Murnau: el camino de la perfección silenciosa

Un legado restaurado con mimo, 17 de octubre 2008 - 05:00

La Friedrich Wihelm Murnau Stiftung y varias cinematecas y museos de cine de todo el mundo llevan años rescatando y restaurando el cine de Murnau. Una tarea complicada -por el poco respeto que se tuvo con los materiales del mudo, y, en el caso concreto de Murnau, por las distintas versiones que se hicieron de algunas de sus películas- que ya ha dado frutos ejemplares, como si a los responsables de esta arqueología fílmica les insuflara fuerza y determinación el hecho de saber una triste verdad, que hay películas de Murnau que se saben perdidas para siempre.

Ahora llegan al mercado español, gracias a Divisa y a su colección Orígenes del Cine, El castillo Vogelöd y Las finanzas del gran duque, filmes restaurados a principios del nuevo milenio que celebran el magisterio de Murnau y su irrepetible trabajo de artesanía de lo visible. Y si es cierto que hasta en la copia más infame e improyectable esto saltaba a la vista, en el límpido celuloide de estas versiones es más fácil extasiarse ante una de las grandes escrituras del cine, pudiendo comprobar de verdad la sutilidad de su puesta en escena (y del trabajo de los estrechos colaboradores, entre ellos el productor Erich Pommer, los operadores Fritz Arno Wagner y Karl Freund, el diseñador Hermann Warm, o la casi siempre maltratada guionista Thea von Harbou), el oficio de quien logró el altanero deseo de los mejores cineastas del mudo, ser capaz de prescindir de la palabra (hasta de los intertítulos en las últimas obras) para expresar o insinuar toda la paleta de sentimientos con la que los humanos pintan sus días de luz y tinieblas. El castillo Vogelöd (1921), filme anterior al Nosferatu, participa de los rasgos más reconocibles y magistrales del autor, por ejemplo la progresiva indeterminación que adquieren las imágenes, tejiendo tránsitos entre la vigilia y el sueño al tiempo que una historia de recluidos en un castillo deviene en una pesadillesco cuento de tormentos que se exteriorizan, o el dominio del espacio escénico en tanto fuente de información dramática e insinuante refuerzo expresivo de la narración. Si ya en este filme, de oscuras y traumáticas revelaciones, Murnau encontraba espacio para el humor (en dos fantásticos y fantasmagóricos sueños), Las finanzas del gran duque lo confirma como director de comedias desprejuicidas. Como si Lubitsch y Fritz Lang hubieran aconsejado a Murnau cada uno por una oreja, el filme, que toma velocidad mediante la concatenación de diversos malentendidos, tiene a un aristócrata de capa caída buscando una fórmula legal para salvar de la bancarrota a su reino. Nada mejor que una boda.

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