Muere a los 56 años el pintor 'underground' Antonio Lanceta
Obituario
El artista ha sido enterrado hoy en San Fernando
Sevilla/A Antonio Lanceta, pintor underground por caprichos de la vida, suponemos, pero también por una querencia irreprimible, murió este miércoles y ha sido enterrado hoy en San Fernando. En esa localidad gaditana se crió el artista, al que le gustaba presentarse, con innegociable retranca, como "conocido en el mundo entero, es decir, desde la Plaza del Pumarejo hasta Triana". Por esas calles reinó en el día a día Lanceta, mansillescamente, enamorado de los botellines helados y del contacto con los comerciantes, los vecinos de toda la vida, que lo adoraban, y con los pocos afortunados que iban paseando sin el reloj pegando ladridos en la muñeca.
Antonio Lanceta prefirió siempre el camino radicalmente libre pero árido e ingrato del outsider. Es decir, que no fue nunca ni conocido ni, por descontado, considerado como un igual por quienes poco a poco van cincelando el canon institucional, es decir, todo ese Arte socialmente pronunciado con mayúsculas que goza del respeto de la crítica, del impulso de los galeristas y de la atención de los medios de comunicación (como éste).
Hijo de españoles emigrantes, Lanceta nació en París en 1963, pasó su infancia en San Fernando y ya en su juventud, tras hacer el servicio militar, se afincó en Sevilla, donde cursó estudios en Bellas Artes. Más tarde estudiaría también Filogía Inglesa, como solía decir, "para poder ver las películas en versión original". Comenzó a dibujar una serie de historietas que publicaba por su cuenta en fanzines como Stampax, y desde 1986 realizó ya con frecuencia exposiciones en locales alternativos.
También en los años 80, como buen hippy ibérico ya algo tardío, vivió una larga temporada en Ibiza. Más tarde, a comienzos de los dosmil, se fue una temporada a Londres, donde se ganó la vida trabajando como camarero en hoteles. Pero el territorio en el que se desenvolvió con predilección y al que siempre regresaba estaba formado por una combinación de Triana y la Alameda de Hércules, sus "reinos de Taifas" como solía decir.
Esos entornos los pintó una y otra vez con fugas de fantasía, derroche de colores y una manifiesta tendencia a ambientar sus escenas urbanas en el reino golfo pero también sereno de la noche. Sus pinturas estaban llenas de gatos, de litronas, de personajes de la calle, que pintó y pintó con un aire entre pop y punki, pues no en vano siempre se pudo apreciar en sus obras la influencia del cómic underground estadounidense y, casi como consecuencia natural de esto, un parentesco con la obra, los temas y los tonos de Nazario.
"Sus cuadros, al principio, son viñetas de gran tamaño en blanco y negro con una tímida gama de grises. Usa con soltura y elegancia la tinta china negra con pincel y plumilla, y poco a poco va dando paso al color: acuarelas, pastel, lápices de cera, gouache, acrílicos. Todo vale. Pinta todo tipo de personajes urbanos, casi siempre rodeados de edificios de imposible factura y callejones tétricos, gangsters, prostitutas, borrachos apoyados en barras de sórdidos bares, litronas, gordas cuasi boterianas, mujeres misteriosas de lánguida mirada, camareros con increíbles bandejas flotantes y, sobre todo, mucha gente fumando", escribió Andrea Hall con motivo de una de las exposiciones que organizó el artista.
Dijo hace poco por aquí el compañero Luis Sánchez-Moliní que está más que demostrado que "no se puede hacer pop en la Muy Noble sin pisar su denso folclore". En el caso de Lanceta, lo corrobora el hecho de que uno de sus greatest hits fuesen las litografías de la Macarena que le hacía un amigo que tenía una imprenta en la Cruz Verde, y que el propio artista iba vendiendo por los bares a 10 euros. El precio era modestísimo, pero a cambio, como diría aquel, se las quitaban de las manos.
En los últimos tiempos andaba pintando bastante para un millonario de Marbella al que le encantaba su "rollo cómic", como decía el artista sin darse importancia. Pero se cansó de trabajar para ese mecenas y lo dejó. "En el fondo", recuerda con una sonrisa melancólica Antonio, amigo del pintor, le gustaba "malvivir". Más aún le gustaban la literatura, el cine y, se diría que por encima de todo, el rumor de la vida en la calle.
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