Los sonidos de las naciones
Nacionalismo y música clásica | Crítica
De cómo los músicos colaboraron en la forja de las naciones a lo largo del XIX
La ficha
Nacionalismo y música clásica. De Händel a Copland
Matthew Riley y Anthony D. Smith. Trad. de Patrick Alfaya McShane y Javier Alfaya McShane. Madrid: Alianza Música, 2020. 390 páginas. 28 euros (papel). 18,49 euros (epub).
El nacionalismo nace del Romanticismo, generado como reverso de la Ilustración. Rousseau, el antiilustrado enmascarado por excelencia, y Herder, gran instigador del Sturm und Drang, están intelectualmente detrás de un movimiento que surgiendo de lo cultural acabó en lo político y transformó por completo el mundo. Este libro que ahora edita Alianza en español se dedica a estudiar cómo desde la Revolución francesa (un poco antes en Inglaterra, por algunos oratorios de Haendel) y en determinados sitios (EEUU, especialmente) hasta la Segunda Guerra Mundial, los compositores se involucraron en los proyectos que acabaron destruyendo imperios, creando naciones nuevas y fraguando lazos entre los ciudadanos de las antiguas.
Como los conceptos de nación, nacionalismo, música nacional y música nacionalista son muy ambiguos, Riley y Smith dedican una amplia introducción a aclarar en qué sentido los usan y luego estructuran su trabajo en seis grandes capítulos, en los que se analiza la mixtificación y manipulación del folclore y cómo la música tradicional (real o inventada) penetró en el ámbito de la creación culta, para pasar luego a los modismos (muchas veces compartidos internacionalmente: modalismo, ostinati...) y los géneros (óperas, poemas sinfónicos) a través de los cuales los compositores buscaron activar el simbolismo que, en asociación con la literatura y la pintura, unía a los naturales de la nación recreada en un conjunto de paisajes, mitos, leyendas y acontecimientos históricos en los que poder reconocerse.
La importancia del culto a los antepasados en elegías y conmemoraciones varias y la forma en que todo ese corpus de obras fue canonizándose ocupan los dos últimos capítulos de una obra que tiene algunos puntos débiles: uno lo reconocen los autores, y es que se centran sobre todo en las grandes figuras y las grandes obras; el otro es de profundidad en los análisis según las naciones: demuestran conocer muy bien la realidad inglesa y han ahondado mucho en la rusa o la checa, pero el acercamiento a España resulta parcial y decepcionante.
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