Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Nocturama
Anoche comenzó la 19ª edición de Nocturama. Y como este festival tiene entre sus premisas el de querer aunar la música con la cultura más allá de ser un mero contenedor de conciertos, no pudo ser mejor su inicio con el montaje de Quema la memoria, llevado a cabo por el músico Ramón Rodríguez -que a todos les sonará más con el nombre de The New Raemon- y la pintora Paula Bonet, porque crearon un espectáculo al que podemos aplicar la palabra único sin que suene a hipérbole. Fue único porque su esencia estuvo en el proceso de creación; pintura y música unidas en un diálogo absolutamente efímero, que solo existió durante el tiempo en que los dos artistas lo estuvieron creando sobre el escenario. En la hoja de promoción se afirma que 'Quema la memoria' nos recuerda que nada permanece, una frase muy certera porque después de una hora aproximadamente, cuando Ramón dejó de cantar y Paula de pintar, no quedó nada de la obra pictórica que habíamos visto surgir de las manos de ella, manejando acuarelas, tinta, cutters; cada una de las obras que veíamos aparecer mientras duraba una canción, cuando esta terminaba, aquella se hacía pedacitos, restos arrugados. Al final del espectáculo solo quedó un montón de papeles rotos y un cubo lleno de agua sucia, que Paula había empleado para ir limpiando brochas, pinceles y sus propias manos.
La escenografía diseñada por Alejo Levis y el sonido de LLuis Cots juegan también un papel importante; la oscuridad que casi envolvía a Paula resaltaba la luminosidad de la pantalla que tenía detrás, en la que íbamos viendo aparecer lo que creaba mientras sonaba la música. Pero lo de anoche no era otra experiencia similar a las que hemos vivido antes entre un músico y una artista que va pintando lo que le sugiere la música, no fue un concierto dibujado; aquí veíamos una interacción total entre los dos, que le daba una nueva dimensión a la puesta en escena, de forma que incluso el sonido de los pinceles sobre el papel, el chapoteo de las brochas en el cubo de agua o el del papel cuando ella lo desgarraba, formaba parte de la instrumentación musical que acompañaba las canciones. Por eso hablo de la importancia del sonido, porque formaba parte del diálogo entre los dos artistas y mutaba según la emoción que Paula reflejaba, que a su vez cambiaba acompañando el sonido de la voz y la guitarra. La pantalla se convirtió en un punto focal tan poderoso que nos abstraía de la imagen de Ramón concentrado en lo que hacía; al comienzo de cada canción, Paula paseaba la brocha solo mojada en agua para humedecer el papel donde iba a pintar y Ramón solo desgranaba unas notas introductorias; cuando comenzaba a cantar, ella dibujaba con un pincel o derramaba dos o tres puntos de pintura con un gotero que, mágicamente, nos traía ya una forma concreta, reconocible, un rostro; y nuestra atención se dejaba llevar por la emoción del momento de tal manera que a mí, personalmente, cuando escuchaba en la izquierda del escenario un sonido distinto, un chasquido, un golpe, me era difícil discernir si había sido producido por operarios del teatro manejando mercancías en la puerta de carga o por alguno de los pedales de efectos que Ramón tenía a sus pies, amplificado de esa manera. Me extrañaría que Quema la memoria sea el mismo espectáculo en cada representación; una canción puede repetirse de escenario en escenario sin apenas variaciones, pero lo que vivimos anoche en el Teatro Alameda creo que fue una experiencia singular, que a los dos artistas les será imposible repetir en el siguiente escenario que pisen, ni creo que ellos pongan tampoco empeño en hacerlo así. Un espectáculo, repito, único.
También me pareció muy singular el repertorio elegido por Ramón para este montaje. Hacía ya algún tiempo que no lo veía en directo y no sé qué venía cantando últimamente, pero me resultó extraño que anoche no interpretase -o que yo no identificase- ninguna canción de esta década; desde que comenzó el concierto encadenando Cíclope y Oh rompehielos, hasta que lo terminó con una versión de Agosto del 94, de McEnroe, nos dejó una docena de canciones de los discos de The New Raemon de la década pasada: Mientras sea intruso, El Yeti, Quimera, Lluvia y truenos, Lo bello y lo bestia… cautivadoras algunas, desgarradas otras; seductoras todas.
