"La Iglesia favoreció a Murillo cuando le interesó abrir la mano del rigor"
Año Murillo
El gran especialista en la pintura sevillana del Siglo de Oro acaba de publicar 'La escuela de Murillo' y afronta con una intensa actividad editorial el IV Centenario del pintor
Sevilla/Cerca de la Catedral reside Enrique Valdivieso (Valladolid, 1943), catedrático emérito de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla desde 2016. En su despacho, que ocupa la planta baja de la que fue la casa del escritor y abogado Santiago Montoto en la calle Mateos Gago, entre estanterías abarrotadas de libros, el gran especialista de la escuela sevillana de pintura ha dispuesto con cariño cuadros, esculturas y recuerdos familiares, como una hermosa fotografía de sus padres ante el Edificio España de Madrid.
En su última monografía, La escuela de Murillo, coeditada por la Universidad de Sevilla y el ICAS, arroja luz sobre las aportaciones de los seguidores del pintor durante más de un siglo después de su muerte. Son muchas las nuevas atribuciones que realiza y hasta las desatribuciones (obras que pasan del maestro a algún discípulo), "lo que no es de extrañar porque apenas había trabajos especializados sobre ellos y tenían un catálogo muy escueto", sostiene. Su misión ha sido "mirar la pintura con atención, una y otra vez, durante años. Este libro es un arma para coleccionistas y anticuarios que permitirá identificar cuadros hasta ahora revueltos como escuela de Murillo".
Valdivieso, que sigue escribiendo a mano sus libros, no tiene reparos en interrumpir sus rutinas científicas para cumplir su compromiso cívico con los enfermos del Hospital de la Caridad, de cuya hermandad es un miembro muy activo como en su día lo fue Murillo. "Estoy en la Caridad por amor a los hombres, quién sabe si existe Dios. Pero si tuviera que ir a misa, preferiría escucharla en latín", dice quien fuera en la niñez monaguillo de la Virgen de las Angustias que talló Juan de Juni.
Suele recordar a sus interlocutores que la gran pintura barroca española fue el espejo que la Iglesia eligió para predicar su mensaje de piedad, devoción y arrepentimiento, "esas normas morales que tenían que ser rigurosamente cumplidas, los mandamientos y el tener temor de Dios. La Iglesia siempre usó el arte como catequesis. En la primera mitad del XVII, la época de Zurbarán, ninguna figura sonríe. En cambio, en la segunda mitad del XVII, y de ahí Murillo, todo se llena de luz y los santos sonríen porque la Iglesia decide abrir la mano del rigor moral y favorecer esa pintura".
Los padres de Enrique Valdivieso padecieron sordera en su madurez y esa enfermedad impulsó al hijo a exagerar su verbo preciso y a enfatizar sus intervenciones para conectar con ellos. Fue el germen de su primera pasión, la actoral. "Luego emplearía muchas de esas técnicas en mis clases", revela con esa voz de castellano sabio, grave y algo histriónico.
La jubilación le ha dado alas y su producción es torrencial. La prestigiosa revista Ars Magazine, por ejemplo, acaba de publicar su amplia investigación sobre la autoría de las pinturas murales del techo del Salón Principal del Palacio Arzobispal sevillano, que él atribuye al pintor italiano Girolamo Lucenti. También ha escrito el prólogo para la monografía sobre Juan del Castillo, maestro de Murillo, que la catedrática y profesora Lina Malo ha publicado en la colección Arte Hispalense de la Diputación.
La tesis de licenciatura de Enrique Valdivieso se publicó en 1971 en la Universidad de Valladolid y allí abordó por primera vez la pintura barroca de su ciudad natal, cuyas formas adustas y contenido sobrio y severo florecieron durante los seis años en que se instaló allí la corte de Felipe III a instancias de su valido, el duque de Lerma. Nuca dejó de estudiar, a menudo junto al catedrático emérito de la Universidad de Valladolid Jesús Urrea, el arte de aquella ciudad de más de 30 conventos que constituyó "la única escuela pictórica de Castilla". Medio siglo después, ambos firman el espléndido volumen Pintura barroca vallisoletana que han coeditado las Universidades de Sevilla y Salamanca.
