Muñoz Molina ante el incierto porvernir
Volver a dónde
El escritor jiennense viaja hacia sus raíces en 'Volver a dónde', una estremecedora reflexión sobre el paso del tiempo que hibrida el diario pandémico y el álbum familiar
"Parecía que habitábamos un país comunista, con las colas y el frío", recuerda Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) a los periodistas sobre aquellos primeros meses del estado de alarma en 2020. "Fue hace nada, y es como si hiciera mucho tiempo. Ayer mismo, de pronto, es nunca jamás", escribe en su nuevo libro, Volver a dónde, sobre el que conversamos y en el que la fragancia de unas matas de tomate cultivadas en el balcón de su casa de Madrid durante los días de confinamiento desencadena, cual magdalena proustiana, una catarata de imágenes de su infancia jiennense y de un mundo de privaciones que le permite reflexionar sobre quiénes somos y cómo construimos nuestros recuerdos. El autor ha querido dejar constancia de un tiempo excepcional, la crisis del coronavirus, para que los más jóvenes puedan atisbar también la extraordinaria transformación de la sociedad española en el último siglo. Pasado y presente se hibridan en estas páginas, que ha vuelto a confiar a su sello Seix Barral y en las que adopta la actitud del Daniel Defoe del Diario del año de la peste para mostrar su "estupor y perplejidad ante una normalidad que no acaba de volver".
El libro, de estilo contenido pero de una belleza sobrecogedora, surge de dos procesos distintos. Por un lado, explica, "del deseo de apuntar cada día lo que vas viviendo en una especie de diario de perplejidades que escribía a una cierta hora de la tarde mientras estábamos confinados y que incluía recortes de periódicos y fotografías". "Pero luego, cuando ya acabó el estado de alarma en junio, y ahí empieza el libro, yo tenía que entregar un artículo para el periódico y, como no tenía tema, empecé a mirar por el balcón y a escribir a ciegas, y lo que salió fue el desconcierto, el estupor. Un amigo que leyó ese artículo, titulado Volver a dónde, me dijo que podía ser el principio de una obra y así arrancó todo".
La memoria personal y la que nos han legado nuestros padres y abuelos participan de un doble movimiento aunque Muñoz Molina se proyecta también hacia el futuro a través de la figura de su nieta. "Yo voy donde me lleva lo que escribo", dice del proceso creativo de este "álbum familiar" que le permite situar su propio espacio en el tiempo, "ese lugar donde vamos a estar cuando nos recuerden".
La sombra tutelar de su padre es uno de los recuerdos que volvían con mucha fuerza del pasado lejano mientras Muñoz Molina iba componiendo este intenso relato, en el que colisionan los aplausos a los sanitarios en los balcones a las ocho de la tarde con historias de su infancia contadas por abuelos, tíos, vecinos y aceituneros. "Reivindico la entereza de aquellas personas que, en situaciones terribles, mantuvieron su dignidad y trabajaron y nos criaron con un amor tan grande que no notábamos que éramos pobres. Esas formas de educación popular, arraigadas en tantos campesinos, nos permiten aprender el sentido de la contención y a evitar cualquier forma de despilfarro. En aquella Andalucía nada se desperdiciaba porque nada era superfluo: lo vemos en la manera de regar, que viene desde Roma y que desarrollaron los árabes, cómo se aprovechaba un recurso tan limitado como el agua, hasta el punto de que todavía ahora, cuando llueve, yo me siento feliz. Esa sociedad de mi infancia tenía muchas formas de las que podemos aprender hoy aunque también era un mundo de desigualdades terribles al que no quisiera regresar. Por eso en Volver a dónde quiero delimitar qué es lo que añoro, qué merece la pena ser preservado y qué está bien que desaparezca para siempre".
Esos desequilibrios asoman en la obra, a menudo, a través de los recuerdos de su madre, Antonia, "que se levantaba siempre una hora antes que nosotros para encender la lumbre y preparar el desayuno cuando nos íbamos a las seis a coger aceitunas. Es importante no olvidar esa cuestión de la desigualdad entre hombre y mujer. También tendemos a ser condescendientes hacia la gente del pasado y a considerar menos listos a los que nos precedieron pero eran personas que pudieron tener vidas mejores. Cuando yo era adolescente pensaba que, como era rebelde e inconformista, me merecía otra vida distinta a la de mis padres y abuelos, conservadores y apegados a la tradición. Pero es que ellos tuvieron una vida durísima: la vida andaluza que yo conocí, la de esa época, era más atrasada y más injusta, y no era una vida inmemorial sino el resultado de una derrota que había sido la venganza social de la guerra civil y de la posguerra. Es muy importante, por respeto a ellos, evitar siempre la nostalgia y fijarnos en lo que valía e importaba: por ejemplo, su modo de cultivar la tierra era más sostenible en muchos sentidos. Si en vez de abandonarse la huerta para cultivar olivos llenos de pesticidas subvencionados por la Unión Europea la hubierámos cuidado hoy tendríamos en Jaén una producción hortícola de especies originales y sabrosas con un valor muy grande y una fuente de riqueza de la que carecemos".
Vuelve así la conversación a las matas de tomate, y al placer de ver el Real Jardín Botánico de Madrid como un edén en la tierra tras el confinamiento, ya que fue uno de los primeros lugares que visitó el escritor cuando acabó el estado de alarma. El libro va encadenando numerosas reflexiones sobre la fragilidad de las cosas que importan. "En un sistema democrático das cosas por supuestas y tiendes a no otorgarles el valor que merecen, y a pasar por alto que debes defenderlas, como la sanidad pública o la investigación científica. Aún me acuerdo de que mi madre dependía de mi padre para cualquier cosa porque no tenía su propio dinero ni podía viajar sin permiso del marido. Eso pasó ayer mismo y por eso lo que tenemos ahora es tan valioso. Pero es reciente y lo podemos perder, como vemos con el derecho al aborto en los Estados Unidos. La sociedad española tiene un déficit grande de conocimiento histórico y de pedagogía histórica, es comprensible que una generación nueva no preste atención a sus mayores pero para eso están la institución escolar y los libros. Yo siento la responsabilidad de contar un mundo que he conocido y que ya no existe", concluye.
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