"España es un país mucho menos cerril y sectario que sus políticos"
Antonio Muñoz Molina | Escritor
El autor regresa a las librerías con la novela 'Tus pasos en la escalera', en la que con tono de 'thriller' sentimental reflexiona sobre la construcción de la memoria y los resortes del miedo
Sevilla/"El modo en que la memoria construye o tergiversa el pasado, la fragilidad de los recuerdos, el miedo, la extrañeza de los sentimientos, todo eso", afirma Antonio Muñoz Molina, "ha estado siempre presente en mi trabajo". Estas cuestiones vuelven a aparecer en las páginas de Tus pasos en la escalera (Seix Barral), la novela que acaba de publicar, con ese título que contiene un guiño a los boleros que tanto le atraen por su efusiva "desvergüenza sentimental".
A ratos, la novela parece –y de hecho casi es– una especie de continuación de aquella de aquella hermosa nouvelle que publicó en 1999, En ausencia de Blanca. "Tienen mucha relación, es cierto. Ésta se podría haber titulado incluso En ausencia de Cecilia [nombre del personaje femenino esta vez]", bromea el escritor y académico de la RAE durante un encuentro con la prensa para promocionar el libro.
Tus pasos en la escalera cuenta la historia de un tipo que acaba de instalarse en Lisboa –donde ya transcurrían El invierno en Lisboa y Como la sombra que se va– para "esperar el fin del mundo". Pero mientras tanto, sobre todo, aguarda a una persona, a su mujer que está aún en la ciudad donde antes vivían, Nueva York, y entretiene la espera –que se va tiñendo de extrañeza y ansiedad– leyendo, paseando a su perra, charlando con éste y aquél, y con especial mimo preparando con minuciosidad el piso donde vivirá la pareja en su nueva etapa; tanto, de hecho, que va pareciéndose cada vez más al que les dio cobijo allá en Estados Unidos.
Poco a poco, sutilmente, el lector se irá dando cuenta de que el narrador –con el que a veces Muñoz Molina parece jugar al equívoco, pues no pocas veces se filtra en la novela su propia experiencia como enamorado y andariego vecino ocasional de Lisboa–, ese tipo que cuenta su historia y su espera y su amor arrebatado por Cecilia, experta en los mecanismos neuronales que activan el miedo y ponen a trabajar la memoria, no es del todo fiable. Y cuando esto sucede, cuando uno repara en que el narrador –premeditadamente o no– hace trampas, el libro adquiere un desasosegante aire de thriller, sin necesidad de asesinos ni conspiraciones.
"Lo que es distinto en este libro", dice el autor, poniendo en perspectiva esta novela con respecto al resto de su obra, "es que esta vez he procurado tener en cuenta, a través de un personaje como es el femenino, que estas cosas, la memoria, los recuerdos, el miedo, la angustia, que los escritores solemos tratar de una manera muy literaria, también se pueden ver a través de la ciencia".
Y esa perspectiva, añade, es "apasionante". "Porque la mirada científica nos dice, en última instancia, que todas las cosas son mucho más inseguras y frágiles de lo que parecen. Esos impulsos que a todos nos parecen tan personales, como el miedo o la angustia, vienen de un instinto de supervivencia muy poderoso que es el mismo en todos los seres humanos. Además, el mundo no es lo que nos parece a nosotros, sino la versión del mismo que nos dan nuestros sentidos y nuestro equipaje cognitivo, lo cual añade un poco de misterio a todo. La percepción no es una cámara mecánica que reproduce lo que hay ahí fuera, sino que está continuamente creando modelos de la realidad a partir de informaciones sensoriales". Lo que implica, apostilla con entusiasmo y un acento de asombro, que lo que ocurre en todas nuestras cabezas "es como una novela permanente".
En este acercamiento del autor de El jinete polaco y Sefarad a la ciencia tuvo mucho que ver el deslumbramiento que sintió al descubrir a Oliver Sacks, autor de libros fascinantes pero ligeramente aterradores como El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, donde, como en tantos otros, narraba los rarísimos casos clínicos que trató como neurólogo y psiquiatra.
"Ha sido una influencia enorme desde que lo descubrí por casualidad a principios de los 90, cuando me fui a Estados Unidos. Además, tú lees a Oliver Sacks y sabes que es él, inmediatamente. Y eso ya está bien pero es que, además, leer sus libros, en los que hacía una literatura maravillosa con cuestiones científicas relacionadas con el cerebro y la percepción, a mí me provocó un vuelco en mi manera de entender la prosa. Me di cuenta definitivamente de que la prosa sirve para contar lo real, cosas que pueden parecer incluso ajenas a la literatura, sin necesidad de ficción. Me lanzó en un camino de descubrimiento de la divulgación científica que me ha influido muchísimo. A veces parece que se espera que ser literario implique ser nebuloso, caprichoso o fantasioso, y yo por el contrario creo en la idea de la escritura como herramienta de precisión".
