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Concerto vocale. René Jacobs. Monteverdi Opera Edition. Harmonia Mundi.
Hubo que esperar, pero al fin, al amparo de las celebraciones por el cuarto centenario del estreno de L'Orfeo, la figura de Monteverdi fue homenajeada en un teatro lírico español como su importancia histórica y artística merece, con una revisión hecha por un mismo equipo y en años consecutivos de las tres grandes óperas que del creador cremonés han sobrevivido. Fue el Teatro Real madrileño quien presentó las tres obras, encomendando a William Christie la dirección musical y a Pier Luigi Pizzi, la escénica. Aquel ciclo está siendo editado en DVD por el sello Dynamic, y de sus dos primeros hitos (Orfeo y Ulisse) he dado ya cuenta desde estas páginas. Pero el interés por la figura del compositor italiano parece haberse reactivado en todo el mundo. Prueba de ello es la reedición que ahora saca al mercado Harmonia Mundi con las grabaciones que de la trilogía operística hizo René Jacobs entre 1990 y 1995.
Curiosamente, el recorrido del gran director belga fue inverso a la trayectoria vital del compositor, pues su primer registro (1990) lo dedicó a L'Incoronazione di Poppea, obra estrenada en Venecia en 1642 de la que han llegado dos versiones diferentes (Venecia, Nápoles) de las múltiples que sin duda se presentaron en su tiempo, nacidas por adición del trabajo de varios maestros, si bien la parte fundamental parece indiscutiblemente monteverdiana (no, por cierto, el maravilloso dúo final entre los dos protagonistas principales del drama). Dos años después de Il Nerone (título alternativo de la ópera), Jacobs se acercó a Il ritorno d'Ulisse in patria, que había sido estrenada también en Venecia en 1641. Finalmente, en 1995, el gran maestro belga cerró el círculo con L'Orfeo, favola in musica, sin duda la obra fundacional de todo el género operístico, pues su presentación en Mantua en 1607 impulsó de manera definitiva el espectáculo que habían alumbrado los intelectuales florentinos en la década anterior mientras divagaban en torno a la recuperación del sentido de la tragedia griega.
Hay sin duda un significativo salto conceptual entre el espíritu de aquellas primeras óperas, espectáculos cortesanos con un alto componente especulativo e intelectual, y los otros dos títulos, escritos cuando, tras la apertura de los primeros teatros públicos, la ópera había empezado a dar ya el salto definitivo al futuro, haciendo evolucionar el primitivo estilo recitativo hacia un lirismo que desembocaría en el primer belcantismo. Por supuesto que este salto en la dedicación de Monteverdi a la ópera se debe a la pérdida de la mayor parte de sus creaciones para el teatro, empezando por la celebérrima Arianna de 1608 y siguiendo por títulos como Le nozze di Tetide, Andromeda, Gli Argonauti, La finta pazza Licori, Mercurio e Marte, Proserpina rapita o Le nozze d'Enea in Lavinia, obras lamentablemente pérdidas que sin duda reforzarían nuestro conocimiento sobre el paso de un estilo compositivo a otro, lo que en cualquier caso podemos deducir, aun mínimamente, por Il ballo delle ingrate, Il combattimento di Tancredi e Clorinda o incluso Tirsi e Clori y el Lamento della ninfa. En cualquier caso, puede afirmarse sin temor a caer en la hipérbole que Monteverdi es a la infancia de la ópera como Chaplin a la del cine.
Monteverdi es la ópera. Y la trilogía ahora recuperada de René Jacobs es una buena vía para comenzar a penetrar el sentido de esta afirmación, y ello a pesar de que su Orfeo no termina de resultar redondo, a causa de errores en la elección del reparto (muy desafortunado en el caso del protagonista principal) y de algunos toques manieristas en la retención de tempi o en las ornamentaciones que rebajan los resultados finales. Sin embargo, la reconocida habilidad del maestro belga para crear atmósferas de encendido dramatismo en sus trabajos operísticos queda de relieve tanto en el Ulisse como en la Poppea, en las que, además de un desfile de voces de primerísimo nivel (Prégardien, Fink, Tucker, Thomas, Kiehr, Visse, Schopper, Laurens, Larmore, Lootens, Hunt, Mey...), la sustancia teatral está admirablemente atrapada. Los buenos aficionados tal vez encuentren en estas grabaciones algunos detalles de continuo, instrumentación u ornamentación que los mejores de entre los más recientes intérpretes monteverdianos han resuelto con un mayor grado de sutileza, coherencia y autenticidad, pero Jacobs resulta siempre elegante, elocuente y expresivo: Monteverdi, la ópera, se engrandece con sus lecturas.
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