El Naturalismo en ópera

Mascagni inició con 'Cavalleria rusticana' el movimiento del verismo

Pablo J. Vayón

02 de febrero 2013 - 05:00

La ópera nació como un espectáculo dramático en el que la música jugaba el papel de refuerzo expresivo del texto, pero pronto los compositores empezaron a atribuir mayor importancia a las partes líricas, hasta que el canto (el bel canto) se convirtió en el elemento central del género, al que todo lo demás (incluidos los temas) debía supeditarse. La rigurosa verosimilitud realista y la más delirante fantasía dejada a la libre disposición de los cantantes se convirtieron así en los dos extremos de un eje por el que el género lleva moviéndose casi los cuatro siglos de su existencia, de tal manera que a épocas de excesos y caprichos de todo tipo en el virtuosismo canoro sucedían reformas que buscaban enfatizar la veracidad de lo representado. En pleno siglo XXI, la disputa continúa, aunque en las últimas décadas se haya trasladado al terreno de la puesta en escena.

A finales del siglo XIX se inició una nueva andanada contra el belcantismo, surgida esta vez de la mismísima Italia, que era su patria, su sostén y su gloria. El movimiento respondía por el nombre de verismo, y aunque sus precedentes son difusos (de Wagner a la Carmen de Bizet o las obras de Arrigo Boito, Amilchare Ponchielli e incluso del Verdi más dramático), su acta de nacimiento se puede fijar con absoluta precisión: 17 de mayo de 1890, el día en que Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni se estrenó en el Teatro Constanzi de Roma. Mascagni había ganado con esta obra un concurso de óperas breves convocado el año anterior por la editorial Sonzogno de Milán. El tema había sido desarrollado por Giovanni Tergioni-Torzetti y Guido Menasci a partir de un relato de Giovanni Verga y se ambientaba en la Sicilia rural del siglo XIX, en la que se retrataba un mundo de estrictos códigos de honor y venganza que causarían hondo impacto en la desarrollada Italia del norte, cuyos valores eran ya tan diferentes a los del mezzogiorno.

Cavalleria rusticana abre una senda nueva para la ópera en Italia. El belcanto desaparece sin dejar apenas rastro, aunque arias y dúos no se ocultan del todo, integrados ahora en un flujo continuo de música de indudable raíz wagneriana, de quien deriva también el uso (aun discreto) del leitmotiv. Las líneas melódicas ganan peso, las florituras se esfuman y en el esfuerzo por resultar naturalista la música toma en ocasiones tintes incluso descriptivos. Si a Mascagni corresponde el honor histórico reservado a los fundadores, sería Ruggiero Leoncavallo quien mejor desarrolló y definió las reglas del movimiento verista a partir de Ipagliacci, ópera igualmente breve (aunque en dos actos) que desde su estreno en 1892 quedó estrechamente ligada a la de su colega. El verismo tendría en cualquier caso un recorrido muy corto, por más que algunos elementos del Puccini más realista y algunas obras de compositores como Cilea o Giordano puedan adjudicársele.

El deseo de un mayor naturalismo en ópera no era exclusivo de los compositores italianos de finales del XIX. Muchos otros lo persiguieron de formas muy distintas, aunque posiblemente ninguno con la originalidad que lo hiciera el checo Leos Janácek. Interesado por el folclore de su Moravia natal, Janácek se dio cuenta de que el lenguaje hablado adquiría perfiles melódicos diferentes atendiendo al estado de ánimo y a la intención de cada hablante y entendió que aquella era una buena base para profundizar musicalmente en la psicología de sus personajes. "No existe arte más grande que el de la música del lenguaje humano", dejó escrito.

El genio operístico de Janácek es tardío (y más aún la recepción de su obra), por lo que este naturalismo musical en el que la melodía trata de ajustarse al habla cotidiana para caracterizar con precisión el papel que cada personaje juega en el drama, no empieza a depurarse hasta Jenufa (1904), su primera gran ópera. Šárka es en cambio una obra primeriza, en la que los elementos naturalistas que dan singularidad al lenguaje del compositor están en germen. Escrita en 1887, fue varias veces revisada hasta su estreno en 1925. A medida que fue profundizando en su estilo, Janácek se fue decantando por temas dramáticos y cercanos a la sociedad de su tiempo, pero aquí se mueve en el terreno del mito nacionalista y de la fantasía. Un fértil contraste.

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