Mínima Gran Guerra
Jean Echenoz recrea en su nueva novela el horror de las trincheras.
14. Jean Echenoz. Trad. Javier Albiñana. Anagrama. Barcelona, 2013. 104 páginas. 12,90 euros
Tras la publicación de su celebrada trilogía biográfica, el narrador francés ha vuelto a la estricta fabulación -aunque parece que el protagonista de su nueva nouvelle está igualmente inspirado en un personaje real- de la mano de un relato de apenas cien páginas donde evoca de forma vívida, reconcentrada y conmovedora el conflicto con el que a juicio de la mayoría de los historiadores comenzó el siglo XX. Aparecida en vísperas del centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, 14 muestra ya desde su propio título la característica economía de medios que define la prosa de Echenoz, un autor abonado al minimalismo que tiene la virtud de sugerir con muy pocos trazos, a menudo irónicos, todo un mundo de sensaciones, lo que aplicado al caso comportaba un riesgo no pequeño, dada la existencia de centenares de precedentes literarios. El horror de la Gran Guerra se ha contado muchas veces, en efecto, pero Echenoz logra trasladarlo una vez más -porque ese es su tema, no un mero contexto- de un modo sencillo y elegante que no rehúye las recreaciones escabrosas, pero acaba celebrando, con la misma sobriedad, la continuidad de la vida tras el desastre.
Previsiblemente, su visión de la contienda tiene poco que ver con el idealismo caballeresco de Jünger, pero tampoco se ha abonado Echenoz a proclamas o alegatos de ninguna clase. Muestra, simplemente, los terribles efectos de la guerra en un puñado de personajes naturales de la Vendée, todos de extracción modesta o pequeñoburguesa: los hermanos Anthime y Charles, que trabajan en una fábrica de zapatos y se han enamorado de la misma mujer, Blanche, la hija única del gerente; o los amigos del primero, "compañeros de pesca y de café", el carnicero Padolieau, el matarife Bossis, el guarnicionero Arcenel, que se conocen desde niños y se buscan en los ratos muertos para hacer rancho aparte; o el doctor Monteil, que tiene contactos en París y los utiliza para librar a un protegido de su destino en la infantería.
Vemos el entusiasmo inicial, cuando todo el mundo pensaba que la guerra acabaría en dos semanas, las calles vacías de jóvenes y el alivio de los reservistas que han logrado evitar el alistamiento, las cargas insensatas de los soldados pertrechados con mochilas que pesaban 35 kilos, el bloqueo de las posiciones y la vida infernal de las trincheras, los aeroplanos que la tropa contempla por primera vez camino del frente, las ciudades destruidas o medio abandonadas, los animales que vagan errantes o en algunos casos "militarizados". Vemos la estrategia de ebriedad inducida para mantener la maltrecha moral de los combatientes, el mercadeo de los paisanos o las exacciones de los ocupantes a los pueblos que evitan las bombas a cambio de tributos, las lucrativas ventas de material defectuoso por parte de fabricantes sin escrúpulos, la labor de los gendarmes para cerrar la retaguardia y cuidar de que el soldado "saliera a morir como Dios manda". Vemos muertos atrozmente desfigurados, mutilados con el síndrome del "miembro fantasma", desertores ejecutados por compañeros que no se atreven a mirarles a los ojos. No hacen falta discursos, porque está dicho todo.
A Anthime le sorprende el estallido de la guerra de excursión, en la hermosa escena inicial de la novela, cuando las campanas que tocan a rebato lo avisan de la movilización y vuelve a toda prisa -sabemos por la cita que el libro que cae de su bicicleta es la última novela de Victor Hugo- en un día famosamente soleado que no hacía presagiar la catástrofe venidera. Pasajes luminosos como este, o el sombrío capítulo de la deserción, muestran el arte de Echenoz para componer estampas líricas, absorbentes, repletas de significados. Veremos en los próximos meses apretados volúmenes conmemorativos, pero unas pocas páginas de buena literatura pueden explicar algunas cosas mucho mejor que las monografías más exhaustivas.
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