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Desde que perfiló a su novelista malaleche, protagonista de una de las series más juguetonas y placenteras de la literatura española reciente, Salvador Gutiérrez Solís ha alternado propuestas más serias -la última, El orden de la memoria- con una faceta más lúdica en la que el cordobés logra divertir a través de una mirada incisiva, pero no exenta de cierta piedad, con la que el autor observa las pequeñas miserias del ser humano.
Escritores, una colección de relatos que Gutiérrez Solís publica con El Olivo Azul, consolida esa capacidad privilegiada para ese humor inteligente que se mueve entre el sarcasmo y la compasión hacia sus criaturas. La obra propone una galería de tipos vinculados al ámbito de las letras, pero nada más lejos que este libro de una pretenciosa ración de metaliteratura, porque en las páginas del autor siempre respira la vida, con su carga de sueños incumplidos, decepciones y deslealtades. El narrador habla, sí, de profesionales de los premios que tras haber conquistado un gran número de galardones ahora pagan la hipoteca participando como jurado en convocatorias diversas y cobrando a los aspirantes por su voto, también de agentes literarias inaccesibles o de críticos que aseguran haber descubierto el cráneo de Lorca, pero Gutiérrez Solís siempre pone el acento en lo humano: en las esperanzas de un novelista en sequía permanente que encuentra material para proseguir con su carrera en un contenedor, en la transformación de una mujer que descubre tras la muerte del marido que éste creaba versos y aprende a comportarse como la viuda de un escritor, del cansancio de un literato que no obtiene respuestas y se pasa a las narraciones de corte romántico... De nuevo, el autor dispone un batallón de los perdedores en cuyas entrañables limitaciones es difícil no reconocerse.
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