Nobuhiro Suwa: fragmentos de una "vida que quema"
Cine
Intermedio edita un cofre con tres largometrajes del director japonés, heredero de la modernidad cinematográfica europea y retratista de la crisis de la pareja
Sepultado por el maquillaje audiovisual posmoderno, desdibujada su identidad bajo nuevas fórmulas y coyunturas industriales nacionales, el cine europeo de la modernidad mantiene hoy viva su tenue llama muy lejos de sus fronteras. Algunos autores del último cine asiático se erigen hoy en herederos de Rossellini, Bergman, Antonioni o Godard, no sólo en una vertiente estrictamente estética, palpable a la luz del lenguaje y las filiaciones de su cine, sino también en las propias dinámicas de coproducción que han acercado al paisaje europeo, con capital en París, a cineastas como Tsai Ming Liang (¿Qué hora es allí?), Hou Hsiao-Hsien (Le voyage du ballon rouge), Hong-Sang Soo (Night and day) o Nobuhiro Suwa (Un couple parfait).
El caso del japonés Suwa (Hiroshima, 1960) es, posiblemente, uno de los más interesantes de esta "migración estética", en tanto que sus hasta ahora cuatro largometrajes (también el corto Place des Victoires, incluido en el filme colectivo Paris, je t'aime) asumen abiertamente su deuda con el cine moderno (H Story, a partir de Hiroshima mon amour, de Resnais; Un couple parfait, reescritura de Te querré siempre, de Rossellini) y su encuentro con la vanguardia y una cierta mirada oriental, para situar su indagación formal en un territorio compartido por cierto cine contemporáneo en torno al trabajo sobre el plano-encuadre fijo (o del "cine sin contraplano"), la disolución del relato clásico, la conciencia de la propia materia fílmica, las texturas y fronteras de la nueva imagen digital, el desplazamiento significativo del sonido respecto a lo visual o un tono interpretativo que pasa por un complejo equilibrio entre el naturalismo, la improvisación y el rigor de la puesta en escena.
Las tres películas de Suwa que, junto al libro con textos de José Manuel López, Alan Salvadó y nuestro apreciado colega Alfonso Crespo y un hermoso montaje de resonancias visuales elaborado por Gonzalo de Lucas, conforman este cofre, sitúan la disolución de la pareja en el epicentro de sus relatos. Si D/Duo (1997), su primer largo, apunta ya los primeros síntomas de ese desgarro de la materia cinematográfica que acompaña a la crisis de una pareja en un explícito y, a veces, algo altisonante, experimento sobre los espacios y el desplazamiento de los cuerpos, M/Other (1999), cuyo título está, de nuevo, presidido por esa barra que parte y abre a un tiempo el sentido de su expresión, asienta y depura ese trazo que nos enfrenta a un aparentemente sencillo aunque complejo juego naturalista sobre la erosión de los sentimientos, aquí con un niño de por medio, y su exposición, a la vez cercana y distanciada, desde un minucioso ejercicio formal sobre el plano-secuencia, los interiores y sus volúmenes, las zonas de luz y de penumbra, el fuera de campo, la experiencia de la duración y el grito de la propia materia a través de cortes, interrupciones, disonancias y apagones en los que se condensa eso que José Manuel López llama "la emoción de la forma indisolublemente unida a la forma de la emoción".
Era, en cierto modo, lógico, que un cineasta nacido en Hiroshima se encargara de revisitar Hiroshima mon amour. Sin embargo, lejos de ser un remake del filme de Resnais protagonizado por Emmanuell Riva, H Story (2001) pone precisamente en evidencia la imposibilidad de recuperar la modernidad como palimpsesto a través de una reflexiva estructura en abismo que se olvida pronto de todo sentido de homenaje para quedarse con las formas de escritura y acompañar el proceso de descubrimiento del presente y del afuera de Béatrice Dalle.
Si H Story viaja a una Hiroshima reconstruida por las fracturas del lenguaje, será el propio Suwa el que, en Un couple parfait, viaje al lugar de origen de su relación con el cine de la modernidad. Como en Te querré siempre, una pareja en tierra extraña y un viaje (por los espacios y la duración) para masticar la densidad de una ruptura. Caroline Champetier compone aquí los cuadros de la distancia entre los cuerpos de Valeria Bruni-Tedeschi y Bruno Todeschini, las texturas digitales trazan la distancia y la cercanía a los rostros, los umbrales y las puertas funcionan como contornos de la incomunicación y el sonido atraviesa el campo visual para atrapar eso que Alain Bergala llamó la "vida que quema".
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