Tus pasos en la escalera tiene también algo de inventario de calamidades del mundo contemporáneo, una atmósfera apocalíptica que se genera en paralelo a los pensamientos cada vez más desconcertantes y amenazantes para sí mismo del narrador. En un pasaje de la novela se cuela Antony Beevor, al que entrevistan en un programa de televisión: "La Europa envejecida y asustada no querrá aceptar a tantos inmigrantes (...) Los europeos votarán cada vez más a partidos racistas y preferirán la demagogia de la seguridad y las fronteras al espejismo desacreditado de la democracia", dice el historiador británico, y acto seguido "el locutor y la locutora le dan las gracias con una sonrisa y miran a la cámara anunciando con la misma jovialidad inexplicable las últimas noticias sobre el tsunami en Indonesia", escribe el autor, que trata de sobrellevar esta sensación de colapso generalizado con serenidad y perspectiva.
"Ésta es una época que está llena de orgullo de sí misma", dice. "Otro historiador británico habla de la condescendencia hacia el pasado. Esta época está llena de eso, entre otros motivos porque no hay conciencia histórica. Por lo tanto, enseguida la gente juzga y condenando a la gente del pasado, como si en él, por defecto, todas las personas fueran más tontas, más racistas, más lo que toque; como si nosotros fuéramos superiores. Y el caso es que yo estoy convencido de que dentro de no mucho esta época será juzgada con muy poca benevolencia. Esto es una tontería, pero el domingo paseaba yo por el Retiro y veía cómo los padres hacían como que jugaban con los niños mientras miraban el móvil, o directamente les metían el móvil al niño en el cochecito, y pensé en lo que nos parece a nosotros, hoy, que aparezca en una foto antigua un padre fumando con el niño en brazos. El modo como se trata a los animales y el modo como se despilfarran los recursos naturales, eso será juzgado durísimamente, la gente del porvenir no se creerá nuestra irresponsabilidad y nuestra frivolidad".
Él trata de vivir alejado del griterío en que se ha convertido el así llamado –supongamos que por inercia– debate político de nuestros días. Del griterío, pero no de las cuestiones que han venido a agrietar ciertas nociones e instituciones democráticas, y pocas no son. "Tendríamos todos que hacer el esfuerzo de evitar los paralelos fáciles, como ese tan habitual ahora que compara esta época con la de los años 30 del siglo XX. Y yo, que me preocupo de leer Historia porque quiero comprender qué es lo que de específico tiene cada tiempo, afirmo que no se pueden comparar de ninguna manera. Además, últimamente se hacen paralelismos históricos muy enfadosos. Hace poco una señora de Cataluña dijo que la situación de los independentistas allí era como la de Ana Frank. Pero es que un poco antes Puigdemont se había comparado con Martin Luther King. Hombre... Ya nos recuerda el dicho que las comparaciones son odiosas, ¿verdad? Tenemos que darnos cuenta de que las instituciones democráticas son mucho más frágiles de lo que parecen. Y de que no existe ninguna garantía contra la brutalidad, ninguna, una vez que ésta se desata. Y eso debe crear no un estado de fatalismo, sino de alerta. Yo diría que si tenemos que aprender algo de estos tiempos, eso es lo fundamental. Porque ya sabemos, por el pasado, que a veces ocurre lo impensable. Incluso en las sociedades en apariencia más civilizadas, los seres humanos pueden preferir el fanatismo a la racionalidad. Es así. Ha sido así muchas veces".
Y por ello, continúa, deberíamos todos ser conscientes de que todo siempre "pende de un hilo". "Y nada se conquista. Ningún derecho está conquistado, todos tienen que estar siendo defendidos continuamente, porque, en el momento en que das por supuesto algo, entonces es cuando empiezas a perderlo. La idea del progreso es muy consoladora, esa idea de que las cosas se conquistan y ya se puede uno relajar, pero no funciona así. Lo que se conquista se puede perder mañana por la fatalidad de ataques exteriores, pero también por la ceguera o la negligencia de quienes disfrutan de esos derechos".
Ante ese panorama, cabe preguntarle al autor si contempla las elecciones de abril y el futuro inmediato con más esperanza o con más inquietud. "Con una esperanza temorosa", medio sonríe tras unos segundos de silencio. "España tiene algunos problemas graves o centrales. Ayer [por el domingo] venía en el periódico un informe muy detallado que demuestra que en este país el ascensor social ya no funciona. Cómo tu origen, tu nacimiento, el dinero que tenga o no tu familia determinará el resto de tu vida. Eso es muy grave. Como lo es la situación de la sanidad y la educación. O la desigualdad. Estos son los problemas fundamentales y me alucina que no se hable de ellos. Me gustaría que el panorama político se pareciera un poco más al panorama en el que vivimos las personas normales. España es un país mucho menos cerril y sectario que la mayor parte de sus representantes políticos, de esto estoy convencido. Al fin y al cabo, las personas en la vida cotidiana solemos manejarnos bastante bien, somos en general tolerantes, no somos extremistas. Veremos... Lo que puedo decir sobre las elecciones es que me gustaría que saliera un gobierno que haga frente a esos problemas y defienda la justicia social y la igualdad".
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