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Timbre y sensibilidad de un oboe

ORQUESTA BÉTICA DE CÁMARA | CRÍTICA

Gómez Godoy, Thomas y la Bética. / Federico Mantecón
Andrés Moreno Mengíbar

29 de abril 2022 - 23:06

La ficha

***Programa: Obertura ‘Los esclavos felices’ y Tema y variaciones ‘La Húngara’, de J. C. Arriaga; Concierto para oboe y orquesta en Do mayor KV314, de W. A. Mozart; Concierto para oboe en Mi bemol mayor, de V. Bellini; Sinfonía nº 4 en La mayor op. 90 ‘Italiana’, de F. Mendelssohn. Oboe: Cristina Gómez Godoy. Director: Michael Thomas. Lugar: Espacio Turina. Fecha: Viernes, 29 de abril. Aforo: Un tercio.

Reciente la llegada al mercado de su primera grabación como solista, nada menos que dirigida por Daniel Barenboim y con los conciertos de Mozart y Strauss, Cristina Gómez Godoy fue todo un lujo para la programación de la Bética. Qué duda cabe que sus años en la Orquesta Joven de Andalucía bajo la férula de Michael Thomas han jugado a favor de que esta prestigiosa solista que hoy triunfa en la Staatskapelle de Berlín haya venido a Sevilla a deslumbrar con su maestría en el oboe.

El concierto de Mozart es todo un reto para cualquier oboista, porque la transparencia de la orquestación deja en evidencia en todo momento al solista, que debe exponerse sin colchón sonoro de seguridad. Claro que ello no fue un problema para la solista de Linares, poseedora de una depuradísima técnica que le permite sostener largas frases sin que la calidad del sonido se resienta; y de modular y modelar el sonido jugando con los colores. El fraseo es delicado y siempre de una precisión admirable. Así, fue bellísimo el sonido y la línea cantable del Adagio, complementado por las agilidades saltarinas del Rondó. A las largas frases ornamentadas al final del Larghetto de Bellini sucedió el juego con la impoluta y brillante coloratura del Allegro polonese.

No tuvo la cuerda de la Bética una buena velada hasta la Italiana. Sin empaste y con sonido abierto hizo lo que pudo en las primeras piezas, que se salvaron gracias a las estupendas intervenciones de las secciones de viento. Sobre todo en la orquestación de mano del propio Thomas de La Húngara de Arriaga, un juego de variaciones en la que el orquestador deja correr su capricho a la hora de agrupar instrumentos y de crear efectos de color como los pasajes en armónicos de los chelos, con un sentido lúdico a la vez que de exhibición de las potencialidades de los vientos béticos. Ya con la cuerda más engrasada y empastada, Thomas desplegó su característica energía y su rechazo de solemnidades gratuitas en una versión de la sinfonía de Mendelssohn de meridianas transparencia y claridad en los juegos contrapuntísticos.

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