Valdivieso recaló en Sevilla en 1976, tras trabajar el año previo como profesor agregado en Canarias. Lo que parecía un destino provisional acabó siendo el fundamento de su vida familiar y académica. Le gusta Sevilla de un modo extraordinario y a su conocimiento y protección patrimonial ha dedicado ingentes esfuerzos, reconocidos con la Medalla de la Ciudad en 2017. Pero no le gusta que se malinterprete su esencia. Por ejemplo, "comercializando la imaginería de su Semana Santa en réplicas que proliferan por todo el país. Es catastrófico. Los espíritus del pasado nunca se deben reutilizar. Si no vivimos en una sociedad barroca no se debe hacer arte neobarroco pero Sevilla abastece a toda España de imaginería, cirios, bordados... Los imagineros no dan abasto. El otro día vi un paso neobarroco de tres pisos, algo espantoso porque al exacerbar se pierde el carácter. La norma del arte es estar en su justo punto y nunca desmedida".
Esa elegancia la asocia a menudo al pintor Francisco de Zurbarán, al que considera el mejor intérprete de la espiritualidad española en la primera mitad del XVII. "Nadie como Zurbarán pintó el rigor, la severidad, la autoridad y el triunfo de los mártires". De la producción del extremeño elige como su obra cumbre, sin dudar, el Martirio de San Serapio, sobre la que publicó una investigación en la revista Archivo Español de Arte. "Los mercedarios tenían como afán rescatar a los cautivos en tierras infieles y dar su vida en defensa de la fe. Su máxima recompensa era morir mártires y por eso Zurbarán exalta el martirio en la escena por antonomasia que lo representa". A San Serapio le sacaron las entrañas del interior del cuerpo en el norte de Africa pero él lo pintó sin morbo, ocultando bajo un enorme sayo blanco su carne mortificada. El cuadro, que pertenece desde 1951 a la colección del Wadsworth Atheneum de Hartford, en Conneticut, "debería estar en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, porque formó parte de la sala De Profundis del convento de la Merced Calzada, pero perdimos tantas obras maestras malvendidas por monjes y funcionarios, o expoliadas por Soult...". Un avispado Richard Ford compró San Serapio en Sevilla hacia 1832 [poco después lo subastó y ganó una suma copiosa].
Para entender la pintura, defiende Valdivieso, "es fundamental si se tiene ojo o no se tiene ojo". Sobre la serie de Jacob y sus hijos que ha viajado a Dallas y Nueva York, por ejemplo, él considera que en su ejecución tuvo un gran protagonismo el taller "porque Zurbarán nunca hubiera pintado unos pies tan toscos, feos y desmañados. Se trata de una de las series catequéticas que se enviaban a América. Por lo general allí se llevaba arte de tercera categoría porque nunca estaba claro que los clientes fueran a pagar. En este caso se supone que la serie la capturaron unos piratas y terminó en el Reino Unido. Si quieren ver un conjunto íntegro de Zurbarán vayan al monasterio de Guadalupe en Cáceres, donde el pintor intentó contar las grandezas de la orden jerónima. La serie explica la catequesis al completo".
Cuando llegó a Sevilla en 1976, Valdivieso se dio cuenta de que el arte barroco era "una mina sin explotar"porque ningún catedrático se había especializado en la historia de la pintura sevillana. "Yo venía de la escuela vallisoletana, modesta y desornamentada comparada con la opulencia de ésta, y me asombró la cantidad de obras importantes de Murillo que permanecían en su ciudad natal".
Como todo en la vida, prosigue, lo suyo fue por casualidad. "Alfonso E. Pérez Sánchez iba a ser director del Prado pero en lugar de él nombraron a un sacerdote y musicólogo, el padre Federico Sopeña, que pertenecía a la Real Academia de Bellas Artes; fue algo incomprensible. Alfonso dimitió disgustado pero, antes, debió de recomendar que Manuela Mena y yo hiciéramos el catálogo de las obras de Murillo en el Prado". Aquellos años vuelven ahora a la memoria de quien en su último libro afirma que uno de los dibujos del catálogo razonado de Murillo donde se representa a un ángel, y que fue dado a conocer por Angulo, Brown y Mena, "sería en realidad de Francisco Meneses Osorio, el dibujo preparatorio para un lienzo posterior de este discípulo".
