Noche en Blanco: la ciudad infinita
Programación
La cita, que se inauguró en la Casa Pilatos y contemplaba más de 150 actividades, volvió a congregar a una ciudad viva y con hambre de cultura
Mapa de la Noche en Blanco
El Sevilla se une a la Noche en Blanco
La majestuosa belleza de la Casa Pilatos estremece también a las deidades. Atenea, la diosa de la sabiduría, paseaba ayer admirada por el Salón de Descanso de los Jueves o el Jardín Chico, las estancias de ese palacio que construyó Catalina de Ribera, la dama que fundó también en la ciudad el Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla. El mito griego dejaba el Olimpo y bajaba a la tierra, con las facciones de la actriz Carolina Palacios, conmovida por las historias de las mujeres que transitaron por aquellas dependencias gestionadas por la Fundación Casa Ducal de Medinaceli, heroínas como Elvira Fernández de Córdoba o de Herrera, de la que se apartó su marido Don Fadrique al no darle descendencia y que acabó como monja en el Convento de Santa Inés de Écija, o Beatriz de Cabrera, la esposa de Murillo y madre de los nueve hijos que tuvo el pintor, que moriría en el último de los partos.
Los organizadores de la Noche en Blanco eligieron la Casa Pilatos para la inauguración oficial de la que es ya la décima edición de su historia, y la cita, que promovió más de 150 actividades y se unía a la conmemoración del Milenio del Reino de Sevilla, volvió a destapar los secretos de una ciudad inagotable que sus habitantes recorrieron de nuevo con pasión y asombro. En la Fundación Valentín de Madariaga se viajaba a los días de la Exposición Iberoamericana del 29 con dos guías de excepción: el embajador de EE UU en España por entonces, Ogden Hammond, y una aspirante a artista, Estrellita Imperio. Muy cerca de allí, la ruta Sevilla criminal recordaba cómo en el verano de 1903, en la orilla del río Guadalquivir, aparecieron miembros descuartizados de una persona, el preámbulo de una crónica negra que contemplaba también apuñalamientos en el tranvía o dulces envenenados.
Pese a esos crímenes, Sevilla era ayer una ciudad que se aferraba a la vida, un hervidero que reivindicaba el placer de la cultura. El cine Avenida prolongaba sus horarios y volvía a las sesiones golfas para la ocasión: en la cartelera, dos veteranos como Nanni Moretti o Woody Allen coincidían con el joven Alejandro Marín, que triunfa con Te estoy amando locamente. En el Museo de Artes y Costumbres Populares, Raúl Rodríguez investigaba con la Lupe, como cariñosamente ha llamado a los pedales loop con los que crea las bases. En las setas Sevilla Swing contagiaba a los paseantes la alegría de su baile. En el Museo de Bellas Artes, el jazz de Claudia Muñoz y su grupo acariciaba los lienzos de la pinacoteca. La polaca Małgorzata Mirga-Tas proponía en su exposición del CAAC un imaginario bellísimo de la población gitana.
Todo resultaba posible, como ocurre siempre en las tripas de la Noche en Blanco. En el Mercado de Triana los chavales aprendían a hacer mosaicos romanos. El Acuario divulgaba qué ocurre en el océano cuando el sol se pone. El Sevilla y el Betis abrían sus estadios, las hermandades sus iglesias y museos. La Noche en Blanco desplegaba así su mensaje: todo estaba vivo y era hermoso.
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