Niños de ojos encendidos
Chaves Nogales adelantó lo que supondría la llegada de Hitler al poder en la serie 'Bajo el signo de la esvástica'.
Bajo el signo de la esvástica. Manuel Chaves Nogales. Almuzara. Córdoba, 2012. 152 páginas. 15,95 euros.
Para cuando el aparato del Gobierno alemán aceptó que Chaves Nogales entrevistara a Goebbels -"ser ciudadano de la República española y periodista liberal no es hoy, para los gobernantes alemanes, una invitación a la confianza"-, el sevillano sabía con toda certeza que tendría numerosas cortapisas por delante. Se concretaron en dos: sólo podría hacerle tres preguntas y las respuestas habrían de ser transcritas textualmente, "cada pregunta con su respuesta, a reglón seguido, nada más". Lo que acaso pasaron por alto los ayudantes del fanático predicador de la ideología nazi es que la presentación del entrevistado, claro está, corría a cuenta del reportero: "Es un tipo ridículo, grotesco; con su gabardina y su pata torcida se ha pasado diez años siendo el hazmerreír de los periodistas liberales (...) Es de esa estirpe dura de los sectarios, de los hombres votados a un ideal con el cual fusilan a su padre si se les pone por delante". Tres respuestas, tres, que resumían, y adelantaban, el espíritu del Tercer Reich y el horror que habría de venir.
La interviú con el ministro de Propaganda del Führer forma parte del apéndice de Bajo el signo de la esvástica (Almuzara), una compilación de los reportajes que el autor de Juan Belmonte firmó en la primavera alemana del año 33 para el diario Ahora, al poco del ascenso definitivo al poder de Adolf Hitler y que hoy, conocidas las atrocidades más feroces concebidas en pos de la raza aria, permiten no sólo constatar la mirada visionaria de Chaves Nogales -cargada de ironía y de trazos de humor que no esconden la dolorosa evidencia de la crueldad humana-, sino la profunda indiferencia con la que Europa contempló en aquellos años para lo que el país se preparaba. Basta una cita: "En el silencio de la noche avanzaba un cortejo de nazis, que tras las llamaradas de sus antorchas y el redoble de sus tambores arrastraban una masa de adolescentes, casi niños, que iban marcando el paso con las mandíbulas apretadadas y los ojos encedidos. ¿Adónde van estos hombres?, ¿qué va a hacer Alemania? La guerra; Alemania va a hacer la guerra- me han contestado unánimemente".
Cuando Chaves Nogales llega a Berlín, en mayo de 1933, deja atrás una España sacudida por las continuas revueltas anarcosindicalistas, impactada por los terribles sucesos de Casas Viejas y con un Gobierno, el del Manuel Azaña, atribulado frente al asentamiento de la derecha radicalizada y la huella del socialismo soviético. Precisamente, unos cuantos años antes, en agosto del 28, el periodista emprendió un ambicioso periplo en avión por toda Europa que le llevó de Madrid a Bakú, a partir del que conoció de primera mano las condiciones de vida bajo el régimen bolchevique (impresiones que reflejarían, entre otros escritos, los reportajes de La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja, editado recientemente por Libros del Asteroide).
Conocidas las trampas de las soluciones totalitarias que se planteban sobre la mesa, el periodista buscó, en estos reportajes desde la Alemania nazi, diseccionar el funcionamiento de los fascismos y alertar a la sociedad española de "cómo se provocan y cómo se desenvuelven los regímenes dictatoriales". Lograr sin perspectiva histórica tan certeros comentarios revelan el valor de estos textos y de nuevo nos llevan a preguntarnos por qué un autor de tal brillantez ha estado tantas décadas ausente: "Si Hitler está gobernando hoy en Alemania, es porque lleva 12 años predicando la guerra" o "El trabajador alemán se ha dejado ganar por lo que Hitler ha tomado prestado al socialismo".
Para su fresco sociológico, empleó Chaves una fórmula tan antigua como el oficio mismo: ir, oír, preguntar, contar. Sin tremendismos. Con una sencillez que de tan brutal, invita a ser releída una y otra vez para sentir el inconfudible golpe de la realidad revelada: "El nazi lleva en el costado una pistola. Antes la llevaba también; pero la llevaba escondida".
Y son este puñado de reportajes el relato de cómo la sociedad alemana, tras 14 años de socialismo y comunismo, había brindado el abrazo al nuevo régimen sin apenas extrañeza. La afirmación de un ciudadano no deja lugar a dudas: "Cuando llegue nuestra hora, nos batiremos por un ideal religioso, místico: la Gran Alemania" cuya misión providencial será "salvar la raza aria, evitar que perezca la civilización occidental; impedir la invasión en Europa de los negros". Una salvación que pasó necesariamente por la militarización de todo un país, que en aquel tiempo superó el millón de camisas pardas en torno a Hitler, "el hombre que puede con su doctrina y con la fuerza de que dispone realizar en Alemania el milagro de los trabajadores voluntarios". La voluntariedad, sabían bien, sería asumida de manera natural por las nuevas generaciones. "De aquí en adelante, todos los niños que nazcan en Alemania traerán la cruz gamada en el ombligo", "vendrán -adelanta Chaves- con el convencimiento indestructible de pertenecer a la mejor raza de la tierra". Para ello, el Ministerio de Propaganda se esmeró en una "campaña realmente aterradora" que impregnó del credo nazi los juegos, deportes, películas y vestimentas de estos pequeños soldados que aprendieron, como los mayores, a predicar la "extirpación de los judíos". El 26 de mayo de 1933 Chaves escribió: "Está haciendo Hitler la división de sus súbditos en ciudadanos que tienen derecho a la vida y ciudadanos que deben morirse; porque no tendrán más remedio que morirse". Exactamente como fue.
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