Mirar un cuadro
Ramón Andrés vuelve a mostrarse como un apasionado divulgador del conocimiento útil en 'El luthier de Delft', un libro que explora la música, pintura y ciencia en la época de Vermeer y Spinoza, pero que trasciende con creces su estricto ámbito de estudio.
El Luthier de Delft. Música, Pintura y Ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza.Ramón Andrés. Acantilado, Barcelona, 2013. 325 páginas. 30 euros.
En 1652, Carel Fabritius firmó y fechó un lienzo de pequeñas dimensiones con una vista de la ciudad de Delft, que presenta en primer plano a un lutier sentado a la puerta de su taller. Un laúd y una viola da gamba reposan a su lado en espera de comprador. El pintor, eslabón fundamental entre Rembrandt y Vermeer, fallecería solo dos años después, alcanzado por la explosión de un polvorín que desfiguró la ciudad y acabó con la vida de un número indeterminado de personas (se especula con que los muertos pasaron del millar). Este es el punto de partida del viaje que Ramón Andrés (Pamplona, 1955) propone aquí por la Holanda del siglo XVII.
Desde aquel fundamental Diccionario de instrumentos musicales, publicado por primera vez en 1995 y varias veces reeditado, Andrés se ha convertido en uno de los ensayistas más originales y profundos de nuestro país, un apasionado divulgador del conocimiento útil, un erudito que no se engolfa en el afán de la clasificación y la categorización de sus saberes, sino que goza con una exposición en la que las ideas y los datos se combinan para penetrar con precisión quirúrgica en la complejidad de la vida real.
Partiendo casi siempre de la música, y volviendo una y otra vez a ella, el autor navarro hace de cada uno de sus libros un recorrido fascinante por la cultura de épocas y lugares diversos. En ellos la religión, la ciencia, la pintura, la filosofía, los ingenios mecánicos, los oficios manuales, los libros y los mitos se cruzan en una apabullante trama de referencias e informaciones que abren al lector vías de investigación a menudo insospechadas y anchos mundos por los que deambular a placer.
En El luthier de Delft las referencias cronológicas, geográficas y temáticas están claras desde su mismo subtítulo (Música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza), pero cuando uno comienza su lectura descubre que el subtítulo se queda corto en su afán descriptor. Es toda una sociedad en funcionamiento la que aquí se avista, y aunque el marco sea muy concreto la visión resulta fértilmente globalizadora.
La sociedad holandesa que pasa por estas páginas es una sociedad liberal, tolerante, que representa bien el sefardí Baruch Spinoza, movida por la artesanía y el comercio, en la que la mujer encuentra ámbitos de actuación vinculados estrechamente a la cultura doméstica, gracias en gran medida al impulso que la Reforma dio a su educación, una sociedad que, vista a través de los retratos, los paisajes, los ambientes de interior dejados por sus pintores, estaba dominada por valores tan burgueses como la calma y el paso amable del tiempo o la satisfacción que se obtiene de la labor bien hecha. Es la Holanda que sirve de puente entre una Inglaterra que empieza a construir lentamente su Imperio ultramarino y un continente que vive inmerso en una guerra casi continua. La construcción de instrumentos, y dentro de ellos, el papel concreto del virginal, o la música escrita por Jan Pieterszoon Sweelinck, a quien se dedica todo un capítulo, son buenos reflejos de esta posición geográfica y el papel que le hizo jugar en el mundo de la política internacional. Todo lo relativo a la fabricación de artilugios musicales, su afinación o su representación pictórica bebe muy directamente de aquel Diccionario de instrumentos: en concreto, la última parte de este libro, que se convierte en museo virtual de cuadros de temática musical, puede entenderse como desarrollo, circunscrito al ámbito holandés, de uno de los apéndices más interesantes del Diccionario.
El libro está en cualquier caso repleto de referencias que invitan a ir más allá de su ámbito estricto, y ese gusto por las sugerencias abiertas enriquece la obra muy especialmente en su primera parte, cuando el manejo de la perspectiva en la pintura o el uso de lentes y otros instrumentos ópticos sirven de perfecta excusa para presentar todas las circunstancias sociales, económicas, políticas y mentales que convirtieron a los Países Bajos en uno de los centros vitales de la revolución científica que forjó nuestro mundo tal y como lo conocemos hoy. La anamorfosis y otras formas de distorsionar la realidad y crear mundos ilusorios en las cajas de perspectiva o en los mismos lienzos conviven así en estrecha armonía con las técnicas comerciales más avanzadas de la época o la difusión de la práctica artesanal que permitió la existencia de talleres musicales hoy míticos, como el de Ruckers. Realidad y fantasía alimentándose mutuamente a partir de un puñado de lienzos pintados. Esto ofrece el último libro de Ramón Andrés. O, si lo prefieren, aprender a mirar en, a través de, los cuadros.
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