'Irreductibles' también en invierno

Irreductibles. Nocturama 2005-2020

Nocturama celebra sus 15 años en el Teatro Central evidenciando que su ciclo habitual de agosto es historia viva de la mejor música del siglo XXI

Ana Chufa, comenzando el espectáculo
Ana Chufa, comenzando el espectáculo / Juan Carlos Muñoz

Desde que, pasados unos minutos del mediodía comenzase todo –es decir, el concierto Irreductibles que conmemoraba los 15 años de Nocturama– faltaba apenas un cuarto de hora para las cuatro de la tarde y, sin que nadie tuviera ganas de irse, remoloneaban Pájaro y Kiko Veneno con sus guitarras, intentando alargar la fiesta todo lo que podían, improvisando sobre Volando voy acordes y letras de lo que nos gusta la música por las mañanas y lo bien que nos iba a sentar ahora una cerveza con su tapita.

Tras una concisa presentación de Rafa Vega apareció Ana Chufa con un look que le hacía parecer a Sandie Shaw, acompañada por Juano Azagra para serenarnos el ánimo con las caricias de su voz y acordes muy sencillos de su guitarra acústica, a la que Juano apenas añadía unos toques discretos que luego se convirtieron en protagonistas cuando cambió su acústica por una guitarra eléctrica y conectó la máquina de percutir. Pop bonito, encantador, delicioso, que siguió en esa línea pero con algunos grados más de emotividad cuando le dejaron el sitio a Carmen Boza, maravillosa, sin necesitar más apoyo que su guitarra acústica para arrastrarnos a su mundo crudo y reivindicativo. El Pájaro y Raúl Fernández nos hicieron derramar Lágrimas de plata, para nada amargas, tan dulces como los acordes del solo de Raúl, antes de echar sus guitarras A galopar, como el caballo cuatralbo y los de las películas de Sergio Leone que el Pájaro nos evocó con sus silbidos. Avanti con la Guadaña, apareció ella, María, con el poder de su soltura escénica, para darle otra dimensión tanto al Perché de los que le acompañaban como a su Qué he sacado con quererte, con una agresividad más allá de la acústica; verbal, visual, mental.

Carmen Boza, maravillosa sobre las tablas del Central.
Carmen Boza, maravillosa sobre las tablas del Central. / Juan Carlos Muñoz

Con Solina se cambió el tono. Sus componentes, unidos para esta ocasión especial quince años después de iniciar la historia de Nocturama, ahora respaldados por los músicos de All La Glory. La voz y la cercanía de Paula Padilla eran el mejor reflejo de lo que ya comenzaba a ser un party celestial, que enseguida Nacho Camino convirtió en infierno. Su adaptación al castellano del The Carny de Nick Cave es un ominoso vals que nos sacudió hasta hacernos fluir la adrenalina. Con él podíamos decir que Dios estuvo aquí, antes de que nos lo recordara con la siguiente canción, para terminar volándonos la cabeza con su forma de interpretar mientras Isra Diezma sacaba de su guitarra temblores eléctricos que se acoplaban a los de nuestros nervios. Todos los que hemos estado en el Teatro Central podemos decir ya que conocemos La belleza.

Tras recordársenos que nadie como él llenó jamás el recinto de un Nocturama, salió Kiko Veneno para recordarnos que nada está muy claro, que son días raros en esta ciudad sin necesitar más que su guitarra y su duende para sonar doloroso hasta lo sangrante. Y cuando Rocío Márquez se le unió, Kiko se convirtió en un tronco de olivo, adusto y torcido en el inicio de Andaluces de Jaén, mientras Rocío era la brisa que mecía las hojas a su compás flamenco. La guitarra cambió de manos y Canito puso el toque para que Rocío se arrancase acelerando la bulería del Trago amargo y, sublime, hacer que todos la sintiésemos nuestra, como canta en la letra del bolero Luz de luna, con el que se fue tras dejarnos sobrecogidos con las últimas palabras, lloraré sobre mi tumba, retorcida ante el micrófono, desencajada, vacía.

Los Niños Mutantes fueron un contrapunto necesario. Nos hacían falta las risas que provocó Juan Alberto Martínez bromeando sobre la fecha tan indicada en que salió el disco con su primera canción, marzo del 2020. Sutiles en su pop, que celebramos con entregada disposición. Riverboy enlazó sus dos piezas, construyendo con ellas una suite magnífica que se fue moviendo desde los recuerdos de los Beatles a los de Pink Floyd e incluso del rock sinfónico, en unos minutos intensos y emocionantes, que terminaron cuando el protagonismo de la voz, muy tratada por los efectos, de Charly, se apagó dejando un final conducido por la brillante guitarra de Paco Lamato, que se convirtió en un paroxismo instrumental, una tormenta eléctrica.

Sr. Chinarro no necesita más que su guitarra para llenar el escenario, y así lo demostró con su parca interpretación de Del montón. Pero si luego se le unen los All La Glory al completo para acompañarle, como ocurrió después, el placer se torna inolvidable, porque eligieron para hacer juntos una canción de esencia ochentera, como Los ángeles, que podría formar parte perfectamente del repertorio de esta banda. Ya no se fueron del escenario Juano, Pilar, Manolo, Fran, Isra; se convirtieron en la banda base de los demás cantantes que pasaron, no sin antes dejarnos su propio Atacama, además de Noche silenciosa, que sirvió de presentación a Alvaro Suite, participante del montaje primitivo de la canción. Alvaro nos sumergió en su mundo canalla y nos presentó su canción más nueva, No puedo volver. Al salir del escenario todo quedó en familia, porque su testigo lo cogió su hermano mayor, Chencho Fernández, poeta simbolista de la calle Feria, un Jean Cocteau con chupa de cuero, anarquista de una nueva estética con una genial Noche americana. Tiene un regusto diferente La estación del Prado con All La Glory detrás de Chencho, que cedió casi todo el protagonismo vocal a Pilar Ángulo y se hizo grande desapareciendo discretamente del escenario para dejar que la banda se luciese en un torrente final de guitarras efectivas y efectistas, de Isra y Juano moviendo almas, al no poder movernos nada más en las butacas. All La Glory estaban ofreciendo Arte, con mayúsculas.

Fin de fiesta con los 'irreductibles' en el escenario.
Fin de fiesta con los 'irreductibles' en el escenario. / Óscar Romero

Miguel Rivera, antes de formar Maga, había sido uno de los miembros fundadores de All La Glory, por tanto era preceptivo que estuviese aquí con ellos para realzar primero el Silencio de su bella canción, mejorándolo, en contra del dicho, con sus grandes versos; hoy todos queríamos vivir en esta ciudad, aunque el dijese lo contrario en la letra. Desde otro lugar es una canción que Maga todavía no ha llegado a tocar nunca en directo y nosotros tuvimos la fortuna de escucharla con los magistrales arreglos de All La Glory, antes del fin de fiesta, para el que se unieron Pájaro, Raúl y Kiko. Sevilla tiene un sonido especial, con las guitarras flamencas, con las guitarras de acero; de todas ellas había ahora en el escenario, alternándose en maravillosos solos que separaban las estrofas de Superhéroes de barrio.

Nocturama ha dejado muestras de que en invierno puede crear maravillas como aquellos conciertos de Nick Lowe y The Divine Comedy en el Teatro Alameda o el de estos Irreductibles. Sin dejar de lado su ciclo habitual en agosto, que es su esencia, prometen llenar de música más diciembres.

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