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Desde hace años, es habitual la publicación de libros que tratan de mujeres ignoradas -tanto por coetáneos como por generaciones siguientes- y con talento para las diferentes disciplinas artísticas: la música, la pintura, la escritura. Es una investigación loable que, a base de repetirla, en ocasiones, no va más allá del cliché comercial. Un tema que podría generar debate y difundir nuevas ideas, no pasa de atracción de masas para el mercado editorial. Es lo que se suele decir "un filón", como esas frases de las fajas promocionales de una novedad cualquiera: cambiamos la faja de esta novedad a aquella novedad y nadie se daría cuenta del cambio. Para tal autor o autora, varios libros en un mismo año pueden ser el mejor libro que han leído en mucho tiempo, "hacía tiempo que no leía un libro así", o un libro "necesario", "una mirada lúcida", "de lo mejor de su generación" y expresiones del estilo.
Se han publicado libros de interés sobre mujeres que fueron relevantes en una época y que pasaron desapercibidas en una sociedad fundamentalmente misógina. Pero también esa línea editorial ha servido para trabajar intereses ajenos a la investigación seria e incluso a la propia literatura. Te quiero viva, burra, de la periodista Loreto Sánchez Seoane, merece incluirse en el catálogo de libros que atienden al primer grupo: una obra que despertaría la curiosidad de cualquier lector atento, sin necesidad de un perfil determinado. Es una obra que podría leerse como una crónica del siglo XX en Europa y en América, con sus líderes mesiánicos, sus constantes cambios, su sociedad perturbada, de tanta guerra, de tanta desolación.
Pero Te quiero viva, burra cuenta protagonistas. Cuenta sobre todo las vidas de casi treinta mujeres cuyos nombres tienen en común el oprobio injustificado, el fatal destino, la acusada personalidad, la inteligencia sobresaliente. Hablamos de mujeres populares en nuestra sociedad, como Violeta Parra, Sylvia Plath o Chavela Vargas, y de otras no tan conocidas, como Gertrud Kolmar, Florbela Espanca o Gerda Taro. Sobre estas biografías, Loreto Sánchez Seoane también perfila sensaciones, emociones. Logra, por la gravedad del propio relato, pero también por cómo lo desenvuelve, que empaticemos con estas mujeres. Conmueven estas historias que no sólo reservan el testimonio de la desgracia, pues nos adentran en la creación de sus autoras.
Se nota el oficio de la autora de este libro en la narración de cada semblanza. La redacción muy depurada. La frase sin afectada retórica. El discurso trabajado en un ritmo directo y de constantes pausas, con un lenguaje más propio de un texto de información que de un texto literario. Aunque por otra parte, quizá sean escritos que no necesitan de mayor fuerza que la propia carga de emoción que traen las historias de sus protagonistas. Sin embargo, es cierto que a veces se percibe un generoso homenaje respecto de aquellas. Y que cada retrato no deja de ir acompañado de una moderada caricaturización idealista.
En Te quiero viva, burra leeremos la vida de Pannonica de Koenigswarter, quien trabajó de enfermera y de locutora de radio, y cuya afición por el jazz la llevó a abandonar "todo" por una "melodía", como escribe Sánchez Seoane. Con "todo" nos referimos a una vida de comodidad y de riqueza. Con un marido que fue embajador de París y con un padre que era dueño del "imperio Rothschild". Pannonica pudo haber disfrutado de una vida que otros hubiesen envidiado. Sin excesivas preocupaciones, sin necesidades materiales. Pero sus convicciones la llevaron a formar parte del ejército de la Francia Libre. Luchando contra el nazismo. Al terminar la guerra, vendrá más, mucho más; pero se deja que se descubra. Adelanto: es apasionante, emocionante.
"Prefirió vivir con miedo a hacerlo huyendo", escribe Loreto Sánchez Seoane en el arranque del retrato de la poeta alemana Gertrud Kolmar. Kolmar, de familia judía, fue asesinada en Auschwitz en 1943. Publicó novelas y poemas y conoció las consecuencias de una sociedad, y de una familia, estricta, injusta y conservadora. A pesar de todo, cuando Hitler llega al poder y empieza la persecución a los judíos, Kolmar no se marcha de Berlín, como sí hicieron sus hermanos. Todo para cuidar de un padre que se negaba a abandonar su ciudad. Un padre y una familia que la obligaron, por convencionalismos morales de la época, a tener un hijo de un joven general del ejército en los años de la Gran Guerra. Padre e hija vivieron en un gueto, para más tarde terminar, ambos, en los campos de trabajos forzados y de exterminio.
En las páginas de este libro también leeremos la historia de Rosalind Franklin. La autora la describe como "la premio Nobel que no recibió el galardón". Franklin, de la clase alta británica, estudió Ciencias Experimentales en Cambridge, aunque, en un principio, sin el respaldo económico de la familia. El motivo fue que estudiar ese tipo de materias no era lo propio de una mujer. Pero Franklin logró el apoyo de una de sus tías y, con sus excelentes resultados académicos, del resto de la familia. Tras años de disciplina y estudio, consiguió fotografiar el ADN. No obstante, en la revista Nature se publicó un estudio firmado por dos científicos que se arrogaban el hallazgo. Rosalind Franklin jamás pudo demostrar que ese descubrimiento fue suyo. Desencantada, abandonó aquella labor. Murió de cáncer. Cuatro años después de su muerte, "su antiguo equipo recibió el premio Nobel por el descubrimiento de la imagen del ADN".
Loreto Sánchez Seoane nos emociona y nos conmueve en este libro, en este Te quiero viva, burra que combina la oportuna investigación y el relato trágico pero fascinante. Una labor que nos predispone a conocer más sobre estas mujeres. Suponemos que, al final, cada una pone en su sitio al tiempo, al que le tocara vivir.
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