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Sevilla/Los singulares y conmovedores acordes de Mismo sitio, distinto lugar fueron tomando forma, con Pucho Martín cantando sobre el pasado asumido y cómo encarar el futuro. En la letra había un gesto hacia la multitud, algo a lo que volvió constantemente, convirtiendo lo que estábamos presenciando en mucho más que un concierto de Vetusta Morla, la banda que ha cambiado para seguir siendo la misma.
Presentaban el disco que se llama como esa primera canción y que da nombre también a la gira actual. Un disco desgranado canción a canción, que siguió sonando cuando a través de un delicioso crescendo nos llevaron al carrousel de Deséame suerte. Más tarde llegaría el momento de recuperar las canciones de años atrás que no podían faltar, Copenhague, Mapas. El Auditorio Rocío Jurado registró un absoluto lleno de espectadores que tuvieron el privilegio y el placer de comprobar que el nuevo espectáculo de Vetusta Morla supera con creces lo que se podía esperar.
El primer retorno al pasado llegó con los redobles de tambores de Indio García que nos introdujeron en Golpe maestro y Pucho recordándonos que todavía nos siguen dejando sin ganas de vencer a través de atracos perfectos como el de condenar a bomberos por salvar vidas o negar el florecimiento laboral de la mujer. Pirómanos encendió la noche, puso en primer plano la brillante musicalidad de la banda, nos hizo sentir sus ideas sofisticadas y sus devastadores estados emocionales de una manera totalmente transformadora. Y Maldita dulzura trajo ese tipo especial de luz que arroja el crepúsculo. Cuando se apagó el Fuego, los gemidos de las seis cuerdas de Guillermo Galván abrieron otro bloque con canciones nuevas: Guerra civil, La vieja escuela, 23 de junio…
Vetusta Morla hicieron en la noche del sábado una presentación en vivo que miraba al futuro pero respetaba el pasado. Su constante evolución ha dejado atrás a sus pares; es difícil pensar en otra banda española que pueda interpretar algo tan fantasmal y desolado como Al respirar sin provocar una estampida hacia las barras. Tras ella, el envolvente Punto sin retorno se convirtió en un punto de inflexión desde el que comenzó a subir el delirio, a través de La deriva, para hacerse imparable en Valiente y convertirse con Fiesta mayor en una especie de suspiro colectivo al ver que éste era el punto final del concierto.
Pero la multitud quería más y Vetusta Morla se dispuso a recordar a todos por qué son la mejor banda nacional. Y lo hicieron una y otra y otra vez: Consejo de sabios, El hombre del saco, Los días raros, de la que sus ooohs finales se siguieron cantando mucho después de que las luces se hubiesen encendido.
Vetusta Morla pusieron el alma en su trabajo, se dejaron casi todas sus fuerzas en el escenario transmitiendo su pasión al público. La música fluyó para hacer existir la comunicación y así Pucho nos traspasó un sentimiento mucho más que un mensaje, aunque éste iba implícito; como si hubiese dejado que los malos rollos, las frustraciones, las incomodidades, se expresaran a través de las canciones, transmutadas éstas en pura energía. Y el resultado fue avasallador.
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