Reflexiones danzadas sobre la condición femenina

Woolf | Crítica de danza

Una imagen de la bailarina durante el estreno de 'Woolf' en el Teatro Central.
Una imagen de la bailarina durante el estreno de 'Woolf' en el Teatro Central. / Rafa Núñez Ollero

La ficha

*** Natalia Jiménez Gallardo. ‘Woolf’. Dirección y coreografía: Natalia Jiménez Gallardo. Composición musical y espacio sonoro: Jordina Millà. Diseño de iluminación: Irene Cantero. Espacio escénico: Ángela López. Dramaturgia: José Luis de Blas. Diseño de vestuario: Gloria Trenado. Lugar: Teatro Central, Sala B. Fecha: Viernes 11 de febrero. Aforo: Casi lleno.

En estos meses, difíciles aún, se van haciendo visibles los procesos personales y artísticos que han atravesado nuestros creadores y creadoras, inspirados por sus lecturas de cabecera, durante el confinamiento y el posconfinamiento.

Es el caso de Natalia Jiménez, que este fin de semana ha estrenado en el teatro Central su último espectáculo Woolf. Una pieza creada en respuesta al guante que le lanzara desde Polonia la historiadora y y musicóloga Inés Ruiz Artola invitándola a reflexionar sobre el significado de la obra de Virginia Woolf, Una habitación propia.

El poético e inspirador monólogo interior de la autora, en el que, en palabras de Borges –su traductor al español- “ensueño y realidad se alternan y encuentran su equilibrio”, anima, entre otras mil cosas, a dejar de lado la búsqueda absoluta de la verdad, “de recibir en la cabeza la avalancha de opiniones calientes como lava y descoloridas como agua hervida”, y averiguar en qué condiciones han vivido y siguen viviendo las mujeres, especialmente las mujeres creadoras.

Un reto que Jiménez, bailarina, coreógrafa, terapeuta, docente, integrante del colectivo La Bolsa de Barcelona, e interesada desde hace años en la relación entre mujer y danza, aceptó hasta sus últimas consecuencias.

Al hilo de la obra citada, y de otras –como La muerte de la polilla-, Woolf nos ofrece una mirada hacia dentro, a distintas profundidades, y hacia fuera, al espacio en el que la protagonista es y está, tanto el que la rodea estrechamente, que la bailarina explora hendiendo suavemente el aire a su alrededor, como el de la naturaleza y el de las personas que lo comparten, en este caso la pianista, fantástica improvisadora, Jordina Millá.

En Woolf Jiménez lleva a cabo un discurso muy abstracto para el espectador, difícil en ocasiones a pesar de recitar algunos textos de la escritora londinense. En este, sin embargo, quedan patentes la maestría y la precisión de su movimiento, su uso expresivo del suelo, sus retazos de identidad colectiva –utiliza incluso unas castañuelas con música española de fondo- y, en definitiva, un lenguaje sugestivo, perfeccionado con los años y con las huellas de las bailarinas que la han precedido.

Jiménez bucea en cada palabra, en cada pensamiento, y trata de expresar, con el cuerpo y con la voz, sus reflexiones y sus emociones. Pero Woolf no es únicamente un solo. Es un diálogo con la música y con la luz con que Irene Cantero va iluminando brillantemente sus manifestaciones –a veces sosegadas, a veces incluso violentas- para dejar en penumbra sus momentos de intimidad.

Al otro lado de un escenario en el que unas telas colgadas –¿manteles, colchas?- nos acercan de algún modo a lo doméstico, unidas en una misma frecuencia, Jordina Millà, ya atacando las cuerdas por fricción ya sentada ante las teclas, va creando un entorno sonoro casi sideral, capaz de evocar un sinfín de sensaciones.

Porque como todo ser humano, la mujer tiene que navegar, dentro y fuera de ella, entre la luz y la oscuridad, entre el sonido y el silencio…

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