Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Barcelona/El mundo de la ópera se tiñó este sábado de luto por la muerte de la soprano española Montserrat Caballé, cuya voz se apagó a los 85 años después de una prolífica carrera que la convirtió en una de las últimas grandes divas de la música, una estrella de la ópera, a la altura de las mejores sopranos del siglo XX, aupada por la crítica y las ovaciones del público al nivel de Joan Sutherland, Renata Tebaldi o la legendaria Maria Callas. La cantante falleció en la madrugada del viernes al sábado en un hospital de Barcelona, su ciudad natal, donde permanecía ingresada desde hace varias semanas por un problema de vesícula. Su funeral se oficiará mañana en la Ciudad Condal y su capilla ardiente se instalará en un tanatorio de la capital catalana.
Nacida en 1933, Montserrat Caballé pudo educar su voz gracias al empeño del industrial y político Eusebi Bertrand, que le costeó los estudios musicales a una joven muy prometodora desde niña, pero que vio peligrar su continuidad en el mundo del canto por la falta de recursos de su humilde familia. Con el impulso de Bertrand, pues, estudió diez años en el Conservatorio del Liceo de Barcelona.
Tras varias audiciones no muy esperanzadoras, la cantante no perdió la fe y no tardó en encontrar su recompensa, al lograr entrar en 1956 en la Ópera de Basilea. En la ciudad suiza asimiló un repertorio amplio, pero se planteó dejar la música poco después, durante sus tres años en la ciudad de Bremen (1959-62). Allí, según confesaría muchos años después, le deprimió el trabajo maquinal en ese teatro alemán, en contraste con "la alegría y el romanticismo" que sí encontró en la compañía suiza. Su hermano y asesor artístico, Carles Caballé, le pidió invertir un año en recuperar la ilusión antes de dejarlo todo. Y todo cambió al cabo de ese periodo. La joven soprano recobró una ilusión que supo combinar con un férreo sentido de la disciplina que, pese a la amargura del proceso, aprendió en Bremen y la ayudó a hacerse un sitio privilegiado en la competitiva y exigente escena internacional.
En 1962 debutó oficialmente como soprano en el Liceo con el estreno español de Arabella, con la que triunfó. En el templo lírico barcelonés actuó durante 28 temporadas seguidas, con medio centenar de óperas y 70 funciones hasta 1989. En 1963 renunció a cantar la Valquiria por desavenencias con la dirección del Liceo, pero el dramático incendio que sufrió el teatro volvió a unirla a la emblemática institución. Fue, sin duda alguna, su casa artística preferida. Su ojos empañados por las lágrimas al verlo totalmente quemado en 1994 forman parte de la memoria colectiva de los aficionados a la música clásica en España.
Interpretando Turandot conoció a su marido, el tenor Bernabé Martí, con el que se casó en 1964. El año siguiente triunfaría sonoramente en el Carnegie Hall de Nueva York, lo que supuso su definitiva consagración internacional. Lo hizo de la mano de la Lucrezia Borgia de Donizetti, en un papel al que llegó en un golpe de suerte, pues la catalana entró en la función para sustituir a la soprano titular, Marilyn Horne, que acababa de dar a luz. Lo aprovechó, y con plenitud: el público la aplaudió en pie durante 20 abrumadores e inacabables minutos.
Con esa misma ópera repitió aclamación en Londres, donde volvería a hacer lo propio con su participación en Il Pirata pese a que tuvo que cantar con muletas tras romperse una rodilla. La capital inglesa fue una plaza especial para la soprano española. Allí grabó la mayoría de sus discos, y además, en el Covent Garden cantó la Tosca con la misma puesta en escena que Zeffirelli había creado para Maria Callas, gran diva y rival de la que Caballé fue sin embargo amiga.
La propia Callas, considerada por unanimidad la gran Norma del siglo XX, admitió en los años 70, poco antes de morir (lo haría en 1977), que Caballé la había superado en esta famosa ópera de Bellini. Con este personaje y con esta partitura, de hecho, consiguió otro de sus triunfos más atronadores al interpretarla al aire libre en el Teatro Antiguo de Orange (Francia) en 1974. Un año después le diagnosticaron un tumor maligno, pero lo superó, como superó el que volvieron a detectarle una década después.
Su fama de diva se basó en su calidad, pero también ayudaron algunas reacciones en ensayos y en vivo ante directores y públicos protestones, aunque su imagen fue natural y popular, y se prestó a cantar además con Vangelis, Barbra Streisand y Frank Sinatra. Mención aparte merece su recordada actuación con Freddie Mercury en la inauguración de los Juegos Olímpicos de 92, actuación grabada, ya que el líder de Queen había fallecido meses antes. Aquella colaboración, cantando Barcelona a todo el mundo, recordaría la soprano, fue "para el mundo de la ópera una auténtica revolución".
En enero de 2012, el Gran Teatro del Liceo de Barcelona conmemoró el 50 aniversario de su debut con una exposición y un gran concierto en el que le acompañaron amigos y compañeros de trayectoria, además de la plana mayor de la política cultural. Tras varios conciertos en plena forma, Caballé tuvo que cancelar a finales de octubre de ese mismo año un recital en el Auditorio de Gerona tras sufrir una caída que le provocó una fractura de húmero y un leve ictus. En 2015, un juez de Barcelona la condenó a seis meses de cárcel por un delito contra la Hacienda Pública, tras un pacto de la cantante con la Fiscalía y Abogacía del Estado en el que reconoció un fraude fiscal de 508.562 euros, aunque no entró en prisión.
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