Y aquí Valdivieso se enciende, defendiendo a tantos pintores opacados por la sombra alargada del célebre pintor de Inmaculadas. "Se pensaba que más allá de Murillo no había nada pero Juan Simón Gutiérrez, natural de Medina Sidonia (Cádiz), estuvo 60 años pintando en Sevilla con una calidad extraordinaria. Me encantaría publicar un librito con el Ayuntamiento asidonense dando fama a ese grandísimo pintor".
Al redactar su última obra, Valdivieso confiesa que pensó a menudo en Pérez Sánchez, "quien me enseñó algo fundamental: apurar la mirada hasta el extremo, ver hasta los más pequeños detalles. También me animó a procurar no dejar la obra quieta sino moverla hacia adelante, arriesgar un poco la opinión aún a riesgo de errar porque en pintura es muy fácil equivocarse. Y también aprendí de él a no hablar sólo de pintura: a amar la música, la literatura y tener un mundo cultural amplio".
Fue justamente el interés de Pérez Sánchez por el teatro lo que los acercó en la época en que Valdivieso estudiaba en Madrid y era actor del Teatro Universitario. Una fotografía en su despacho le muestra en el escenario junto al primer actor Juan Antonio Quintana en 1964, en Parma, representando El sí de las niñas de Moratín. "Yo ahí hacía de pícaro perspicaz, con una mirada llena de malicia... Durante mucho tiempo metí el teatro en el armario porque me daba vergüenza, se veía mal que un profesor universitario se dedicara a esto pero yo en Madrid, haciendo guiñol, aprendí muchísimo de la vida".
Su carrera como profesor arrancó en Valladolid, adonde regresó desde Madrid para completar las dos asignaturas que le quedaban. Un catedrático le encargó sustituirle dando clases, "cuando aún me miraban por encima del hombro por ser el director del teatro universitario. Pero di la primera clase y se armó la de Dios. 'El Valdi, qué clases da', comentaron todos".
Cuando llegó a Sevilla, su primera obsesión fue la Catedral, que había visitado en un viaje de estudios. "En 1975 había publicado con Urrea el catálogo de pinturas de la Catedral de Valladolid. No tardé en pedir permiso al Arzobispado de Sevilla para hacer el catálogo de sus pinturas, que se publicó en 1978 y fue mi primer trabajo sevillano, del que Pérez Sánchez hizo una crítica elogiosa".
¿Cuál sería su obra favorita de Murillo en la Catedral? Contesta sin pestañear: "La Inmaculada que preside la Sala Capitular. Es un prodigio con su marco elegantísimo tallado por Bernardo Simón de Pineda. Murillo siempre acierta cada vez que aborda este tema, cada Inmaculada es la misma pero también es diferente y en este caso le movía el deseo de agradar a la Catedral, que pagaba bien. Era un orgullo máximo exponer allí".
En Sevilla los viejos catedráticos, recuerda, "jamás se habían subido a una escalera y un andamio, no se habían puesto un mono ni habían cogido un plumero. Yo, como los arqueólogos, trabajé como un obrero nada más salía de dar clases. Me movía libremente por la Catedral estudiándolo todo. Llevaba un pañuelo atado para cuando se levantaba el polvo y descubrí muchos cuadros firmados que nadie se había molestado en estudiar, como una Piedad con el padre eterno de Juan de Sevilla maravillosa. Esa aportación, interesantísima, me facilitó el estudiar la riquísima pintura flamenca e italiana que conserva la Catedral".
Para muchos sevillanos, Murillo: sombras de la tierra, luces del cielo es el libro de este historiador con el que descubrieron al artista tras amar sus pinturas. "Es una obra linda, la primera vez que me expresé por escrito sobre Murillo y donde exprimí los tres tomos valiosísimos que había publicado don Diego Angulo. Lo publicó la editorial gaditana Sílex, que en ese momento era uno de los mejores sellos españoles. Angulo era de otra generación y su obra terminó siendo un tocho difícil de consultar, en cambio con el murillito, como se llama popularmente a la versión pequeña que hizo para la colección Arte Hispalense, conquistó al público".
Aún sorprende que quien tantos libros ha publicado sobre el Barroco terminara dando clases de pintura contemporánea en la Universidad de Sevilla. "Lo hice porque soy hijo del siglo XX. Yo fui un niño pop: me interesó desde siempre la música y la pintura pop. Y di esas clases con el mismo entusiasmo o más con que hablaba de Murillo y Zurbarán. Hay que empaparse del arte de la época para no dejarse engañar por fuegos de artificio".
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