El teatro estuvo prácticamente lleno de público, pero debió perderse todo por el camino hacia la Sala Malandar, porque allí apenas llegaron un par de docenas de espectadores contándolos con generosidad. Y fue una verdadera lástima porque Carmen Xia hubiese merecido muchísima más atención de la que tuvo. Su concierto fue una fiesta reivindicativa del orgullo de ser de Andalucía. Y digo una fiesta porque todas las proclamas y arengas que iba lanzando en sus piezas, construidas con elementos del rap de la escuela de Gata Cattana y de la copla de Martirio y la Jurado, no eran en absoluto panfletarias, sino que nos llegaban con un sentido del humor y una conciencia de pertenencia a tu comunidad que las hacía fascinantes e irresistibles.
Acompañada solamente por Suzio Tarik, que le lanzaba las bases, la gaditana Carmen Xia se movía incansablemente por el escenario lanzando su pregón, que pasaba por acusaciones desgarradoras: Me echaste cal viva en las manos cuando pedí tierra, en Êppuma y râttrohô; por exhortaciones a que actuemos: Y tú creyéndote que estamos mejor que antes; que te enfades, coño; que te dé coraje y que te enfades, en una Iha de mi çangre que se inició con acordes de La bien pagá; por deseos de cambio: que el líquido rojo no sepa a sangre, que solo sepa a fresa, en La herida que inició el concierto; por tiernas muestras de gratitud: eternamente agradecida a las ancestras por convertir arte y dolor en la memoria de mi tierra, en Orguyoça, tras unos guiños a Tu mirá; por loas a la amistad: Amiga, sé sincera conmigo que criterio no te farta; tú cágate en mis muertos que tenemos confianza, que yo te quiero así, peaso de majara, en los Tangô der dinero. Con más ritmos por tangos, en Rapera-coplera nos puso a bailar a todos mientras ella clamaba al mundo que desde Lauryn Hill hasta Lola Flores, Gata Cattana, Marifé, Gracia Montes, es el mismo cante con diferente toque, los mismos ojos con distinto horizonte. Carmen Xia reclamaba el valor de las artistas andaluzas: rapera, coplera, misma rabia, mismo llanto; lávate la boca cuando hables de mi curtura; así, con r de resistencia.
Por en medio nos presentó la canción nueva, que ha salido a las plataformas de escucha habituales precisamente hoy, de adelanto del que será su segundo disco. Se llama Mami Mami y anoche la cantó Carmen con un quejío muy diferente, más jondo, al que tiene en su versión grabada, que le viene muy bien a versos lacerados como la pena no se traga, la rabia se escupe. De su primer disco, La herida, todavía sonaron un par de canciones más, Puerta çin yabe, una puerta que yo la tengo siempre abierta y no me la sierra nadie, deudora de Lo nuestro no es así, la mítica copla de Rafael de León y el maestro Solano con la que nunca nos pondremos de acuerdo en si su mejor interpretación fue la de Marifé o la de Bambino, y terminó el set con la alegría de La Juani y mucha guasa: me gusta el olor del puchero y las croquetas, pero más me gusta cuando la Juani se enciende la yerba, líneas a las que sigue el estribillo más contagioso que he escuchado de la pandemia p’acá. No hubo un bis en realidad, sino que Carmen volvió a recordarnos el honor de sentirnos de Andalucía con algunas estrofas repetidas de Orguyoça, la canción con la que inició su carrera actual. Y nos dejamos tragar por la noche con el fondo que Novia Pagana tejía desde su consola: Mala Rodríguez, Black Eyed Peas, Britney Spears…
Las citas de esta noche y de mañana cambian de ubicación y todos los conciertos tendrán lugar en el Teatro Central. Desde las 21 horas de hoy pasarán por su escenario Fajardo, Víctor Herrero, Carmen Boza y Lorena Álvarez, mientras mañana lo harán Raúl Cantizano & Hidden Forces, Alvinas, Ana Curra y Seco Seco Seco. Las entradas y bonos pueden adquirirse en la página web del propio teatro.
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