Murillo desde Murillo
arte
Benito Navarrete ofrece en su último libro desconocidos perfiles del pintor, quien se sirvió de la religión para prosperar, se vio envuelto en turbios negocios y pisó la cárcel por un impago
Lo difícil no es Murillo, que se defiende solo, sino explicar el complejo enigma que bombea la pintura de Murillo. Y lo difícil es, sobre todo, darle su sitio exacto en la Historia del Arte más allá del fabuloso territorio barroco que levantó con ingredientes propios. Más allá de la escenografía templada de la religión. Más allá del cortocircuito de las escenas populares. Pero también más adentro, en los pasadizos del creador incalculable y del explorador de obsesiones... ¿Pero en verdad qué fue Murillo? ¿Qué hay bajo ese genio con encajes de santurrón? ¿Cómo logró hacer de la fama su destino?
Poner al día el rastro del genio es la principal apuesta en el libro Murillo y las metáforas de la imagen de Benito Navarrete (Jerez, 1970), quien lleva años intentando descifrar qué sucede con el pintor, a qué huele la superficie de sus lienzos, de dónde proviene ese aire más allá del viento que envuelve a sus Inmaculadas… Al artista le ha dedicado el profesor de la Universidad de Alcalá la vida y sus dioptrías, sus entusiasmos, sus fatigas. Él sabe bien que Murillo es la cumbre de un enigma: han pasado cuatro siglos de su muerte y el tiempo no ha desfondado su intensidad.
La pintura es aquí, por tanto, el lugar desde el que derramar todo lo demás. El territorio impetuoso de las revelaciones. "Lo que nos emociona de Murillo es el proceso por el cual lo que construye lo transforma en belleza gracias a la estética de la agudeza, que conmueve los sentidos y llega a lo más profundo del que lo contempla, bien por la perfección técnica, bien por la construcción de la representación", explica Navarrete, quien ha armado en su trabajo -publicado por Cátedra- un ensayo sobre la recepción de las obras del pintor, desde el siglo XVII a la actualidad.
Así, lo que le queda de Murillo al lector en este viaje a través de la cultura visual es un artista de contornos más sombríos. Pespunteado de genio y ambición. Con apetito por muchas cosas. "Murillo se encargó de gestionar su propia fama y lo hacía de forma premeditada", señala Navarrete, quien le atribuye, incluso, cierta premeditación en la imagen de humildad y virtud que de él se encargaron de atornillar con sus juicios Torres Farfán, Palomino y Ceán Bermúdez, entre otros. "Todo era una estrategia del pintor que poco o nada tenía que ver con la realidad", recalca.
Por ejemplo, en opinión del autor de Murillo y las metáforas de la imagen, "el elemento religioso fue uno de los principales hechos de los que se valió para proyectarse tanto en la sociedad como en el medio artístico". Así, su participación en la cofradía del Rosario desde 1644 y de la Caridad desde 1665 no se debe sólo a la profesión de su fe sino a un evidente interés profesional, cuando no mercantil, tal como demuestra su dedicación a alquilar túnicas de luz y de sangre para la estación de penitencia de la hermandad de Montesión el Jueves Santo de 1657 por valor de 572 reales de vellón.
Otro aspecto hasta ahora desconocido que revela ese Murillo más en penumbra es su extremo interés en tener invertido su dinero para intentar conseguir rápidos beneficios. Esta circunstancia le jugó, incluso, alguna mala pasada. Como revela Navarrete en su trabajo siguiendo las averiguaciones de Pablo Hereza, el artista ingresó en la Cárcel Real el 15 de octubre de 1655 por estar sin liquidez a causa de sus fuertes inversiones en la Carrera de Indias y no poder cumplir los pagos al Cabildo de la Catedral por el alquiler de una casa frente al monasterio de Madre de Dios. El pintor fue "preso por los maravedíes que debe y estar el tal muy pobre", se recoge documentalmente.
En este "ensayo subjetivo" armado por Navarrete también queda el perfil de Murillo como "un artista anacrónico", dado que el poder de sus imágenes, mantenido en el tiempo gracias a la memoria que se ha configurado en torno a ellas, ha hecho más importantes a esas representaciones que a las circunstancias en las que fueron creadas. Tal onda expansiva es la que lleva a un canónigo de la Catedral a encargarle los retratos de santos a los que tiene particular devoción para que ésta llegue a popularizarse. O al mismísimo Franco, quien convirtió en "asunto de Estado" el retorno a España de la Inmaculada de los Venerables por tratarse de "una reliquia".
El libro Murillo y las metáforas de la imagen también se detiene a escudriñar en la imagen que el pintor tenía de sí mismo. Y lo hace, especialmente, a través del autorretrato que hoy se conserva en la National Gallery, ejecutado hacia 1668-70. En él Murillo se representa con la mirada atenta e inteligente y una indumentaria que denota buena posición. Pero lo más importante: también como un pintor dotado de "ingenio", enmarcado, a modo de juego entre la pintura, la escultura y la realidad, por una moldura ovalada de piedra que simboliza que su gloria artística sobrevivirá al paso del tiempo.
En la parte inferior del citado lienzo aparecen instrumentos relacionados con su profesión: a la derecha, una paleta y varios pinceles, a la izquierda, un papel enrollado que contiene un dibujo a la sanguina, un compás, un lápiz y probablemente una regla. Murillo se reafirma, así, como un artista intelectual, donde la base de sus obras es la medida y el dibujo, mientras que el color tiene un valor subordinado. La dedicatoria del lienzo "A sus hijos", sostiene Navarrete, iría dirigida no tanto a los biológicos sino a sus discípulos o seguidores, en una ostentosa demostración de la creencia íntima en la inmortalidad de su arte.
Por último, Navarrete -que estuvo este jueves acompañado en la presentación por el arzobispo, Juan José Asenjo; el alcalde, Juan Espadas y el profesor Peter Cherry- propone cuatro nuevas atribuciones al catálogo de Murillo. Por un lado, el retrato del venerable Padre Contreras, que pertenece a la colección municipal del Ayuntamiento de Sevilla; unas Lágrimas de San Pedro y una Sagrada Familia, en sendas colecciones particulares, y por último el retrato de uno de los principales promotores del artista, Diego Ortiz de Zúñiga, conservado en una colección de Penrhyn Castle, al norte de Gales.
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