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Negra, negrísima España

Crítica 'El mundo sigue'

Negra, negrísima España
Manuel J. Lombardo

17 de julio 2015 - 05:00

EL MUNDO SIGUE. Drama, España, 1965, 123 min. Dirección y guión: Fernando Fernán-Gómez. Fotografía: Emilio Foriscot. Música: Daniel J. White. Intérpretes: Lina Canalejas, Gemma Cuervo, Fernando Fernán-Gómez, Milagros Leal, María Luisa Ponte, Agustín González, Francisco Pierrá, José Morales, Fernando Guillén. Avenida.

Verdadero acontecimiento de la exhibición veraniega, El mundo sigue se reestrena en salas 50 años después. Recuperamos así una de las grandes películas secretas de nuestro cine, uno de los retratos más descarnados, negros, duros, crispados y desabridos de la sociedad española del franquismo bajo la mirada implacable y realista de un Fernando Fernán Gómez por entonces en plenitud de facultades (La vida por delante, La vida alrededor) y poco antes de firmar la no menos heterodoxa El extraño viaje.

Parece evidente que aquella película no iba a pasar los filtros de una censura que la apartó todo cuanto pudo de la circulación (no se estrenó, y muy discretamente, hasta 1965, a pesar de estar rodada en 1963), y así hasta nuestros días, donde tampoco existe edición en DVD que le haga justicia al lugar de honor que sí tiene entre los historiadores.

A partir de una novela homónima de Juan Antonio de Zunzunegui, El mundo sigue pone su mirada demoledora sobre una familia del madrileño barrio de Maravillas, prototipo de un modelo social donde el arribismo, el orden, el miedo, las apariencias, la mezquindad y una dinámica cainita dan al traste con un puñado de personajes que se despeñan por una pendiente interminable de relaciones y decisiones equivocadas.

En el epicentro de este melodrama trágico, en el que Miguel Marías apuntó que era imposible encontrar ningún personaje con el que identificarse, encontramos a dos hermanas, Elo y Luisa (espléndidas y carnales Lina Canalejas y Gemma Cuervo), enfrentadas y enfangadas en sus respectivas frustraciones y celos mutuos, hijas de un clima moral hipócrita y asfixiante y de unas circunstancias económicas precarias. Junto a ellas, Fernán-Gómez se reserva al tercer protagonista, un camarero jugador y con mala cabeza cuyas decisiones y mala suerte no harán sino hundirlo aún más en el desastre.

La España que sutilmente denuncia El mundo sigue es una España no ya en blanco y negro sino en negro y gris, las dos únicas tonalidades de un filme sin concesiones al humor o al costumbrismo y con más de una solución formal que denota una modernidad consciente (la voz en off, los flashbacks en la escalera); una película que siempre aprieta una vuelta más a cada situación, que añade un diálogo aún más duro al anterior, que golpea sin piedad contra el estómago de sus criaturas y pone ante las retinas un espejo ni tan siquiera deformante que nos devuelve la imagen de un país que seguimos reconociendo dolorosamente como demasiado cercano.

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