Neorrealismo mágico

Inspirados por la desoladora realidad de la autocracia comunista, los relatos de Ana Blandiana recrean con trazos fantásticos el tiempo maldito de la Rumanía de Ceaucescu

La poeta, narradora y ensayista rumana Ana Blandiana (Timisoara, 1942).
Ignacio F. Garmendia

20 de febrero 2018 - 09:44

La ficha

'Proyectos de pasado' Ana Blandiana.Trad. y prólogo Viorica Patea y Fernando Sánchez Miret. Periférica. Cáceres, 2017. 304 páginas. 19 euros

Pasada la época en que su recepción se veía inevitablemente condicionada por razones políticas, podemos hoy apreciar sin interferencias la aportación de los escritores disidentes a las literaturas del Este, marcadas durante décadas por su sometimiento a la vigilancia ideológica y la odiosa institución de la censura, que proscribía cualquier crítica y llevó a quienes no suscribían el discurso oficial a reflejar su distancia de manera indirecta. El prestigio europeo de Ana Blandiana se remonta a los ochenta, cuando su valeroso enfrentamiento con las autoridades comunistas la convirtió en una figura admirada tanto dentro como fuera de su país, pero al margen de su integridad y de su compromiso cívico serán sus libros, excelentes, los que definan una contribución que la sitúa entre los grandes de una época muy dura para las repúblicas de la antigua órbita soviética. Hija de un "enemigo del pueblo" en la Rumanía de Ceaucescu, donde el despotismo adoptó la forma de una desquiciada tiranía con rasgos demoniacos, Otilia Valeria Coman, que tal es su verdadero nombre, heredó la 'culpa' paterna y perdió de una vez la posibilidad de publicar y la de cursar estudios universitarios, aunque se las arreglaría para licenciarse e ir dando a conocer parte de su trabajo aprovechando periodos de relativa relajación de los censores. Poeta, ensayista y narradora, Blandiana ha seguido en activo y es una de las voces más lúcidas y respetadas de la latinidad contemporánea.

Reeditada diez años después de su primera aparición en España, de la mano de la misma editorial, Periférica, que tiene en su catálogo el otro libro de relatos de Blandiana, Las cuatro estaciones (1977), la colección de los once que forman Proyectos de pasado (1982) es una verdadera obra maestra no ya del género, sino de la literatura a secas. Como afirma en su impecable prólogo Viorica Patea, cotraductora junto a Fernando Sánchez Miret, son relatos -o "poemas meditativos"- que se inscriben en la tradición de la narrativa fantástica, de Hoffmann a Kafka, pero asumen la relectura metafísica o surrealizante de Borges o Cortázar y conectan, muy especialmente a nuestro juicio, con la intención satírica de Bulgákov, maestro en el uso de la alegoría -y de los elementos grotescos o sobrenaturales- como instrumento de denuncia de la locura totalitaria. Su poética podría definirse como una suerte de neorrealismo mágico en la que el tono confesional o aparentemente memorialístico que aporta la primera persona, encarnación de un ominoso destino colectivo, se sobrepone a una atmósfera visionaria donde se combinan el humor negro, el lenguaje de los sueños y su trasfondo simbólico, el recurso a la imaginería religiosa -ángeles, iglesias- y una manera de adentrarse en el absurdo que no se queda en la impugnación abstracta. Aflora a veces un pesimismo existencial que adquiere, no sin razón, rasgos casi apocalípticos, pero hay también en Blandiana un fondo humanista que descarta o rehúye el miedo, renuncia a la complacencia en la desesperación y deja abierta una íntima posibilidad de huida, a través de los espacios de libertad -del ejercicio de la imaginación redentora- que permiten a los súbditos indefensos resistir el rigor, la arbitrariedad y el poder omnímodo del Estado opresor, toda la miseria física y moral de un tiempo maldito.

Escritos como piezas independientes, pero unidos por la intención de retratar la implacable dominación del régimen desde los inicios hasta el presente, los relatos de Blandiana recrean la descomposición de un país devastado, no en calidad de documentos testimoniales sino de estampas alusivas que abordan el imperio del mal a través de su contexto no expreso o de sus consecuencias en la vida de la gente anónima: la pobreza (Aves voladoras para el consumo), la ruina de las comunidades agrarias (En el campo), las deportaciones (Proyectos de pasado) o los trabajos forzados en los campos de internamiento (Reportaje). Apoyada en una política represiva que alcanza magnitudes colosales, la ideología mistificadora trata de apoderarse de las conciencias y niega cualquier aspiración a la trascendencia. Las tradiciones populares y un legado espiritual de siglos (La iglesia fantasma) han sido arrasados por el cruel espejismo de una sociedad deshumanizada. La anomalía no está asociada a la irrupción de lo sobrenatural, que tiene efectos catárticos e incluso tranquilizadores, sino a una 'normalidad' desviada que ha convertido el terror en acompañante cotidiano. Desdeñado a veces por ilusorio o meramente evasivo, lo fantástico puede ser un territorio propicio a la subversión cuando la extrañeza o la fantasmagoría se proyectan sobre una realidad en la que suceden cosas -los instrumentos de los que se vale la autocracia no son precisamente razonables- que escapan a la lógica cartesiana. Cabe una forma militante de fantasía que no se aplique a la invención de mundos, sino a la disección del que habitamos y cuyos contornos, como saben los que sufren cualquier dictadura y sugiere la propia Blandiana, pueden igualar a los de las peores pesadillas.

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