Jungk, angelino de firme formación centroeuropea, fue además en su día, alrededor del año 1978, ayudante de realización de Peter Handke en La mujer zurda, presencia, la del influyente autor austriaco, que resuena en su precisa y elíptica escritura. Así aquí, como en El miedo del portero al penalty, se trata de un desarraigo errante e irresoluble tras un despido, y, como en Carta breve para un largo adiós, quedan establecidos dos viajes en paralelo -uno por la geografía norteamericana, de Marceline, el refugio, el terruño inmóvil que inspiró Disneylandia, a las grandes urbes; otro interior, descenso compartido al recurrente y doloroso laberinto de la memoria- que convergen en un encuentro determinante: allí uno benéfico, con John Ford, quien serenaba los ánimos y reordenaba el destino con sencillez; aquí otro más traumático y despiadado, con Walt Disney en el jardín de su casa, donde el protagonista, con su propio hijo pequeño de testigo, escenifica su particular venganza contra el enemigo íntimo a partir de un castigo dialéctico y un improvisado ritual autolesivo que, significativamente, proyecta en el lector la idea de una extraña y estimulante interdependencia.

Mucho más interesante entonces que una simple biografía, El americano perfecto es eso, un ajuste de cuentas mutuo entre el hombre hecho a sí mismo que paga el precio de su ambición desmedida y otro que carece de atributos (fórmula que, como advirtió Musil, es reversible: también se trata de "atributos sin hombre") y al que la vida se le ha ido esfumando sin haber participado demasiado en ella. Más que personajes -recuerden la propia expresión de Jungk en la nota aclaratoria arriba comentada- son figuras, seguro que extrapolables a cualquier geografía pero de tradicional arraigo en Norteamérica. Es una afortunada coincidencia (de nuevo cine y literatura) que este libro salga al mercado cuando aún vibran las imágenes de The Master de Paul Thomas Anderson en las pantallas.

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